“Enfermas están de muerte América y España; aquella porque ésta no le da documentos; y ésta, porque aquella no le tributa tesoros. Estos para la una, y aquellos para la otra, serán sus eficaces remedios” sentenció, con cierta alarma, en 1743 el funcionario español José del Campillo y Cossío en su Nuevo sistema de gobierno económico para la América, una obra muy influyente en las reformas que la monarquía hispana llevaría a cabo en sus posesiones americanas en el siglo XVIII. Los tiempos de apogeo y abundancia habían acabado y el futuro no parecía ser prometedor debido sobre todo a las guerras en las que la monarquía hispana se vio involucrada y que le ocasionaron problemas fiscales. La dinastía Borbón, en tal sentido, tuvo que realizar una serie de reformas administrativas y fiscales para poder recabar mayores ingresos. Inevitablemente, estas le llevaron a cambiar el tono de sus relaciones políticas con América. Una más agresiva que se denota en el uso de la palabra “colonia” por parte de estos reformadores para referirse a los territorios americanos y la subordinación que debían tener. Los americanos, por su parte, se identificaban asimismo como “reinos” parte de la monarquía, y por lo mismo con derechos y privilegios incompatibles con un trato vertical o, como se decía en la época, “tiránico” por parte de la autoridad. El conflicto fue inevitable.
El grueso de las reformas americanas fue impulsado durante el reinado de Carlos III (1759-1788) quien contó con el liderazgo de su ministro de Indias José de Gálvez (1720-1787) y un grupo de oficiales comprometidos como José Antonio de Areche (1731-1789) y Jorge Escobedo y Alarcón (1743-1805) quienes trabajaron en el virreinato peruano. Su tarea fue ardua. Tanto por la compleja realidad social del virreinato como por las resistencias sociales que encontraron de parte de criollos e indígenas. El desplazamiento en los puestos burocráticos y alza de impuestos generaron protestas de diferente gravedad y alcance geográfico. Por si fuera poco, estos reformadores tenían que luchar contra autoridades peninsulares como los virreyes quienes querían mantener su liderazgo.
Como parte de estas reformas, en América del sur, se establecieron dos virreinatos: el de Nueva Granada (1739) y el de Río de la Plata (1776). Esta medida significó para el virreinato peruano la pérdida de su monopolio político y económico en la región, más aún cuando se estableció el régimen de Libre Comercio (1778). El régimen de intendencias reordenó el territorio bajo nuevas circunscripciones con el objetivo de administrar mejor los recursos fiscales e impulsar la actividad económica. En términos generales, estas reformas cumplieron con sus objetivos fiscales. Con la muerte de Gálvez y sobre todo de Carlos III, estas reformas perdieron impulso. Pero el virreinato peruano ya era otro
Línea de tiempo
José de Gálvez y Gallardo es nombrado secretario de Estado del Despacho Universal de Indias. Con su nombramiento se da impulso a las llamadas reformas borbónicas en la América hispana. Ese mismo año se implementan medidas como la creación del cargo de regente para las audiencias americanas y se establece el virreinato del Río de la Plata. Las señales de descontento por la política de ciertos funcionarios públicos en el virreinato peruano se expresan en escritos y rebeliones. En América del Norte, el 4 de julio, se firma la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. La monarquía hispana apoyó a las Trece Colonias contra su enemigo inglés.
El 20 de junio de 1776, el rey aprueba la Instrucción de lo que deben observar los regentes de las reales audiencias de América: sus funciones, regalías, como se han de haber con los virreyes, y presidentes, y estos con aquellos. La figura del regente buscaba separar de forma clara las funciones de justicia y de gobierno entre el virrey y la Audiencia. Era el primer ministro togado de la Audiencia y en caso de vacar el virrey se hacía cargo de sus funciones. En la medida en que en este nuevo puesto estaba siempre un peninsular, la influencia de los criollos en la Audiencia se debilitaba.
De acuerdo con Manuel Salas Monguillot, la mencionada instrucción indicaba que los regentes tenían las siguientes obligaciones: juez de las audiencias de México y Lima, tanto en causas civiles como en las criminales; preside las salas de justicia en ausencia del virrey o presidente; propone al virrey o presidente al principio de cada año el señalamiento de las salas; reparte por turno los relatores de las causas civiles o criminales; reparte las causas; preside las salas en que se decide si un pleito es civil o criminal; nombra oidores para completar la sala; resuelve sobre acumulación de procesos; autoriza en ausencia del virrey o presidente los retiros temporales de los oidores en horas de audiencia; acuerda la forma de llenar la vacancia de los fiscales; y toma razón de los presos que hay en la cárcel por orden del virrey o presidente, entre otros asuntos. Muchas de estas obligaciones habían estado a cargo de los oidores decanos.
El regente, en cuanto a su relación con el virrey o presidente, en lo económico y contencioso, dirige la Audiencia con independencia; examina los decretos que envíe el virrey en materia de gobierno, hacienda y otros, solicitando informe a la Real Audiencia. Debe velar por el cumplimiento de las leyes de Indias e informa al rey sobre ello; en las juntas que no sean del fuero militar, puede presidir en caso de ausencia del virrey o presidente; en ese mismo sentido, podía reemplazar al virrey o presidente en algunas ceremonias.
Los regentes de la audiencia de Lima fueron Melchor Jacot Ortiz Rojano, conde de Los Pozos Dulces (1776-1782); Manuel Antonio Arredondo y Pelegrín, marqués de San Juan de Nepomuceno (1787-1816); y Francisco de Tomás de Ansoátegui y Barroeta (1816-1821). Los regentes de la Audiencia del Cusco fueron José de la Portilla y Gálvez (1787-1804) y Manuel Pardo Rivadeneira (1805-1821).
Por real cédula del 8 de agosto de 1776, el rey Carlos III ordenó la creación del virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires. Nació básicamente una escisión del virreinato del Perú, compuesto por las gobernaciones de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, el corregimiento de Cuyo —que pertenecía a la capitanía general de Chile— y la Audiencia de Charcas. Su primer virrey fue el español Pedro de Cevallos, quien antes se había desempeñado como gobernador de Buenos Aires y Madrid.
¿Por qué se creó el nuevo virreinato? Su importancia comercial fue evidente: el puerto de Buenos Aires se transformó en la principal entrada legal e ilegal de los bienes europeos a América del Sur. El virreinato fue necesario para controlar el territorio, más aun por la presencia de la Corona portuguesa, que buscaba entrar en los territorios de la cuenca del Río de la Plata.
El nuevo virreinato contaba con los recursos de la mina de Potosí y el mercado que representaba fue sustraído parcialmente de la órbita peruana. Cuando se formalizó el tráfico comercial por el Reglamento y aranceles reales para el Comercio Libre de España a Indias (1778), la situación mejoró y se crearon aduanas en Buenos Aires y Montevideo. Hacia 1781 se creó el Estanco del Tabaco y en 1785 la Audiencia de Buenos Aires. El flamante virreinato generó un nuevo espacio económico y político.
A pesar de que el puerto de Buenos Aires le quitó parte del movimiento comercial al Callao, la economía del virreinato del Perú disfrutó de cierto crecimiento en las décadas siguientes; los comerciantes limeños, que tenían capital y contactos, lograron mantener su poder e influencia comercial con la península en esos años posteriores. De hecho, los comerciantes de Buenos Aires dependieron de los limeños hasta la creación de su consulado en 1794. Con la pérdida de Potosí, minas como la de Cerro de Pasco pasaron a ser nuevos centros mineros. La economía del virreinato del Perú, como comúnmente se menciona, no sufrió de una decadencia por el establecimiento del virreinato del Río de la Plata.
En pleno ejercicio de su cargo como virrey en Nueva Granada, Manuel de Guirior fue nombrado para el mismo puesto en el virreinato peruano. Guirior tuvo que esperar la llegada de su sucesor, Manuel Antonio Flórez, para entregar el mando el 9 de febrero de 1776. El nuevo virrey del Perú llegó a la capital limeña el 17 de julio del mismo año para suceder a Manuel Amat y Juniet.
Durante su gobierno, dio cumplimiento a la creación del virreinato del Río de la Plata, medida que consideró negativa. Recibió también, en junio de 1777, al visitador general José Antonio de Areche. La presencia del visitador fue motivo de tensión con algunas autoridades locales, particularmente con Guirior, a quien Areche calificó de pro criollo. El virrey Guirior no toleró que el visitador se tomase atribuciones al pasar sobre su autoridad, como el caso de la elección de rector de la Universidad de San Marcos. Rechazó también la actitud prepotente de Areche al aplicar las reformas fiscales. El virrey, por el contrario, tuvo una política de conciliación. Asimismo, apoyó a los criollos en sus reclamos por la subida de impuestos.
Este tipo de política de Guirior fue evidente cuando enfrentó un grave tumulto ocurrido en Arequipa a inicios de 1780 contra el establecimiento de aduanas. El virrey pacificó la zona al negociar con los rebeldes. Pero no solo eso, sino que fue también crítico de la manera de implementar los impuestos, al afirmar que
[…] la principal causa de los desabrimientos de pueblo, no [es] la paga y satisfacción de los derechos que corresponden a fieles vasallo, sino el indiscreto modo de exigirlos con impericia o más bien depravado ánimo de los sujetos destinados a esta incumbencia, en quienes se ha difundido como carácter propio de su empleo un zelo afectado por el real servicio que verdaderamente no mira sino a fundar más su autoridad, dependencia y dominación, tal vez con interés muy contrario al de V.M. lo que no me es dable corregir como conviene y quisiera en las circunstancias, aunque conozco que este manejo siempre perjudicial en si mismo, lo es mucho más en las nuevas plantificaciones.
Las tensiones con Areche arreciaron. En cartas al Consejo de Indias, tanto el visitador como el virrey se acusaban mutuamente de no saber manejar la política virreinal y pedían la destitución del otro. En esta disputa ganó el visitador. De manera sorpresiva, en diciembre de 1780, Agustín de Jáuregui y Aldecoa llegó a Lima y comunicó a Guirior que él era el nuevo virrey. Este hecho causó pesar en la ciudad y fue notorio en la ceremonia de recibimiento del nuevo virrey: se limitaron a las oficiales. Esto contrastaba con el ambiente de apoyo que recibió Guirior en su casa hasta el momento de su partida del país, el 7 de octubre de 1781.
Las reformas borbónicas en el virreinato peruano empiezan a ejecutarse con mayor presión debido tanto a la visita general a cargo de José Antonio de Areche como a la expedición de un bando, por parte del virrey de Río de la Plata, que prohíbe extraer metales para el Perú. La monarquía hispana firma documentos para delimitar fronteras en América, como el Tratado de San Ildefonso con Portugal sobre sus dominios territoriales en América del Sur y el Tratado de Aranjuez con Francia sobre sus posesiones en la isla La Española. Por otra parte, en Cádiz parte la expedición botánica liderada por Hipólito Ruiz.
Una de las intenciones de la Corona española, en el contexto de las reformas borbónicas, fue detener la influencia de los magistrados criollos en los virreinatos. Por esta razón, en 1776, se creó el puesto de regente en todos los tribunales americanos para fortalecer la presencia peninsular. A mediados de la década de 1770, la composición de la audiencia de Lima reflejaba una importante presencia de criollos: once de los doce oidores eran criollos, de los cuales siete eran limeños, y Alfonso Carrión, el único español, estaba emparentado matrimonialmente con la familia Torre Tagle. El regente debía ser peninsular y presidía la Audiencia.
En 1776, fue nombrado el primer regente de la audiencia de Lima: Melchor Málaga Jacot Ortiz Rojano. Nacido en Málaga, el 11 de junio de 1732, estudió derecho en Granada, y se desempeñó como alcalde del crimen y oidor en Valladolid. Jacot tomó posesión de la regencia de Lima en junio de 1777. Una de sus primeras tareas fue llevar a cabo el juicio de residencia del virrey Manuel de Amat, cuyo gobierno había finalizado abruptamente en 1776, tras sus conflictos con el visitador Areche. El juicio de residencia era un procedimiento judicial en el derecho español en el cual se sometía a revisión el accionar de un funcionario público al término de su ejercicio, escuchándose cualquier tipo de cargo que existiera en su contra.
Durante su regencia, Jacot mantuvo una tensa relación con el virrey Manuel de Guirior y los demás oidores de la Audiencia, incluso con el visitador José Antonio de Areche. Sus atribuciones quitaban poder a estas autoridades. Jacot permaneció en Lima hasta 1787, cuando fue transferido al Consejo de Indias. En 1790, se le confiere el título de Castilla de conde de Pozos Dulces, y falleció en 1807. Sus dos sucesores en la regencia, Manuel Antonio Arredondo y Francisco Tomás de Ansótegui, fueron peninsulares con antecedentes similares, lo que ayudó a mantener la intención de la Corona española.
En 1776, el ministro de Indias José Gálvez encargó a José Antonio de Areche la realización de una visita general al virreinato del Perú. El objetivo era impulsar reformas de tinte ilustrado y modernizante, como lo había llevado a cabo en su visita a Nueva España entre 1765 y 1771. Las detalladas instrucciones que Gálvez impartió a Areche trataban de la necesidad de reformar la audiencia de Lima —básicamente disminuir la presencia criolla en los cargos públicos y combatir la corrupción—, reorganizar la Real Hacienda y la administración general del Perú.
Areche llegó a Lima en junio de 1777 y empezó sus funciones en setiembre con un grupo de funcionarios que trabajaron con él en Nueva España. Entre las reformas más importantes efectuadas por Areche estuvieron las de tinte fiscal, que buscaron acrecentar los ingresos económicos de la Corona. Por ejemplo, subió la alcabala de 4 % a 6 % del valor de los bienes llevados a la ciudad, lo que afectó el comercio de tabaco, aguardiente y otras mercancías. A esto se agregó el impuesto a otros productos que afectaban a los hacendados y comerciantes limeños.
Estas medidas generaron tensiones y conflictos con la élite limeña y algunas autoridades locales, incluyendo a los virreyes Guirior y Jáuregui. Sobre el primero, Areche afirmaba que era pro criollo, y respecto al segundo, lo consideraba un “inepto”. Los roces con los virreyes se debían, por lo menos, a tres razones: las amplias atribuciones dadas al visitador, que mermaban la autoridad del virrey, el carácter poco conciliador de Areche, y el aprovechamiento de estas diferencias por parte de la élite limeña para enfrentarlos.
Areche, por ejemplo, tomó medidas, como la creación del Colegio de Abogados o la elección del rector de la Universidad de San Marcos, sin consultar al virrey Guirior, haciendo ver disminuida su autoridad. El virrey pidió la destitución del visitador. No tuvo éxito y fue más bien destituido.
Las reformas fiscales impulsadas por Areche propiciaron motines y conflictos. Entre estos, el más importante fue el de Túpac Amaru II (1780-1781). Areche fue al Cusco a dirigir la represión de la rebelión y cuando el rebelde fue capturado lo interrogó personalmente. Entró en conflictos con el virrey Jáuregui cuando este aprobó la amnistía para los remanentes de la rebelión. La labor de Areche terminó 1781. Las razones apuntan a su actitud conflictiva. Fue reemplazado por Jorge Escobedo y Alarcón.
La monarquía hispana realizó una de sus reformas económicas más importantes: el reglamento de libre comercio. En un inicio, Nueva España fue excluida, pero al poco tiempo se integró a este comercio. La guerra por la independencia de las Trece Colonias escala y se llevan a cabo tratados defensivos con Francia. En España, el rechazo a los ingleses se expresa de otras formas. Francisco Álvarez publica su Noticia del establecimiento y población de las colonias inglesas en la América septentrional… que contiene críticas al gobierno inglés y se prohíbe la entrada en América de la Historia de América de William Robertson.
“La Carrera de Indias”, como suele denominarse al sistema mercantil español que conectó la metrópoli con el inmenso territorio americano, fue clave para el mantenimiento económico y financiero del Imperio español. Entre el siglo XVII y la primera mitad del XVIII, el comercio estuvo sustentado sobre la base del monopolio, en el que existía un puerto único con España y cuatro rutas que unían a los puertos principales de América: Cuba, Cartagena de Indias, Veracruz y Callao. Desde estos puertos, se desarrollaba un comercio intercolonial con México, Chile y Buenos Aires.
A partir de las reformas borbónicas implementadas por Carlos III, se preparó el camino hacia un sistema comercial más dinámico y flexible, aunque dentro de los márgenes impuestos por el mercantilismo. La más importantes de estas reformas fue la promulgación del Reglamento y aranceles reales para el Comercio Libre de España a Indias del 12 de octubre de 1778. Según el Reglamento,
Y considerando Yo, que solo un Comercio libre y protegido entre Españoles Europeos, y Americanos, puede restablecer en mis Dominios la Agricultura, la Industria, de las Indias, y de otros Ministros zelosos [sic] de mi servicio y del bien común de la Nación, concurren iguales, ó mayores causas para comprehender en la misma libertad de Comercio […], he venido a resolverlo así después del más prolixo [sic.] y maduro examen; y en su consequencia [sic] he mandado a formar un Reglamento […].
Tengo habilitados en la Península para este Libre Comercio á Indias los Puertos de SEVILLA, CÁDIZ, MÁLAGA, ALMERIA, CARTAGENA, ALICANTE, ALFAQUES DE TORTOSA, BARCELONA, SANTANDER, GIJÓN, y CORUÑA; y los de PALMA, y SANTA CRUZ DE TENERIFE en las Islas de Mallorca y Canarias […]
En los Dominios de América he señalado igualmente, como Puertos de destino para las Embarcaciones de este Comercio, los de San Juan de PUERTO-RICO, SANTO DOMINGO, y MONTE-CHRISTI en la Isla Española; SANTIAGO DE CUBA, TRINIDAD, BATABANÓ, y la HABANA en la Isla de Cuba; las dos de MARGARITA, y TRINIDAD; CAMPECHE en la Provincia de Yucatán; el GOLFO DE SANTO TOMÁS de Castilla, y el Puerto de OMOA en el Reyno de Goatemala; CARTAGENA, SANTA MARTA, RÍO DE EL HACHA, PORTOVELO, y CHAGRE en el de Santa Fe, y Tierra Firme; […] MONTEVIDEO, y BUENOS-AYRES en el Río de la Plata; VALPARAÍSO, y la CONCEPCIÓN en el Reyno de Chile; y los de ARICA, CALLAO, y GUAYAQUIL en el Reyno del Perú y Costas de la Mar del Sur.
La promulgación del Reglamento confirmó de manera definitiva la pérdida del monopolio de puertos como el Callao. Además, la formalización de nuevos puertos, como el de Buenos Aires —que benefició al recientemente creado virreinato del Río de la Plata—, significó un golpe para el Consulado de Comerciantes de Lima, a pesar de que el documento solo legitimaba lo que ya ocurría de facto por el contrabando.
La monarquía hispana desde 1779 se encuentra en guerra con Inglaterra, apoyando de esta forma a las Trece colonias de Norteamérica en su lucha por la independencia. Los gastos fiscales aumentaron y la corona presionó con más impuestos. El peligro de que la guerra llegue a los territorios hispanos aumentó y los virreyes, prepararon puertos y naves ante la posibilidad de ataques de corsarios. No obstante, el mayor peligro estaba dentro del virreinato: en los Andes y el Alto Perú se inició la Gran Rebelión del Cusco. Era un efecto de la presión fiscal y el grado de conflictividad y descontento social llegó a su punto más alto en este año.
Para España, la guerra contra los ingleses creó necesidades extraordinarias y apremiantes que obligaron a adoptar medidas económicas audaces. Ejemplo de ello fue la real cédula del 15 de marzo de 1780. Esta dispuso que se empleasen los capitales existentes en los depósitos públicos o privados que estaban destinados a imponerse en mayorazgos, patronatos, capellanías, obras, etc. Estos capitales serían tomados a censo —préstamo hipotecario— redimible por cuenta de la Real Hacienda al 4 % anual, hipotecando en garantía la renta al tabaco o, donde no lo hubiera, la alcabala. De acuerdo con la real cédula,
No bastando las Rentas de la península para sostener la guerra, se han discurrido los medios que se pueden adoptar sin gravámen [sic.] de mis amados vasallos, para atender á los gastos extraordinarios de ella; y con parecer de Ministros sabios se hallado, que sin perjuicio de tercero, ántes con beneficio de la causa pública, se puede usar justamente para este fin de los capitales existentes en los depósitos públicos de estos mis reynos con destino á imponerse á beneficio de mayorazgos, vínculos, patronatos y obras pías, cuyos capitales están en el día parados y sin circulación por falta de imposición, de que resulta á los poseedores de mayorazgos y llamados á las obras pías el daño de carecer de sus réditos, y al público la falta de circulación de estos fondos, que existen como muertos en los depósitos, y expuestos a otras contingencias […] Como los poseedores y llamados no pueden disponer por sí de estos capitales, toca proveer sobre ello á la autoridad judicial, baxo [sic.] de hipoteca segura, y rédito proporcionado […] señalo y consigno para la paga de estos réditos, hasta la concurrente cantidad, y por hipoteca especial la Renta del Tabaco.
La medida solo estableció en la península dicho ingreso y, a causa de su éxito, se resolvió hacerlo extensivo a los dominios en América por real cédula del 17 de agosto de 1780. La medida fue retirada en 1783 tras concluir la guerra.
El mariscal de campo Agustín de Jáuregui y Aldecoa ocupaba el puesto de presidente, gobernador y capitán general del Reino de Chile desde 1772, cuando por Real Disposición del 10 de enero de 1780, fue nombrado virrey del Perú, en reemplazo de Manuel de Guirior, cuya destitución fue alimentada por las tensiones que tuvo con el visitador José Antonio de Areche. En Chile, Jáuregui había llevado a cabo importantes medidas, como la reorganización del Ejército, la pacificación de los indígenas pehuenches, el empadronamiento del Obispado de Santiago, el reconocimiento de las islas de San Carlos y Otageti, la creación de un colegio para los jóvenes naturales del reino y la erección de la Academia Carolina para la jurisprudencia. Esta experiencia fue muy importante para su elección en el cargo de virrey.
Durante los tres años, ocho meses y doce días que permaneció en el gobierno, el virrey Jáuregui tuvo que enfrentar diversos conflictos que trajo la visita general. Con Areche pronto entró en enfrentamientos. Su mayor problema fue la debelación de la Gran Rebelión del cacique cusqueño José Gabriel Condorcanqui —Túpac Amaru II (1780-1781)— y la de su primo Diego Cristóbal Túpac Amaru (1781-1783). Su experiencia en Chile, al enfrentar a los indígenas, le llevó a convencerse de la necesidad de aprobar una amnistía para controlar la rebelión. Asimismo, atendió las protestas de los indígenas contra los corregidores y los repartimientos mercantiles, cuya supresión originó el sistema de intendencias a partir de 1784.
El virrey prestó atención al fortalecimiento militar del virreinato. Así, entre otras medidas, reforzó las fortificaciones de Callao, convirtiendo el Colegio Real de San Felipe en cuartel. Además, reorganizó el servicio de correos, estableciendo uno mensual entre Lima y Buenos Aires. Jáuregui dejó el cargo de virrey a su sucesor Teodoro de Croix a inicios de abril de 1783.
En su Relación de gobierno, Jáuregui dejó las siguientes impresiones sobre los habitantes de Lima:
No se puede formar concepto de los genios y costumbres de los vecinos establecidos en las provincias interiores por las cualidades que caracterizan a los de esta capital de Lima. En ella el cuerpo de la nobleza esta muy civilizado, su espíritu es generoso y, sobre todo, posee la prenda del pundonor en tanto grado que por la imitación y ejemplo es general y común en todos los demás individuos y habitantes, y aun en la plebe se descubren muchos rasgos de cultura, exceptuando la vil y baja, porque la esclavitud y rureza influyen a su abatimiento y a que sea muy escasa la utilidad que se reporte en sus destinos. No se observa lo mismo en las demás poblaciones donde no faltan, desde luego, vecinos nobles y juiciosos, pero no es tan abundante y fecundo el trato sociable y político.
Inicialmente, durante los primeros años del virreinato, los tributos eran cobrados por medio de un impuesto personal como señal de vasallaje entre los pobladores del Nuevo Mundo y la Corona española; su cobro se hacía por medio de los oficiales reales, corregidores o caciques. Llegado el siglo XVIII, y como parte de las reformas establecidas durante la gestión del visitador José Antonio de Areche y su colaborador, Jorge Escobedo, en 1780, se creó una oficina especializada en tributos y descentralizada de la Real Hacienda: la Contaduría General de Tributos. Esta era la entidad encargada de administrar todo lo recaudado por el ramo de tributos de indígenas, en el que el contador tenía autoridad para exigir al corregidor el cobro y entrega de los tributos.
A la par de la instalación de este nuevo despacho, se procedió a actualizar los padrones tributarios y sistematizar las visitas quinquenales para llevar un control efectivo sobre los tributos pagados por los indígenas del virreinato del Perú. En la numeración y empadronamiento de tributarios, a cargo del corregidor, la cantidad de empleados pasó de cinco (alguacil mayor, escribano, defensor de indígenas, intérprete y amanuense) a cuatro (escribano, apoderado fiscal, intérprete y amanuense). Si bien la cantidad no parece significativa, lo cierto es que quedaron los necesarios para realizar el registro. Se subieron los salarios, dependiendo de la lejanía del lugar, lo que no ocurría antes, que era un salario fijo. Con todas estas medidas, el cobro del tributo empezó a acrecentarse eficazmente de forma tal que se convirtió en una de las principales fuentes de ingresos del presupuesto virreinal. La cobranza, durante el régimen de las intendencias, ya no se hacía por medio de los corregidores, sino por los subdelegados, quienes recibían 3 % de lo recaudado.
La Intendencia, no obstante, puso en cuestión la existencia de la Contaduría, dado que asumiría muchas de sus funciones. Escobedo decidió que la Contaduría se mantendría con la función de examinar y aprobar las matrículas, y expedir las cuentas de tasa. La cobranza, por otra parte, correspondía a los intendentes, contador de tributos, ministros de la Real Hacienda, subdelegados y alcaldes ordinarios.
En guerra contra Inglaterra, la Armada franco-española pierde la oportunidad de capturar Gibraltar. En América, España se apodera de Florida y Honduras. En este contexto, Juan Pablo Viscardo y Guzmán y su hermano José Anselmo se reúnen en Londres con el secretario del Foreign Office, y presentan un plan para independizar las colonias americanas de España, aprovechando el ambiente de rebelión que existe por las acciones de Túpac Amaru II. La Corona emite la Real ordenanza para el establecimiento é instrucción de intendentes de exercito y provincia en el virreinato de Buenos Aires. Una nueva organización administrativa y fiscal se concreta para la América hispana.
Jorge Escobedo y Alarcón, nacido en Jaén (Andalucía), llegó a América para ocupar un puesto de oidor en la Audiencia de Charcas, en 1776. Luego pasó a la audiencia de Lima, en 1778, para ocupar el puesto de oidor, en 1781. Participó de la visita de Areche y tuvo el cargo de subdelegado en Potosí. Junto a Areche, introdujo reformas económicas que acabaron con los fraudes cometidos por los administradores y enfrentó las consecuencias de rebelión de Túpac Amaru II. Ante los controvertidos pleitos del visitador Areche con los virreyes Manuel Guirior y Agustín de Jáuregui, las autoridades metropolitanas lo destituyeron, reemplazándolo por Escobedo.
En 1782, toma posesión del cargo de visitador general de los Tribunales de Justicia y Real Hacienda de los virreinatos de Lima y Buenos Aires, en juramento ante Jáuregui. Con la misión de seguir con las reformas borbónicas, reorganizó la administración y economía del virreinato peruano. La medida más importante fue la introducción, en 1784, del sistema de intendencias en el Perú, que reemplazó los corregimientos. Supervisó la instalación de intendencias en Trujillo, Tarma, Lima, Huancavelica, Huamanga, Cusco y Arequipa, y cada una de estas, a su vez, divididas en subdelegaciones, de acuerdo con la antigua demarcación territorial de las provincias. Escobedo asumió el mando de la intendencia de Lima, en su condición de superintendente general. Este sistema tuvo el objetivo de administrar mejor el territorio y sus recursos. A diferencia de Areche, Escobedo trató de mantener buenas relaciones con los virreyes, pero estos se quejaron de que sus poderes de superintendente les quitaba jurisdicción en el ámbito fiscal.
En Lima, junto con el Cabildo, llevó a cabo reformas para reactivar su funcionamiento. Le dio una nueva reglamentación para su organización interna, además de proveerle de recursos. Creó la figura del teniente de Policía, cargo que ocupó Juan Egaña, para hacerse cargo del orden y ornato de la ciudad. Asimismo, publicó reglamentos para los gremios de pulperos y panaderos; para los policías y para la instalación de las intendencias; y uno que fijó los gastos de los ceremoniales ofrecidos en recibimientos de virreyes. El cabildo recuperó su prestancia y, a pesar de Escobedo, su autonomía. Tras la muerte del ministro de José de Gálvez, en 1787, las reformas decayeron. No es extraño, en relación con lo mencionado, que Escobedo fuese llamado a terminar la visita y regresar a Madrid a principios de 1788. A su regresó a España, se incorporó al Consejo de Indias, en 1792.
La Guerra de Sucesión Austriaca llega a su fin. En los Estados Unidos, el Congreso ratifica el Tratado de París de 1783, que puso fin a la guerra de independencia. En la América hispana, tras la represión a la rebelión de Túpac Amaru II y la eliminación de los últimos líderes —como Diego Túpac Amaru—, continúan las reformas fiscales y administrativas: el sistema de intendencias se implementa en el Perú. La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas se disuelve. En el ámbito intelectual, Immanuel Kant publica su ensayo ¿Qué es la Ilustración?
En un inicio, José de Gálvez, ministro de Indias, había designado la labor de implantar el sistema de intendencias al visitador José Antonio de Areche. Sin embargo, por sus conflictos con los virreyes Guirior y Jáuregui, no pudo concretar tal labor, dejando el cargo y la función a Jorge Escobedo. Este era su colaborador más cercano y conocía, de primera mano, el virreinato peruano. Areche, en 1778, propuso establecer tres intendencias: Lima, Trujillo y la tercera podía ser Tarma o Jauja. Después se instalaría una en Arequipa, y otra en Oruro, en el Alto Perú. En una última etapa, se crearían cuatro más en el Alto Perú: La Paz, Chucuito, Potosí y Charcas. Este plan no se pudo llevar a cabo porque el sistema de intendencias fue establecido en el virreinato del Río de la Plata, en 1782, y en este se incluía al Alto Perú. Escobedo recibió las ordenanzas de ese virreinato de parte de De Gálvez para que diera su opinión sobre la posibilidad de adaptarse en el Perú. Tras su análisis y adecuación, por real orden del 7 de julio de 1784 se aprobó la propuesta.
El establecimiento del sistema de intendencias respondía a un doble interés de la monarquía: aumentar los ingresos fiscales y establecer un mayor control político sobre el territorio americano. Lo primero no se podía lograr sin conseguir lo segundo: afianzar la autoridad real en lo relativo a asuntos de gobierno económico y dejar que prevalezcan los intereses locales. En virtud de esta ordenanza, el territorio peruano quedó dividido en siete intendencias. Estas, con sus respectivos intendentes, fueron Trujillo, con Fernando de Saavedra; Tarma, con Juan María Gálvez; Huancavelica, con Fernando Márquez de la Plata; Huamanga, con Nicolás Manrique de Lara; Cusco, con Benito de la Mata Linares; Arequipa, con José Menéndez Escalada; y Lima, con Jorge Escobedo y Alarcón. De todo este grupo, el único criollo limeño fue Manrique de Lara. La idea era tener apoyo de la élite criolla, pero el ministerio de Indias eligió otro candidato. Para 1796, se incorpora una intendencia adicional: la de Puno, transferida por parte del virreinato del Río de la Plata. Su primer intendente fue Tomás de Samper.
El régimen de intendencias llegó a subsistir hasta la instalación del sistema republicano, en el que lo único que hizo fue cambiar el nombre de “intendencia” por el de “prefectura”, y el de “partidos” por el de “provincias”.
Proveniente de una familia noble, inició su carrera militar en 1747, como granadero del ejército español en las guerras contra Italia. En 1750, formó parte de la Guardia Valona, lo que lo llevó a ser aceptado, en 1756, en la Orden Teutónica como caballero profeso. Dio comienzo a su trayectoria política cuando llegó a América como parte del séquito de su tío Felipe Carlos Francisco de Croix, nombrado virrey en Nueva España. Fue designado capitán de la guardia virreinal y gobernador de la provincia de Acapulco, para controlar el contrabando que pudiera afectar los intereses de la Real Hacienda. Concluido el periodo de su tío, regresó a España para reintegrarse al ejército. Pero fue de corta estancia, debido a que, en 1775, fue designado capitán general de las provincias mexicanas de Sinaloa y Sonora, cumpliendo estrictamente con sus labores.
Su buen desempeño le valió ser promovido a virrey del Perú, relevando en funciones a Agustín de Jáuregui. En 1784, tomó oficialmente el mando, en la ciudad de Lima. Una de sus primeras medidas fue aprobar el establecimiento del régimen de intendencias. Su relación con el visitador Escobedo no fue conflictiva, aunque pronto se hizo evidente que en los cargos de virrey y superintendente había competencias que se superponían, como las decisiones sobre la política económica del virreinato y el control de los asuntos municipales en la ciudad de Lima. A estos problemas se agregaba asuntos protocolares sobre el lugar de ambos en las ceremonias públicas. En 1787, consiguió que el cargo de superintendente lo asumiera el virrey. Esta medida hizo que el virrey recobrara su preminencia política. Tuvo que enfrentar los conflictos que hubo entre los intendentes de Huamanga y Arequipa, y los obispos de esas diócesis. A la par que reestructuraba la burocracia administrativa, estableció la adopción del método de partida doble para llevar la cuenta y razón de las oficinas de Hacienda con mayor exactitud.
De Croix contribuyó al desarrollo científico del virreinato, al tomar iniciativas o apoyar distintos proyectos, como la creación del Anfiteatro Anatómico, y el establecimiento del Jardín Botánico. En 1790, al término de su gobierno, solicitada por el rey Carlos IV, dejó en buena condición la economía del virreinato del Perú. Al retornar a la metrópoli, fue distinguido con la gran cruz de la Orden de Carlos III por su distinguida trayectoria. Murió en Madrid, a los sesentaiún años, el 8 de abril de 1792.
El 13 de julio de 1784, como medida de ordenamiento por las reformas borbónicas, se crea la Junta Superior de Real Hacienda, como entidad que sustituya a la anterior Junta de Hacienda, debido a que muchos de los virreyes la usaban como respaldo en sus decisiones y salvar su responsabilidad ante el gobierno central ante imprecisiones legislativas, descuidando su función principal. La Junta Superior de Real Hacienda debía asesorar al superintendente de Hacienda en los asuntos económicos y financieros del virreinato. Además, tenía a su cargo la administración de justicia en materias de hacienda y control de gastos militares y de manejo general del erario. Su función era conseguir que se estableciera, en todas las provincias, un método uniforme para el gobierno y administración de la Real Hacienda.
En 1786, las funciones de la Junta Superior de Real Hacienda fueron divididas en dos oficinas: una de gobierno —con competencia exclusiva y plena para la administración y manejo del erario— y otra contenciosa —con funciones judiciales—. Así, se juntaban atribuciones antes desperdigadas entre la Junta de Hacienda, la Audiencia y la Sala de Ordenanza del Tribunal de Cuentas. La Junta Superior de Real Hacienda se reunía en sesiones semanales. Se hallaba conformada por un presidente o superintendente, un regente de la Audiencia, un oidor, un fiscal de lo civil, un contador mayor del Tribunal de Cuentas, un contador de las cajas de Lima y un oficial real, además de dos relatores y un escribano. El visitador general Jorge Escobedo fue el primer superintendente de este despacho. En provincias se crearon también juntas en las que el intendente y los respectivos funcionarios de Hacienda se reunían semanalmente.
Francia, abrumada por una grave situación económica, aprueba la conformación de los Estados Generales para 1789. Mientras tanto, en los Estados Unidos, las Asambleas Estatales se reúnen para ratificar la Constitución promulgada en 1787. En la península, hay actividades de promoción de la investigación científica para conocer mejor los recursos de sus posesiones americanas (expediciones, publicaciones). En la América hispana, las reformas borbónicas pierden fuerza tras la muerte de José de Gálvez, en 1787, como queda claro tras el fin de la visita de Escobedo en el virreinato peruano. La muerte de Carlos III marca el fin de una época de ambiciosas reformas.
Desde 1617, hay registro de reclamos para que se establezca una Audiencia en el Cusco. Aunque Lima era el centro del virreinato, el Cusco era una de las ciudades más pobladas de entonces y con veinticinco corregimientos. Era demasiado territorio para que un corregidor administrara justicia y, por las quejas, la experiencia había demostrado que estaba más interesado en proteger sus intereses. Su territorio se hallaba repartido bajo la jurisdicción de las audiencias de Lima y de Charcas, lo que hizo difícil para ciertos sectores de la población plantear demandas y juicios por el traslado a esas ciudades. Había también un aspecto simbólico: el Cusco se reclamaba como una ciudad importante, “imperial”, por lo que contar con una audiencia confirmaba su importancia social y política.
A pesar de esta necesidad, existían motivos de orden económico que no permitían que se estableciera una audiencia y cancillería, como el hecho de que la Real Hacienda no contaba con las condiciones para un gasto de tal envergadura. Asimismo, la distancia entre el Cusco y Lima hacía más difícil administrar el lugar desde la capital. Pasó mucho tiempo para que esta necesidad se pudiera subsanar; el 26 de febrero de 1787, desde la metrópoli, se dispuso la creación de la Audiencia y Cancillería Real del Cusco. Se considera que la rebelión de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, fue un factor importante para que se tomara tal decisión.
Por medio de la real cédula del 3 de mayo de 1788 se instaló la Real Audiencia para “mayor honor y decoro de la ciudad del Cuzco, antigua metrópoli del imperio del Perú, y evitar los graves perjuicios, y dispendios que se originan a mis vasallos habitantes de ella, y sus provincias inmediatas, de recurrir en sus negocios por apelación a mis Reales Audiencias de Lima, y Charcas”. Además de los territorios del obispado del Cusco (las provincias de Abancay, Azángaro, Aymaraes, Canas y Canchis, Tinta, Calca y Lares, Carabaya, Chilques, Masques, Chumbivilcas, Cotabambas, Cusco, Lampa, Paucartambo, Quispicanchi, Vilcabamba, Urubamba), se incluyeron, en 1796, los partidos de Chucuito y Paucarcolla de la Audiencia de Charcas.
Al instalarse la Audiencia del Cusco, se organizó de la siguiente manera: José de la Portilla y Gálvez como regente; José de Rezábal y Ugarte, Miguel Sánchez Moscoso, y Pedro Cernadas y Bermúdez de Castro como oidores; y Antonio Suárez Rodríguez de Yebra y Malagón como fiscal. Más tarde se unieron un relator, un agente fiscal y un escribano de cámara para su correcto funcionamiento.
El 14 de diciembre de 1788, falleció en Madrid el rey Carlos III de España, considerado el máximo promotor de las reformas borbónicas y uno de los mayores representantes del despotismo ilustrado. Desde que asumiera como rey, se preocupó tanto por fortalecer la autoridad real como por realizar reformas económicas y administrativas para aumentar los ingresos fiscales. Su objetivo no solo fue sostener las guerras contra otras monarquías, sino modernizar a España. Para tal fin, se rodeó de algunas de las mentes más brillantes del ambiente ilustrado. Sus principales ministros fueron el marqués de Esquilache, Grimaldi, Aranda, y los más populares: Floridablanca y Campomanes. Junto a estas personalidades, el rey llevó a cabo sus principales reformas en los ámbitos político, económico, social y científico de la sociedad española.
La ciencia fue un asunto importante en la política de Carlos III. Este rey consideraba que con ella se podría lograr el máximo provecho de los recursos del imperio (donde se contaba con lo que también producían los virreinatos). De esta manera, promovió la creación de jardines botánicos, así como el financiamiento y apoyo a expediciones científicas en la América española. Asimismo, aplicó una reforma en la educación con todo un nuevo plan de estudios para las universidades (que fueron sometidas al patronazgo real). En los territorios americanos, con el apoyo de ministro de Indias José de Gálvez, además de fortalecer sus defensas, se efectuaron reformas administrativas y fiscales que cambiaron la región.
Falleció durante el mandato del virrey Teodoro de Croix, pero la noticia llegó a Lima en los primeros días del año siguiente. De Croix dio la orden de erigir un túmulo en la catedral y de comenzar con las exequias correspondientes. Diferentes personalidades —como los agustinos José Sanz y Bernardo de Rueda, el camilo José Miguel Durán, y el oratoriano Vicente Amil y Feijóo— redactaron panegíricos en honor al difunto rey.
La muerte de Carlos III significó el declive del reformismo ilustrado en España; su hijo y sucesor, Carlos IV, no pudo retomar las reformas de su padre y debió enfrentar las consecuencias de la Revolución francesa, las guerras y la crisis fiscal. El ascenso de Carlos IV al trono fue celebrado en Lima el 10 de octubre de 1789, y la descripción de esto fue hecha por el doctor Juan Francisco de Arrese y Layseca, catedrático de Artes de la Universidad de San Marcos, y el capitán Antonio de Enderica y Apellániz, comisario de gremios de la capital. La Casa de Moneda de Lima acuñó medallas conmemorativas con la efigie y el nombre del nuevo rey de España.
Las reformas borbónicas y sus medidas fiscales, implementadas de forma inconsulta y sin mediar negociación, causaron inmediatamente rechazo en toda la América hispana: desde la entonces remota capitanía general de Chile hasta algún recóndito pueblo del norte del virreinato de Nueva España; desde las élites criollas hasta la población indígena. Las formas de expresión de este descontento fueron variadas: protestas verbales y contenidas en los cabildos o en las ceremonias públicas como el famoso Elogio al virrey Jáuregui de José Baquíjano y Carrillo. También expresiones más desenfadadas, satíricas, virulentas y, sobre todo, desafiantes a la autoridad, no solo del representante local del rey, sino al mismísimo rey, fueron difundas en manuscritos, pasquines e incluso en las paredes de algunas ciudades.
La protesta no quedó solo en palabras. Sucedieron motines urbanos y rurales, así como rebeliones indígenas de cierto alcance local, que produjeron ocasionalmente muertes producto de la gresca, o la ejecución premeditada de algún corregidor, cobrador de impuestos u otro funcionario real. Con todo, esas protestas no quebraron el sistema político de la monarquía hispana, como pasó en las colonias inglesas en América del Norte, donde también el conflicto fue originado por reformas fiscales. No obstante, en el sur andino y en el Alto Perú, durante dos años, la población indígena produjo un movimiento rebelde que preocupó y asustó a las élites peninsulares y criollas, más aun porque se difundieron ideas sobre el retorno del Inca.
La rebelión liderada por José Gabriel Condorcanqui, más conocido como Túpac Amaru II, pareció ser la chispa que prendió el fuego del descontentó social desde la provincia de Tinta, al sur andino y el altiplano. Fue el único de todos los movimientos del siglo XVIII que tuvo un amplio alcance regional. Movilizó a miles de indígenas y, al menos, en un primer momento, tuvo apoyo de criollos y mestizos, incluso de algunas autoridades eclesiásticas. Esta rebelión se puede dividir en dos fases. La fase cusqueña, desde la captura del corregidor Arriaga (4 de noviembre de 1780) hasta la ejecución de Túpac Amaru II (abril de 1781). La fase aimara, entre abril y noviembre de 1781, cuando el liderazgo es tomado por Diego Túpac Amaru y Miguel Bastidas, primo y cuñado de José Gabriel, respectivamente. A ellos se unió Julián Apaza (Túpac Catari) cuando la rebelión se articuló con la del Alto Perú. El descontrol de la violencia —que aterrorizó a los criollos—, la falta de apoyo de otros caciques y errores estratégicos, entre otras razones, llevaron a que la rebelión no tuviera éxito. Con todo, el virrey, para controlar el descontento social, amnistió a los rebeldes, aunque al final fueron ejecutados.
Aniquilada la amenaza de rebelión, se llevaron a cabo reformas para eliminar las causas más relevantes del descontento, como los corregidores y los repartimientos, y también al sector social que la había liderado: los caciques indígenas. Los discursos e imágenes benévolas sobre el incario fueron prohibidas. Asimismo, a la nobleza indígena, pese a que un grupo rechazó las pretensiones de Túpac Amaru II y apoyó decididamente al ejército realista, se les fue quitando preeminencias e influencia sobre la población indígena a su cargo.
Línea de tiempo
España se enfrenta a Inglaterra en el Caribe en la denominada guerra del Asiento (1739-1748), también conocida como la guerra de la Oreja de Jenkins, causada por la política española contra los contrabandistas ingleses. Estos fueron derrotados, pero los costos de la guerra llevaron a la venta de oficios en la Audiencias americanas, además del aumento de impuestos. El sistema de flotas español terminó. El virreinato peruano pasó por entonces por una coyuntura rebelde como respuesta a la política del virrey Castelfuerte, que aumentó la presión fiscal y el trabajo de la mita minera.
La selva central del virreinato peruano, en la amplia zona de lo que hoy es parte de los departamentos de Ayacucho, Huánuco, Junín y Pasco, fue escenario de una rebelión liderada, en palabras del fraile franciscano Manuel del Santo, por un “indio que decía ser Inca, que llamaba a todas las gentes de la montaña”. Ese indígena fue conocido como Juan Santos Atahualpa.
De Juan Santos Atahualpa no se conoce mucho en realidad y de lo poco que se conoce no hay seguridad absoluta. Las informaciones son contradictorias y alimentan más bien su leyenda y su ascendencia inca. De acuerdo con la información dada por los frailes franciscanos, con quienes se entrevistó, Juan Santos había nacido en el Cusco, en la década de 1710, y trabajó para los jesuitas. Otras noticias aluden a su educación en el colegio de caciques del Cusco, lo que probaría su linaje real.
La rebelión de Juan Santos Atahualpa se desarrolló entre 1472 y 1756, en el Cerro la Sal y en el Gran Pajonal, lugares en los que se establecieron misiones franciscanas, y donde la presencia de sal y oro atrajo a población foránea para su explotación. Estas actividades religiosas y económicas pronto ejercieron presiones y abusos sobre la población nativa que generaron descontento social. Por esta razón, la rebelión involucró a un conjunto de etnias nativas de la región, como la asháninka, amuesha y yanesha. Juan Santos, en mayo de 1742, declaró que su objetivo era expulsar a los españoles y sus esclavos negros, no solo de la región, sino también del virreinato. Su éxito fue parcial. Solo consiguió expulsar a los misioneros franciscanos de la región.
En el Gran Pajonal, Juan Santos estableció su cuartel general, y convocó a una gran cantidad de indígenas de toda etnia, incluyendo algunos curacas. Juan Santos nombró general a Mateo Assia, líder amuesha de los pueblos de Metraro y Eneno, y como lugarteniente, a Antonio Gatica, un exesclavo africano casado con una asháninka. Desde Tarma, una expedición española partió a enfrentar la rebelión con el objetivo de capturar a Juan Santos. Los misioneros franciscanos del Cerro la Sal debían facilitar el paso de las tropas realistas, construyendo un puente. Sin embargo, el 17 de setiembre de 1742, fueron atacados y eliminados por los rebeldes.
Las autoridades españolas enviaron varias expediciones desde la sierra. Todas fracasaron ante las tácticas de guerrilla de los rebeldes. El temor de que esta se extendiera de la selva a la sierra central cundió entre los españoles. De hecho, Juan Santos, en 1752, incursionó en la sierra. Tras el ataque a la misión de Sonomoro, pasaron a los pueblos cercanos, hasta llegar a Andamarca (actual Junín), donde, ante la negativa de los indígenas locales de sumarse a su causa, se procedió a quemar y saquear el pueblo. Esta incursión en la sierra representó la última acción bélica de los rebeldes. Se presume que Juan Santos murió asesinado por uno de sus seguidores durante una festividad, aproximadamente 1755 y 1756.
En el contexto internacional se firma el Tratado de Madrid entre España y Portugal sobre el límite del Río de la Plata. Siete pueblos de las Misiones Orientales pasaron a Portugal a cambio de Colonia del Sacramento. La política borbónica atacó los intereses de criollos, y buscó eliminar la posibilidad de ascenso social de mestizos y mulatos. La Corona puso fin a la venta sistemática de puestos a las audiencias americanas y otros nombramientos reales. Asimismo, se ordenó que los mestizos y mulatos no pudieran acceder a puestos, como el de escribano o notario, y se les prohibió ingresar a la Universidad de San Marcos o a las órdenes religiosas.
A las afueras de la ciudad de Lima, en las pampas de Amancaes, un grupo de indígenas, mestizos y criollos conspiraba un plan para tomar prisionero al virrey, tomar las armas del palacio virreinal, controlar la ciudad y el puerto del Callao, y liberar a los esclavos para obtener apoyo. Esta conspiración había sido descubierta a partir de la comunicación de un religioso, quien, enterado de tales planes, decidió comunicarlo al gobierno. El virrey José Antonio Manso de Velasco, conde de Superunda, indica en su memoria lo siguiente:
La primera noticia adquirida en el secreto inviolable de la confesión me la comunicó el 21 de junio con misteriosa reserva un Religioso, a fin de que resguardase mi persona, por no tener más facultad del penitente, que poseído del temor de perder la vida a manos de los conspiradores, solamente dio especies vagas y confusas, que ni podían despreciarse, ni ministraban luz para inquirir sin el riesgo de que prevenidas se hiciesen inaveriguables; pero agregada otra denuncia por medio de un sacerdote párroco, y convinadas sus circunstancias, y observadas las habitaciones de aquellos en quienes recaían vehementes sospechas, pude introducir espías dobles en una de sus juntas, y penetrar a fondo la conspiración.
En los días siguientes, en un taller de ollería en el barrio de Cocharcas, se detuvieron a varios individuos señalados como líderes de la conspiración. De todos ellos, Francisco García Jiménez y Pedro Santos se dirigieron a Huarochirí, aunque este último fue capturado. La suerte de los conspiradores fue variada, pues dependió del grado de intervención, así como de su posición social y étnica. Uno de ellos, según testimonio contemporáneo, que era “amestizado, casi criollo”, recibió una pena de doscientos azotes. Cuatro fueron enviados a prisión, dos al Callao y dos a África. Los demás conspiradores fueron ahorcados y descuartizados.
Las motivaciones sobre esta fallida rebelión estarían principalmente en las leyes que impedían a mestizos, mulatos e indígenas tanto ejercer oficios de escribanos como ingresar a escuelas o universidades. Además, se conoce que Miguel Surichac o Surruchaga tuvo acceso al conocido manifiesto de Oruro. Este documento, elaborado por Juan Vélez de Córdova, fue el programa político de la fallida sublevación en la Villa de Oruro de 1739, en el que se criticaba el abuso de los peninsulares sobre la población indígena, y proponía una alianza entre criollos, mestizos e indígenas para restaurar el imperio de los incas. Según un testimonio de la época, los objetivos trazados habrían estado en cierta consonancia con ese manifiesto.
El 25 de julio, poco tiempo después de debelada la conspiración en Amancaes, se produjo una rebelión en Huarochirí contra el corregidor Juan Joseph de Orrantia, y su cuñado, el teniente general Francisco de Araujo. El líder de esta rebelión fue Francisco García Jiménez, conocido como Francisco Inca, quien había estado relacionado con los conspiradores de Amancaes. Él había logrado escapar y huir con destino al pueblo de Lahuaytambo, en la provincia de Huarochirí.
Francisco Inca, emparentado con los caciques de Huarochirí, estaba casado con María Gregoria Melchor. Ella era hija de Juan Pedro Puipuilibia, cacique de la guaranga Chaucarima, hermano de Andrés de Borja Puipuilibia, cacique principal —interino— de Huarochirí. Con el apoyo de su familia política, Francisco reclutó cerca de trescientos hombres, con quienes tomó por asalto el pueblo de Santa María de Jesús de Huarochirí, capital de la provincia. Inmediatamente dieron muerte al corregidor Orrantia y a su cuñado, y en los días siguientes, a la mayoría de los españoles, con excepción de los curas.
Desde antes de la ejecución de estas acciones, el virrey Manso de Velasco dio la orden al teniente corregidor de apresar a los rebeldes que habían huido de Lima rumbo a Huarochirí. A su vez, el teniente corregidor le comunicó a Sebastián Franco Melo, soldado y minero español asentado en la zona de Yauli, región minera de Huarochirí, que se mantuviera a la retaguardia. Melo tuvo una destacada actuación para sofocar la rebelión, gracias a su conocimiento de la región y al uso estratégico de las rivalidades existentes entre los pueblos, recursos que usó a favor de detener a los líderes de la rebelión. En una de sus cartas, escribió lo siguiente:
Hijos, alcaldes, y principales del pueblo (y aquí pone nombre del pueblo Langa, por ejemplo) recivi vuestra carta en la que me decis soys leales vasallos de su Magestad, y que solo de miedo de los rebeldes de (nombre de Lahuaitambo, pueblo rival) entraseis en la sublevación, pero si os perdono en nombre de Su Magestad este dicho delito me entregareis muertas o presas las personas de Francisco Ximinez Inga (y otros cinco lideres rebeldes) lo que os agradezgo y en nombre del Rey Nuestro Señor las recibo, y sereis premiados y os entregare sus tierras…
La estrategia de Melo tuvo éxito. Juan Pedro Puipuilibia fue capturado por los indígenas de Langa. Días después, unas tropas enviadas desde Lima, al mando del marqués de Monterrico, lograron capturar a Francisco Inca, quien fue apresado y sentenciado a la horca, finalizando así esta rebelión.
Las reformas borbónicas en el virreinato peruano empiezan a ejecutarse con mayor presión debido tanto a la visita general a cargo de José Antonio de Areche como a la expedición de un bando, por parte del virrey de Río de la Plata, que prohíbe extraer metales para el Perú. La monarquía hispana firma documentos para delimitar fronteras en América, como el Tratado de San Ildefonso con Portugal sobre sus dominios territoriales en América del Sur y el Tratado de Aranjuez con Francia sobre sus posesiones en la isla La Española. Por otra parte, en Cádiz parte la expedición botánica liderada por Hipólito Ruiz.
A mediados de julio de 1777, en el pueblo de Llata, capital de la provincia de Huamalíes del corregimiento de Huánuco, ocurrió un levantamiento de indígenas y mestizos ocasionado por los abusos cometidos por las autoridades españolas y los perjuicios sufridos por los repartos. El conflicto se desarrolló debido a la visita del teniente corregidor Domingo de la Cajiga, y de su sobrino, el jefe de milicias, capitán José de la Cajiga, quienes debían hacer efectivo el cobro de tributos y pagos por los repartos de mercancías.
La rebelión empezó con el ataque a la casa de Matías Ramírez, donde se encontraban alojados el teniente corregidor y su sobrino. El objetivo era incendiar la vivienda. En el transcurso de los hechos, se da muerte a José de la Cajiga, quien había opuesto resistencia al intentar huir, mientras que Domingo de la Cajiga no pudo escapar muy lejos y fue victimado por el tumulto. El conflicto se extendió rápidamente a los pueblos de Miraflores, Puños, Punchao y Singa. El virrey, enterado de lo acontecido, decidió enviar tropas al mando del capitán Juan Savage o Sabager, quien logró detener la insurrección hasta fines de diciembre, cuando ocurre un último acto de sublevación, al producirse la quema del obraje de Quivilla y de la casa del corregidor de la provincia Santiago y Ulloa. La rebelión fue sofocada, y se detuvieron a más de setenta implicados, quienes fueron sentenciados en primera instancia a prisión, destierro y muerte. No obstante, las sentencias solo fueron cumplidas de manera parcial, sin ejecutarse penas de muerte.
En noviembre, en la villa de Maras (Urubamba, Cusco), un grupo de rebeldes violentaron la casa del corregidor Pedro Lefdal y Melo, la cual fue incendiada por completo. El corregidor pudo huir gracias a la ayuda del obispo del Cusco, quien lo disfrazó con una sotana. Tres días después, los rebeldes pasaron al pueblo de Urubamba, donde aprovecharon de la noche para incendiar varias casas, incluida la del corregidor, destruir las puertas del archivo y la cárcel, y robar documentación.
Las acciones de insubordinación habrían cesado durante los meses siguientes, hasta el 2 de febrero de 1778, cuando informados por la llegada al Cusco de Manuel Rodríguez, justicia mayor, muchos rebeldes deciden tomar por armas las calles. Estos actos fueron detenidos por el alguacil mayor Esteban Salcedo, quien apresó a veintiséis sujetos, que fueron enviados a la cárcel de Urubamba y, luego, al Callao.
Sobre las motivaciones que propiciaron la rebelión, destacan la imposición de los repartos, así como las reformas fiscales. La instalación de la aduana de La Paz había afectado seriamente a los comerciantes, itinerantes y arrieros de la región, quienes tomaron posición, y habrían liderado, junto a los indígenas, estos actos rebeldes.
La monarquía hispana desde 1779 se encuentra en guerra con Inglaterra, apoyando de esta forma a las Trece Colonias de América del Norte en su lucha por la independencia. Los gastos fiscales aumentaron y la Corona presionó con más impuestos. El peligro de que la guerra llegara a los territorios hispanos aumentó, y los virreyes prepararon puertos y naves ante la posibilidad de ataques de corsarios. No obstante, el mayor peligro estaba dentro del virreinato: en los Andes y el Alto Perú se inició la Gran Rebelión del Cusco. Era un efecto de la presión fiscal, y el grado de conflictividad y descontento social llegó a su punto más alto ese año.
La instalación de una aduana en Arequipa causó inmediatamente descontento en los comerciantes criollos, mestizos e indígenas, dado que se cobraba la alcabala sobre diferentes productos que afectaban sus negocios (aguardiente) o encarecían sus alimentos (trigo, papa). Estos comerciantes atacaron el local de la aduana, además de casas comerciales y la cárcel. Tales acciones, llevadas a cabo en enero, fueron acompañadas por la difusión de pasquines, en los cuales se amenazaba a importantes comerciantes como Juan Goyeneche, Antonio Alvizuri y Mateo Cossío, quienes tenían intereses en el reparto. El corregidor Balthazar de Semanat, ante esta situación, decidió clausurar la aduana y suspender el cobro de la alcabala. Ello no evitó que el ataque cesara. De hecho, su casa fue incendiada.
Algo similar se gestó en el Cusco. Entre el 14 y 16 de enero, aparecieron pasquines en contra de la instalación de una aduana en esa localidad. Pese a la negativa local, la aduana cusqueña comenzó a operar bajo la Real Renta de Tabacos. Los rumores acerca de un posible levantamiento general se acrecentaron; había descontento por parte de los hacendados y dueños de obrajes criollos, así como de los comerciantes indígenas que se veían afectados por el cobro de alcabalas. Además, desde 1776, las reformas afectaron al gremio de plateros, a quienes se les impedía trabajar con oro y plata obtenida de contrabando.
La conspiración estuvo compuesta por diez criollos, que lograron atraer a su causa al cacique de Písac Bernardo Tambohuacso. Al parecer, eran hacendados, dado que el cacique tenía vínculos muy estrechos con este grupo gracias a la prestación de indígenas de su jurisdicción para el trabajo en las haciendas. La conspiración fue descubierta el 31 de marzo, a razón de la confesión de Idelfonso Castillo, quien se lo comunicó al fraile agustino Gabriel Castellanos. Este, a su vez, dio aviso a Joaquín Valcárcel, corregidor de Quispicanchis.
Castillo, al ser interrogado, dio los nombres de los implicados en la conspiración; entre ellos se hallaban Lorenzo Farfán de los Godos, criollo sindicado como líder del levantamiento, y al ya mencionado cacique Tambohuacso, quien iba a organizar la fuerza militar compuesta de indígenas. Todos los acusados fueron finalmente sentenciados a la horca. A algunos se les ejecutó en junio, salvo Tambohuacso, quien había huido y, tras su captura, fue ahorcado el 17 de noviembre de 1780.
El 4 de noviembre, camino al pueblo de Tinta, un grupo de rebeldes, liderado por el cacique José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, tomó preso al corregidor José Antonio de Arriaga. Seis días después, en la plaza de Tungasuca, ante miles de indígenas, se proclamó en quechua que “por el Rey se mandaba que no hubiera alcabala, aduanas, ni mina de Potosí, y que por dañino se le quitase la vida al corregidor Don Antonio Arriaga”. Este fue el inicio de la rebelión indígena más importante del siglo XVIII, denominada como la Gran Rebelión por su alcance regional y temporal —duró alrededor de dos años—, y con amplias consecuencias políticas y sociales en el virreinato peruano.
Tras la captura y muerte del corregidor, Túpac Amaru II empezó una campaña para atraer adhesiones y recursos económicos: suprimió mitas, repartos, aduanas, alcabalas y dio libertad a los esclavos. Todo ello, además, en nombre del rey. Cursó también cartas y emisarios a los pueblos cercanos para conseguir apoyo, mientras un grupo de espías vigilaba los caminos para estar prevenidos ante el ataque de las fuerzas realistas. Asimismo, su incursión en la provincia de Quispicanchis le valió capturar dinero y telas, y destruir obrajes en Pomacanchi y Parapujio. Esto último le valió el apoyo de la población indígena local, harta de los abusos de los dueños de los obrajes. Más aun, al permitir el saqueo a los bienes de las élites locales, parecía hacerse algo de justicia. El mensaje y las acciones de Túpac Amaru, en un contexto social tan deprimido, le permitió captar rápidamente adeptos.
En el Cusco, mientras tanto, una junta de guerra convocada por las autoridades, recabó recursos para organizar un ejército local y reprimir a las fuerzas tupamaristas. A Fernando de Cabrera, corregidor de Quispicanchis, quien poco antes había escapado de los rebeldes, se le encargó tal misión, junto a Tiburcio Landa, gobernador de Paucartambo. A este grupo de criollos, mestizos y peninsulares se agregaba el apoyo de Pedro Sahuaraura y Ambrosio Clillitupa, caciques del pueblo de Oropesa. Se conformaba una milicia de aproximadamente ochocientos hombres que llegó al pueblo de Sangarará, el 17 de noviembre, donde acampó.
El 18 de noviembre, a las cuatro de la mañana, la milicia estaba rodeada por los rebeldes liderados por Túpac Amaru II, cuyas fuerzas era de aproximadamente seis mil indígenas. La milicia de Cabrera optó por refugiarse en la iglesia para resistir el ataque. El líder rebelde envió un emisario, exigiendo la rendición, e indicó que los criollos, mestizos y mujeres podían salir sin peligro de la iglesia, que no serían atacados, pero los realistas lo impidieron, ejecutando a aquellos con pretensiones de salir. La lucha duró unas horas. Los realistas eran inferiores en cantidad, pero contaban con armas. No obstante, la pólvora que tenían causó un incendio en el techo, desplomándose una pared. Murieron más de quinientos en el conflicto. Tras el combate, la rebelión siguió hacia el sur, ganando apoyo.
De todos los tributos o cargas que debían pagar los indígenas, el del reparto mercantil fue el más repudiado, sobre todo cuando se agregaba a otra imposición. Asociado al cargo del corregidor desde el siglo XVII, el reparto mercantil fue legalizado en 1751. El corregidor distribuía de forma obligatoria a la población indígena diversos productos europeos y locales a crédito y a sobreprecio. El pago era generalmente en especie y trabajo, y en menor medida, en moneda. Con todo, el indígena se veía obligado a trabajar para pagar su deuda. El reparto se veía como una forma de asegurar mano de obra para haciendas, obrajes y minas, y como mercado para determinados productos. En este sistema, los corregidores y comerciantes eran los más beneficiados.
La abolición del sistema de repartos se dio a pocos días de haber estallado la rebelión de Túpac Amaru II. Pero desde su legalización habían sucedido revueltas asociadas al reparto. Además, sus efectos económicos no parecían beneficiar al fisco y, en tal sentido, el visitador Areche, en mayo de 1780, había enviado a la Corona, dentro de un conjunto de sugerencias, la supresión del reparto. Tras la victoria rebelde en Sangarará, el corregidor y el consejo de guerra del Cusco anunciaron que los indígenas ya no estarían obligados de pagar por los productos que se les había repartido. Era una medida para calmar los ánimos y restar apoyo a los rebeldes.
Esta medida se discutió en Lima, en la Real Audiencia, y el 9 de diciembre, el virrey Agustín de Jáuregui anunció la abolición general de los repartimientos. El mensaje del bando era claro:
Se han experimentado generalmente funestas consecuencias por el abuso que de él [reparto] han hecho los corregidores en grave daño y perjuicio de los mismos indios a quienes se intentaba beneficiar [… ] Por tanto, y arreglándome al tenor de dicho Auto, declaro que de aquí adelante sean y se entiendan abolidos, y extinguidos todos los Repartimientos de Corregidores de todas las Provincias del Reyno, y mando que ninguno de ellos, con ningún motivo ni pretexto los verifique ni ejercite con los indios de su jurisdicción, en poca ni en mucha cantidad ni en cualesquiera efectos o cosas, aunque aleguen serles útiles o necesarios a los indios, dárseles en ínfimo precio o distribuírseles a su voluntad, de su consentimiento o a su súplica o instancia, porque ninguno de estos efugios u otros cualesquiera, les excusará de la transgresión ni los eximirá de la pena de perdimiento de oficio y de todos sus bienes.
Tras la batalla en Sangarará, Túpac Amaru II dirigió su campaña hacia el sur. Su esposa, Micaela Bastidas, se mostró en contra de esa decisión. Ella consideraba que era prioritario atacar el Cusco. Dada su precaria situación defensiva, parecía una plaza fácil y razón no le faltaba. Era una oportunidad que debía aprovecharse, mas su esposo insistió en seguir la campaña en el altiplano. Había ahí una considerable población indígena descontenta con las presiones que ocasionaba la mita minera de Potosí; con este contingente a su lado, su ejército se ampliaría considerablemente y estaría mejor preparado para enfrentar a las fuerzas realistas. Y tuvo cierto éxito. Un testimonio de la época de forma alarmada señalaba que “300 leguas que se cuenta de longitud, desde el Cusco hasta las fronteras del Tucumán en que se contienen 24 provincias, en todas prendió casi a un tiempo el fuego de la rebelión, bien que con alguna diferencia en el exceso de las crueldades”.
Mientras Micaela se quedaba en Tungasuca, Túpac Amaru II le pidió a su primo Diego Cristóbal que lo ayudase en el comando de las tropas. Pero, en el sur, los caciques, enterados de estos planes, formaron una alianza con los corregidores de Azángaro, Chucuito, Carabaya, Lampa y Puno, así como con Diego Choquehuanca, importante cacique de Azángaro. El 24 de noviembre, los corregidores capturaron al sobrino del líder rebelde, Simón Noguera, quien fue ejecutado el 4 de diciembre.
La campaña del sur se basó más en el convencimiento que en el enfrentamiento directo. Túpac Amaru II enviaba emisarios y proclamas previamente a los pueblos, en las que se les invitaba a unirse a la rebelión. Por ejemplo, el 20 de noviembre, dirigió una carta a la población de Lampa, en ella anuncia su pronta llegada al mando de seis mil indígenas. Cuando tenía una respuesta positiva, entraba en los pueblos y las autoridades españolas huían aterrorizadas. Así, en diciembre, Túpac Amaru II ocupó la ciudad de Lampa, Azángaro, Corporaque, Yauri, Calca, Yucay, Lares y Urubamba, donde tomó los bienes de los corregidores y caciques realistas. En Azángaro, se destruyeron las propiedades del cacique Choquehuanca, por su rechazo a la petición de Túpac Amaru II de que se una a la rebelión y en venganza por la ejecución de su sobrino. Luego de Azángaro, el líder rebelde viajó de regreso a Tungasuca, con el propósito de organizar su campaña al Cusco. Además, tal y como lo deseaba, la rebelión se propagó a Arequipa, Moquegua, Tacna y Arica.
El descontento por las reformas borbónicas se extiende y parece descontrolarse. En el Alto Perú, ocurren varias rebeliones: Oruro y Tupiza. Tomás Catari es asesinado y en Chayanta suceden levantamientos. Dámaso y Nicolás Catari sitian la ciudad de La Plata. Julián Apaza (Túpac Catari) sitia La Paz dos veces. En el virreinato de Nueva Granada se produce la rebelión de los comuneros. Juan Pablo Viscardo y Guzmán comunica al representante británico en Liorna (Italia) sobre la rebelión del Cusco. Propone un plan de ayuda para los rebeldes. Los ingleses en América del Norte pierden la batalla de Yorktown ante los ejércitos estadounidense y francés. Las negociaciones de paz se inician.
El 20 de diciembre de 1780, Túpac Amaru, junto a su ejército, partió de Tungasuca hacia el Cusco. Se calcula que comandaba alrededor de cuarenta mil seguidores, entre hombres y mujeres. En la ciudad, el consejo de guerra ya había hecho preparativos para enfrentar el ataque: se organizaron seis milicias, se recabaron recursos para comprar o fabricar armas, y se prohibió dejar la ciudad. El obispo Juan Manuel Moscoso y Peralta fue uno de los más activos, disponiendo de los locales de la iglesia y organizando militarmente a los propios sacerdotes. Con todo, desde Lima, el visitador Areche consideraba insuficiente lo hecho.
Su decisión de sitiar el Cusco se dio por la creciente organización del ejército realista, que poco tiempo antes había tenido su primera victoria contra los rebeldes en el pueblo de Ocongate, provincia de Quispicanchis. El 28 de diciembre, la ciudad amaneció con miles de rebeldes acampando en las afueras, en el cerro Picchu. Diego Cristóbal se dirigió al Valle Sagrado para atacar la ciudad por el norte. Sin embargo, Túpac Amaru no se hallaba conforme con la cantidad de seguidores que tenía. No había conseguido apoyo de la población indígena cercana a la ciudad. Ello se debía, en parte, a que los realistas habían llevado a la ciudad a todos los caciques para evitar que se unieran al rebelde. Por esta razón, en una carta del 30 de diciembre le encargó al padre José de Maruri que le diga “a sus comisionados y kurakas en Azángaro que le enviaran gente yndiana, mestizos y españoles para su novísima campaña”.
Túpac Amaru II, mientras esperaba la llegada de refuerzos, envió emisarios para negociar con las autoridades la rendición y mensajes a la “plebe” para que se uniera a la rebelión. Esta pasiva estrategia, que ya había sido usada antes con éxito, fue vista por las autoridades españolas como un error, debido a que permitió la llegada, desde Lima, de las fuerzas del comandante Gabriel Avilés, quien arribó al Cusco el 1 de enero. En los días siguientes, incursiones rebeldes fueron derrotadas y Diego Cristóbal no consiguió su objetivo de abrir un frente por el norte. Fuerzas realistas al mando del cacique Mateo Pumacahua lo detuvieron en el puente Urubamba.
Los días que siguieron a la llegada de Avilés al Cusco fueron de organización de las fuerzas realistas y constantes enfrentamientos para impedir la entrada de los rebeldes en la ciudad. Los realistas habían logrado el apoyo de dos importantes caciques: Pedro Sahuaraura y Mateo Pumacahua, quienes comandaban a miles de indígenas. El 8 de enero, llegó al Cusco el corregidor de Paruro con ocho mil refuerzos. Continuaron ataques y correrías que no definían militarmente nada, aunque desgastaban a los rebeldes. Túpac Amaru II continuaba con sus mensajes, en los que demandaba la rendición. El 10 de enero, los realistas llevaron a cabo una ofensiva frontal, que obligó a retroceder a los rebeldes. Esa misma noche, con pocos recursos y muchas deserciones, Túpac Amaru II y sus huestes abandonaron el sitio del Cusco.
Tras el fin del asedio al Cusco y la retirada de los rebeldes, llegaron a la ciudad quince mil soldados bien armados bajo el mando del mariscal José del Valle y del visitador José Antonio Areche, quienes se encargaron de dirigir las operaciones militares contra los revolucionarios. Estas fuerzas, más las de apoyo local organizadas por los caciques realistas, se dividieron en seis columnas que debían converger en Tinta para acabar con la rebelión de forma definitiva. Areche, además, publicó el 5 de marzo un decreto en el que ofrecía indulto a los insurgentes y una recompensa a quienes ayudaran en la captura de los líderes rebeldes.
Túpac Amaru II, por otra parte, se alistaba para continuar la lucha en el sur, enviando comunicaciones a sus comandantes en Carabaya, Lampa y Azángaro, a fin de que estuvieran bien dispuestos. Micaela Bastidas, por su parte, preparaba la logística para contener el ataque realista contra la base rebelde: desde la construcción de trincheras hasta el abastecimiento de alimentos y el pago de sueldos. La situación de los rebeldes ya no era tan positiva. Además de traiciones como las del clan criollo de los Castelo, la noticia de la derrota del Cusco le restó apoyo local.
El ejército realista avanzó, no sin problemas, hacia Tinta. Además de lo difícil del terreno, el clima y la falta de recursos, debían soportar los esporádicos ataques rebeldes. Habían repelido apenas ofensivas de los insurgentes el 20 y 21 de marzo, pese a que tuvieron previo aviso. El poderío realista se estaba mermando, más aun por la deserción de la tropa indígena. Pese a todo, los realistas avanzaron por Chumbivilcas y lograron derrotar a las tropas de Tomás Parvina y Miguel Bermúdez, comandantes de confianza de Túpac Amaru II.
A fines de marzo, las seis columnas del ejército realista se instalaron cerca de Tinta. Túpac Amaru II y sus tropas quedaron rodeados. La estrategia del ejército realista fue esperar a que los rebeldes realizaran algún movimiento, pues habían sido informados que estaban faltos de provisiones. El 4 de abril, los rebeldes intentaron un ataque sorpresa, pero fueron sobrepasados por las fuerzas realistas, que avanzaron sobre Tinta. Túpac Amaru II apenas consiguió huir cruzando a nado el río Vilcanota, luego se dirigió al pueblo de Langui, pero fue traicionado y entregado al ejército realista por Ventura Landaeta. Micaela Bastidas, sus dos hijos, algunos capitanes y aliados fueron también apresados cuando pretendían huir rumbo a La Paz.
El 14 de abril, Túpac Amaru II, Micaela Bastidas, sus hijos y otros rebeldes entraron como prisioneros en el Cusco. En esta ciudad se vivía un sentimiento de fiesta ante la derrota de quien había sido su peor pesadilla. El visitador José Antonio Areche se hallaba a la cabeza del convoy, al que poco antes había dado alcance. Imposible que no fuera partícipe de tan importante momento. Túpac Amaru II fue conducido a una celda cerca de la plaza, y el resto, al colegio San Francisco de Borja. Fue entonces que empezó el juicio a los rebeldes. Evidentemente, Túpac Amaru II y Micaela Bastidas concentraron la atención del visitador Areche y del oidor Benito de la Mata Linares, quienes buscaban información acerca de sus cómplices en el Cusco y Lima. No tuvieron éxito, pese a las torturas.
Al líder rebelde se le juzgó por los crímenes de sedición, rebelión, seducción de castas, ahorcamiento del corregidor Arriaga e intento de fuga en dos ocasiones de su calabozo. Se le sentenció a
que sea sacado a la plaza principal y pública de esta ciudad (Cusco), arrastrado hasta el lugar del suplicio, donde presencie la ejecución de las sentencias que se dieren a su mujer, Micaela Bastidas, sus dos hijos Hipólito y Fernando Tupac-Amaru, a su tío, Francisco Tupac-Amaru, a su cuñado Antonio Bastidas, y algunos de los principales capitanes y auxiliadores de […] su proyecto, los cuales han de morir en el propio día; y concluidas estas sentencias, se le cortará (a Túpac Amaru) por el verdugo la lengua, y después amarrado o atado por cada uno de los brazos y pies con cuerdas fuertes, y de modo que cada una de estas se pueda atar, o prender con facilidad a otras que prendan de las cinchas de cuatro caballos; para que, puesto de este modo, o de suerte que cada uno de estos tire de su lado, mirando a otras cuatro esquinas, o puntas de la plaza, marchen, partan o arranquen a una voz los caballos, de forma que quede dividido su cuerpo en otras tantas partes…
El 18 de mayo de 1781, en la plaza de armas del Cusco, se procedió a la ejecución de la sentencia. A Túpac Amaru II se le cortó la lengua y ató a cuatro caballos. Sin embargo, al no poder desmembrar el cuerpo del sentenciado después de estar mucho tiempo tirando de él, Arreche mandó a que se le cortase la cabeza, y que se su cuerpo se descuartizara. Las cabezas y extremidades de los cuerpos de los rebeldes fueron enviadas a Tungasuca, Tinta, Pampamarca y Surimana.
Tras la captura y ejecución de Túpac Amaru II, la rebelión continuó en la zona del altiplano, liderada por su primo y su hijo, Diego Cristóbal y Mariano, respectivamente, junto con su sobrino Andrés Mendigure y su cuñado Miguel Bastidas. Todos ellos usaron como segundo nombre Túpac Amaru y establecieron como cuartel general el pueblo de Azángaro. A ellos se unió, en una frágil alianza, Julián Apaza (Túpac Catari), quien, de forma paralela, y sin contacto con la rebelión del Cusco, se había levantado contra los realistas en el Alto Perú, sitiando La Paz entre marzo y julio.
A diferencia del Cusco, en el altiplano los realistas estaban muy lejos de controlar la situación. Es más, ni el mismo Túpac Amaru II tuvo el control de la situación, dado que había grupos cataristas e independientes que no seguían sus planes, y mucho menos sus estrategias de mandar emisarios y tratar de convencer a los pueblos para ganar aliados o evitar el ataque a criollos o españoles de manera indiscriminada. Eran muchos más radicales. Los rebeldes tupacamaristas, sin su líder, dejaron también sus tácticas. La violencia escaló y se atacaba al enemigo sin dudas, arrasando con todo aquel que pareciera europeo, e incluso mestizo, fuesen mujeres o niños. Los realistas tampoco se quedaron atrás y eliminaron a todos los indígenas sospechosos de rebeldes. Como precisamente lo hicieron las fuerzas militares de José del Valle y Gabriel Avilés para eliminar a los rebeldes tupamaristas en el altiplano.
Diego Cristóbal y Mariano Túpac Amaru sitiaron la ciudad de Puno del 7 al 12 de mayo. Para el 24 de mayo, las fuerzas de Del Valle y Avilés estaban a las afueras de Puno, pero muy desgastadas. Ante la imposibilidad de resistir un ataque rebelde, se decidió que todos los habitantes se trasladasen al Cusco. Los antes exitosos militares regresaban a duras penas a la otrora Ciudad Imperial. Hacia fines de mayo, los rebeldes volvieron a Puno, tomaron la ciudad y ocuparon Carabaya.
En otra zona, para el 5 de julio, Andrés Túpac Amaru, con apoyo de Túpac Catari, tras asediarla, toma la ciudad de Torata después de inundarla. A fines de agosto, Andrés y Miguel Túpac Amaru llegan a La Paz y se unen a Túpac Catari para sitiar la ciudad. A mediados de octubre, las tropas realistas de José Reseguín, de diez mil soldados, logran romper el sitio. Andrés se retira a Azángaro, y Miguel y Túpac Catari continúan la lucha sin éxito. Los realistas dan el contragolpe y ofrecen amnistía, hecho que desestabiliza a los rebeldes. Túpac Catari es capturado el 9 de noviembre, y seis días después, ejecutado. La rebelión catarista terminaba. Por su parte, Miguel Túpac Amaru pidió amnistía y, tras un largo juicio, fue enviado a prisión en España.
El panorama realista en el sur andino y el altiplano no era positivo. Los intentos de acabar de modo total con la rebelión habían fracasado, y los éxitos costaron demasiado y fueron momentáneos. Además, la falta de recursos hizo cada vez más difícil sostener a las tropas realistas. Ante tal panorama, el 8 agosto de 1781, el comandante Del Valle le envía una carta al virrey, proponiendo una amnistía general para todos los rebeldes. Este militar, pese a la captura de Túpac Amaru II, sabía que se trataba de una victoria efímera, que no calmó el espíritu de rebelión. El virrey Jáuregui, convencido de que esa era la medida más acertada, firmó el documento el 12 de setiembre. El 1 de octubre, Del Valle hace oficial la ley de la amnistía. El corregidor Francisco Salcedo le entregó personalmente el indulto a Diego Cristóbal en Azángaro.
Del Valle envió una carta a Diego Cristóbal, garantizando los acuerdos, pero, a su vez, recordándole el fin que tuvo su primo. La respuesta, fechada el 18 de octubre, fue positiva. Diego Cristóbal aceptaba la amnistía. Aprovechó la carta para denunciar el abuso de los corregidores y otras autoridades, pero nunca dejó en duda la lealtad al rey Carlos III. No se retractaba de sus acciones y más bien las consideraba justas. Diversos hechos hacían dudar de la veracidad de la amnistía, como la ejecución de Túpac Catari y la represión en La Paz. El obispo Moscoso y Peralta fue el encargado de convencer a Diego Cristóbal.
La amnistía fue controvertida. El visitador Areche la rechazó he hizo campaña en contra, acusando de debilidad e incompetencia a Del Valle y al virrey. No se hallaba solo: en el Cusco y Puno, corregidores y militares no estaban convencidos de que los indígenas cumplieran el trato. De parte de los rebeldes también había desconfianza. Más aun por las fuerzas militares que llegaban desde Arequipa, comandadas por Ramón Arias. En ambos bandos, había grupos que buscaban terminar con la rebelión.
Diego Cristóbal Túpac Amaru se reunió el 12 de diciembre con el comandante Ramón Arias, a quien prometió cumplir con los acuerdos, pero además exigió que se cumplieran diversas demandas, como que no regresaran los corregidores y que se entregasen prisioneros. Diego Cristóbal indicó que el solo firmaría frente a Del Valle y el obispo Moscoso y Peralta. La reunión terminó dando vivas al rey. Al año siguiente, el 26 de enero, en Sicuani, se llevó el encuentro entre el líder rebelde con las mencionadas autoridades y se hizo efectiva la amnistía. Poco tiempo después, Andrés y Mariano Túpac Amaru se acogieron al trato. Pedro Vilca Apaza, en cambio, rechazó la amnistía, y continuó su lucha hasta que fue capturado y ejecutado en abril de 1782.
Se firma el Tratado de París suscrito entre Inglaterra y los Estados Unidos, el 3 de setiembre de 1783, que puso fin a la guerra de independencia. Asimismo, por el Tratado de Versalles de 1783, se acaba la guerra de España y Francia contra Inglaterra. España puede recuperar territorios en América, como Florida. Al concluir la guerra, los planes de los hermanos Viscardo y Guzmán pierden, por lo pronto, el interés de los ingleses. En América del Sur, derrotadas las rebeliones en el sur andino y el Alto Perú, mas no el descontento, se lleva a cabo una política de represión para acabar con posibles amenazas.
Después de la amnistía general sellada en enero de 1782, Diego Cristóbal regresó al Cusco ya casado con Manuela Tito Condori. Además, en los primeros meses del año, dirigió una campaña de cese al fuego entre las tropas que aún se encontraban activas, bajo sugerencia de Francisco Salcedo, corregidor de Tinta, y el padre Antonio Valdés. La presencia tanto de Diego Cristóbal como de Andrés y Mariano Túpac Amaru en el Cusco generó controversia. Las voces descontentas de los realistas opuestos a la amnistía sonaban fuertes. Más aun por los favores y privilegios que se les daba a los exrebeldes, quienes esperaban ser tratados como los nobles indígenas que eran.
Los Túpac Amaru recibían pensiones y se les permitió exhumar los cuerpos de sus familiares ejecutados para llevarlos a lugares más adecuados, incluido el de Túpac Amaru II, al cual se le celebró un funeral. Cuando nació el hijo de Diego Cristóbal, el padrino fue el corregidor Salcedo, y cuando el niño murió, a los pocos días se hizo un pomposo funeral en la iglesia de Sicuani. Todos estos hechos fueron considerados una afrenta por una parte de las autoridades peninsulares, especialmente el visitador Areche.
Qué hacer con los Túpac Amaru fue un problema político. Con ellos en el Cusco, donde tenían influencia, significaban un peligro, a decir de los criollos y peninsulares. De hecho, la paz no se había conseguido totalmente. Un grupo, entre los que se hallaba el obispo Moscoso y Peralta, opinaba que debían ser trasladados a Lima donde no tenían poder; otros, como Areche, querían borrar su linaje, matarlos. La opción moderada prevaleció; Andrés y Mariano fueron trasladados a Lima, encontrándose con el virrey Jáuregui, el 4 de enero de 1783. Ambos se quedaron en el Colegio del Príncipe, una escuela para la nobleza indígena. Durante toda su estadía fueron vigilados.
La situación cambió pronto. En febrero, el corregidor de Quispicanchis descubrió una revuelta en el pueblo de Marcapata, cuyos instigadores se hacían llamar Simón y Lorenzo Condori. De acuerdo con las autoridades españolas, los Condori habían recibido apoyo y reconocimiento de Diego Cristóbal y Mariano Túpac Amaru. En realidad, no había pruebas contundentes. No obstante, las autoridades optaron por detenerlos y someterlos a interrogatorio. Este hecho fue el que esperaba el grupo que buscaba eliminar a los Túpac Amaru… y lo consiguió.
El 14 de marzo, fue arrestado Diego Cristóbal, junto con su esposa Manuela Tito Condori y su madre, en Tungasuca. Dos días después, fueron conducidos al Cusco, en donde permanecieron prisioneros y sometidos a juicio a cargo de Benito Mata Linares. El 31 de mayo, Diego Cristóbal fue sentenciado a morir, y la ejecución se cumplió el 19 de julio. Andrés y Mariano fueron condenados, en marzo de 1784, a trabajos forzados en presidio español; el destino fue Cádiz, pero ambos murieron en la travesía. Solo sobrevivió al viaje Fernando, el hijo menor de Túpac Amaru II, quien falleció en España en 1798.
¿Qué tan importante fue esta gran rebelión? Te invitamos a escuchar la charla sobre Túpac Amaru y Micaela Bastidas
Felipe Velasco, una fabricante de espejos, dirigió una rebelión en el pueblo de la Ascensión (Huarochirí), logrando que esta se expandiera por toda la provincia, viéndose comprometidos indígenas, mestizos y caciques. Se hizo llamar Felipe Velasco Túpac Inca Yupanqui y contó con el apoyo del indígena Ciriaco Flores; ambos llegaron a movilizar mil quinientas personas. Él afirmaba que Túpac Amaru II seguía vivo, que la noticia de su muerte era una invención de los españoles. El líder rebelde y Diego Cristóbal continuaban su lucha desde un legendario lugar de la selva conocido como el Gran Paititi. Felipe se había reunido en Lima con Andrés y Mariano Túpac Amaru, indicándoles que tenía planes de continuar la rebelión.
El virrey envió contra los rebeldes a Felipe Carrera, corregidor de Huarochirí, al gobernador de Yauyos y un destacamento de Lima. Los agitadores fueron sorprendidos, tomados prisioneros y trasladados a Lima. Sometido a proceso, Felipe Velasco fue ejecutado en la horca, en Lima, el 7 de julio de 1783. El fallo de la sentencia dictaminaba que:
… a que de la cárcel y prisión en que se halla, sea sacado, atado de pies y manos en un serón, y arrastrado por las calles públicas y acostumbradas, con voz de pregonero que manifieste su delito, hasta llegar a la Plaza Mayor, donde estará puesta una horca, de la cual será colgado por el pescuezo hasta que muera, sin que nadie ose quitarlo, pena de la vida
Felipe fue descuartizado, y sus cabeza y extremidades fueron puestas en la puerta principal de la muralla de la ciudad. A sus compañeros se les envió a presidios en el Callao, Valdivia y África, y a las mujeres, a diferentes conventos. Esta rebelión mostraba el descontento que aún había en el virreinato y cómo la imagen de Túpac Amaru podía movilizar a la población. Este hecho sirvió como un argumento más para desaparecer el linaje de la familia del rebelde cusqueño.
El alcance de la rebelión de Túpac Amaru II había dejado en claro a las autoridades españolas que era necesario no solo acabar con el linaje del líder cusqueño, sino también con los elementos culturales y sociales que podían movilizar a la población.
Así, por real orden del 21 de abril de 1782, el rey Carlos III prohibió en todos sus dominios la circulación de los Comentarios reales y mandó que “con la misma reserva procure V.E. recoger sagazmente la Historia del Ynga Garcilaso, donde han aprendido esos Naturales muchas sosas perjudiciales; y otros papeles detractorios de los tribunales, y magistrados del Reyno que andan impresos de un tiempo en que se creyeron inocentes”.
Para 1783, se llevaron a cabo otras medidas, como tomar mayor control sobre los cacicazgos, a fin de desmantelar aquellos que habían apoyado la rebelión, y promover a los que habían sido fieles con el rey. Fue el visitador Areche el gestor de las propuestas acerca de la situación de los cacicazgos, sobre la sucesión y la conservación del título de cacique, para lo cual planteaba que “dejar a dictamen del rey la extinción de la titularidad de caciques, permitiéndose que tan solo los que se habían mantenido fieles al monarca continuaran como tales”. Estas disposiciones fueron ejecutadas, el 28 de abril de 1783, por el virrey Teodoro de Croix.
Los caciques que no demostraron su lealtad al rey se quedaron sin cargo alguno, al igual que sus descendientes, quienes no podían heredar los cacicazgos. Estos muchas veces fueron ocupados por criollos, quienes inclusive hacían pagos para acceder a ellos. Así, esos cacicazgos, de ser hereditarios, pasaron a ser subastados. Caso contrario fue el de aquellos que habían demostrado su fidelidad con la Corona, como ocurrió con Mateo Pumacahua, cacique de Chinchero; Diego Choquehuanca, cacique de Azángaro; o, el menos conocido, Eugenio Sinanyuca, cacique de Coporaque. Todos ellos fueron promovidos militarmente y consiguieron privilegios para sus descendientes, además de reafirmar sus puestos de caciques.
En diciembre de 1790, en el prólogo al prospecto del Diario de Lima, su redactor, afirmaba con entusiasmo que
LIMA (sin alargar la fecha) desde 6 años a esta parte se enquentra tan otra, tan ilustrada y tan vella en todos sus ramos, que se desconoce a los ojos de los antiguos moradores. […] Ya son todos son finos, políticos y cortesanos. Ya se desterraron, para siempre, aquellos usos y sandeces vulgares. Ya hasta el vello sexo sabe silogizar y raciocina con refleja madurez y cordura: y finalmente, ya hasta la baja Plebe tiene discretas sensasiones.
Fuese exagerada y lisonjera, lo que afirmaba el periodista recogía algo real: las nuevas ideas ilustradas habían tenido impacto en Lima y en otras ciudades del virreinato peruano. Ello fue notorio en los nuevos gustos literarios, las diversiones públicas, el estilo neoclásico de las edificaciones, la aparición de la prensa, la introducción de nuevos textos en la universidad y colegios. El gobierno español jugó también un rol importante. Los virreyes lideraron cambios o los promovieron, para afianzar la autoridad real (derecho natural racional) o ejercer nuevas formas de control social (orden urbano, políticas higienistas). Desde la península llegaron también expediciones científicas con el objetivo de explorar los recursos naturales. Se menciona que la Ilustración fue un asunto de élites. Tal vez, pero la Ilustración, como movimiento cultural, se expresó en diversos productos, como fue el baile o el teatro, que podían llegar a los sectores populares.
En este contexto ilustrado, también el siglo XVIII fue el de dos revoluciones políticas que cuestionaron la legitimidad del gobierno monárquico y presentaron una alternativa de gobierno: el representativo y republicano. No obstante, que su impacto político significase una alternativa en las mentes y corazones de los miembros de sociedad virreinal peruana, no hay evidencia. Y no es que se ignorase tales hechos; las noticias sobre los conflictos de las Trece Colonias con la Corona inglesa eran bien conocidos, al igual que los de la Revolución francesa. Pero las reacciones estaban en consonancia con la posición política de la monarquía española ante Inglaterra o Francia, si era un aliado o un enemigo. El apoyo hispano a las Trece Colonias hizo circular noticias en contra de Inglaterra como opresora. Ante la Revolución francesa, no fue hasta la ejecución de Luis XVI y la declaratoria de guerra contra Francia que se inició una fuerte campaña contra la revolución, denunciando su política desintegradora del orden social, hasta que se aliaron con Napoleón Bonaparte contra Inglaterra.
La Ilustración y las noticias de las revoluciones liberales fortalecieron la política de la monarquía hispana, no la cuestionaron. Las críticas apuntaron a la “tiranía” de las nuevas autoridades y se pedía “justicia” al rey. Reformas es lo que se pide y plantea. Textos separatistas, como la Carta a los españoles americanos del expatriado jesuita peruano Juan Pablo Viscardo y Guzmán, expresaban más el pesar de su situación particular que la de una colectividad mayor.
Línea de tiempo
En el Caribe, desde 1765, la Corona española permite el comercio libre de la zona con nueve puertos españoles. Para 1770, este comercio se extiende a Yucatán. Se publica en Ámsterdam la Histoire des deux Indes, del abate Raynal. Obra ilustrada muy popular donde se afirma que la conquista española causó daño a América por su avaricia y fanatismo religioso. Este fue uno de tantos otros libros ilustrados que cuestiona la colonización española, y la difusión de la idea de la inferioridad natural y social de América respecto a Europa. Por entonces, aparecen en la península las sociedades amigos del país.
En el contexto de las reformas ilustradas durante el reinado de Carlos III, la educación fue un ámbito de importancia para difundir nuevas ideas y formar a funcionarios eficientes en la defensa de la autoridad real. Las posibilidades de hacer efectiva esta reforma contó con ciertas facilidades: tras la expulsión de los jesuitas, la Corona tenía control sobre sus propiedades, entre ellas varios colegios.
Las instituciones educativas limeñas no estaban abiertas a las nuevas corrientes intelectuales ilustradas. Antes que efectuar una reforma directa en la Universidad de San Marcos, que llevaría a muchos pleitos dados sus privilegios, el gobierno virreinal optó por crear otra institución educativa controlada por la autoridad real y que, en tal sentido, fuese acorde con un plan de estudios ilustrado. Así, la Junta de Aplicación, formada en Lima en 1770, que debía disponer de las propiedades jesuitas, dispuso el 7 de julio de 1770 que los colegios de San Martín, y el de San Felipe y San Marcos fuesen clausurados debido a la mala situación económica, académica y administrativa de ambos. Al mismo tiempo, se creó el Real Convictorio de San Carlos, al que se le adjudicaría las becas y rentas de los colegios clausurados, además de asignársele como local el del antiguo noviciado jesuita.
Según el acta de fundación, firmada el 7 de julio de 1770, el nuevo establecimiento dependía exclusivamente del Real Patronato y debía cumplir un papel importante en la instrucción pública, “de que depende el bien general del reino”, formando “sujetos literatos en todas clases” que “den dictámenes justos en las que tratan de resolver, y eviten las discordias y disensiones entre sus vecinos con mediación”, y sobre todo “eclesiásticos sabios, instruidos, y reglados […] y sirvan de fin principal de doctrinar los indios y sus pueblos”. Si bien su función original fue el de ser un internado para los estudiantes de la Universidad de San Marcos donde debían “repasar las lecciones”, al poco tiempo se convirtió en una institución más acorde a los objetivos de la Junta de Aplicación.
Por orden del virrey Manuel Amat y Juniet, su primer rector fue el sacerdote José Lasso y Mogrovejo, quien se había desempeñado como canónigo en la iglesia catedral de Trujillo. Este fue seguido por los vicerrectores Joaquín Vicuña y José Escobar. El Convictorio de San Carlos empezó sus funciones inmediatamente, aunque de modo errático, regularizándose en 1772, durante la rectoría de José Francisco de Arquellada y Sacristán, y con la inclusión de nuevos maestros, entre ellos, José de Silva y Olave, Mariano de Rivero, Vicente Morales Duárez y Toribio Rodríguez de Mendoza.
José de Gálvez y Gallardo es nombrado secretario de Estado del Despacho Universal de Indias. Con su nombramiento se da impulso a las llamadas reformas borbónicas en la América hispana. Este mismo año, se implementan medidas como la creación del cargo de regente para las audiencias americanas y se crea el virreinato del Río de la Plata. Las señales de descontento por la política de ciertos funcionarios públicos en el virreinato peruano se expresan en escritos y rebeliones. En América del Norte, el 4 de julio, se firma la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. La monarquía hispana apoya a las Trece Colonias contra su enemigo inglés.
Los gastos que supuso la Guerra de los Siete Años (1756-1763) obligó a la Corona inglesa a realizar reformas para aumentar sus ingresos fiscales, recortes de gastos y aumentos de impuestos. Esto llevó a diversos conflictos con las Trece Colonias de América del Norte, que acabaron en una declaración de guerra y su independencia. Las Trece Colonias, convertidas en los Estados Unidos, dejaron el sistema político monárquico y se establecieron como una república federal: una novedad.
La independencia de los Estados Unidos proporcionó un ejemplo de revolución política, pero no influyó en su momento en los hispanoamericanos. A pesar de compartir su descontento e incluso rebelión contra las reformas fiscales, no hubo planteamientos de independencia que aludieran a ese nuevo modelo político. Ello no se debió a la ignorancia de los hispanoamericanos sobre el proceso estadounidense, pues circuló información en la América hispana. Inglaterra era enemiga de España, así que informar sobre sus desgracias y desventuras era de interés. Publicaciones como Gaceta de Madrid y Mercurio Histórico y Político informaron sobre el descontento y los conflictos que ocasionaron la Ley del Timbre y la Ley del Azúcar, así como la Fiesta del Té, cuando se tomaron barcos cargados con té y esta mercancía fue lanzada al mar. Gaceta de Madrid informó sobre la instalación del Congreso Constituyente y la declaración de independencia de los Estados Unidos del 4 de julio de 1776.
Cuando la guerra de independencia empieza, la Corona hispana colaboró con los norteamericanos en contra de sus enemigos ingleses. Las publicaciones, como la prensa ya mencionada, relatan extensamente los hechos, por lo general en tono de denuncia a la política colonial de la Corona inglesa. Entre los folletos y libros publicados por entonces, se hallan el de Francisco Álvarez —Noticias del establecimiento y población de las colonias inglesas en la América septentrional (1778)— y José de Covarruvias —Memorias históricas de la última guerra contra la Gran Bretaña, desde el año de 1774: Estados Unidos de América (1783)—, y se traduce al español la segunda Constitución de Estados Unidos de 1787. Antonio de Alcedo y Bejarano publica Diccionario geográfico de las Indias Occidentales o América (1786-1789), que tiene amplia circulación en España y América, y proporciona información sobre los Estados Unidos y su independencia. No hubo preocupación sobre la difusión de estas noticias por parte de las autoridades hispanas. No consideraron que fueran una mala influencia. En el virreinato peruano, no hay evidencia escrita, a pesar de la circulación de información, de reflexiones sobre la independencia de Estados Unidos.
En 1776, al poco tiempo de finalizado el periodo de gobierno del virrey Manuel Amat y Juniet, fue publicado de manera clandestina en Lima un folleto titulado Drama de los palanganas: Veterano y Bisoño, tenido en las gradas de la catedral, en las noches 17, 18 y 19 de julio de este año de 1776. El autor del impreso, de acuerdo con todos los indicios, fue el aristócrata Francisco Antonio Ruiz-Cano y Sáenz-Galiano, marqués de Soto Florido. En el Drama…, por medio de una punzante sátira y la conversación de dos pedantes personajes, se evalúa el desempeño del virrey Amat en el cargo. Se exponen los sucios manejos del virrey y su fiel asesor (José Perfecto de Salas), a quienes se les designan, respectivamente, con los apodos Asno de Oro y Orejas de Asno. Se ridiculiza, por ejemplo, la concesión del título de abogado hecha a los hijos de Perfecto de Salas, Judas José y Manuel, a quienes se le llaman Juditas y Manuelito; además, se crítica los supuestos millones mal ganados del asesor. Versa también acerca de los devaneos amorosos de Amat sobre su pasión por la popular actriz criolla María Micaela Villegas, más conocida como La Perricholi y llamada, en el texto, La Mica.
Además de ese tema central, en su descripción de la sociedad limeña, dejaba ver las angustias de la élite porque no se respetaba las jerarquías sociales. Respecto a un desfile militar hacía junio de 1771, el Drama… menciona
Veterano.- Si esa Marcha la llamaras, Hijo, Máscara, le dieras el nombre que ella mereció y que todos le aplicaron. En ella salieron como 500 hombres, que vinieron corriendo desde la Pampa de los Borbones hasta la Plaza Mayor, envueltos en una Nube de polvo, de suerte que apenas la infinidad del Pueblo […] podía distinguir a uno u otro sujeto de su conocimiento […]. Mas todo esto, Hijo, importa poco respeto a haver consentido tanto Burri burri, mesclado con tanto puro. El vestido en los nobles, aunque es contra Ley, huviera sido estimado si sólo se le huviera permitido el cargarlo a los que eran verdaderamente tales, pero es muy despreciable estando en sujetos que se lo ponen no por su persona sino por el Oficio que exercen. Así, con todo lo bonito que era y costoso, los unos lo asqueaban y los otros lo adoraban, aquéllos porque con él se igualaban sus inferiores, y éstos, porque con él también se ponían a nivel de sus superiores.
La publicación y rápida difusión del Drama…, en la ciudad de Lima, generó descontento en la nueva autoridad virreinal, Manuel de Guirior, quien ordenó la prohibición de la circulación de pasquines, sátiras, conversatas y papeles injuriosos como el señalado. Ello hizo del Drama… un texto extremadamente raro hasta su reedición por Luis Alberto Sánchez en 1938.
Francisco Antonio Cosme Bueno y Alegre (1711-1798) fue un médico aragonés, residente en el virreinato del Perú desde 1730. En Lima, estudio farmacia y medicina en la Universidad de San Marcos, graduándose de doctor en 1750. En la misma casa de estudios, se hizo cargo de las cátedras de Método de Medicina y Prima de Matemáticas. Al mismo tiempo, fue médico en las cárceles de la Inquisición y en los hospitales de Santa Ana, San Bartolomé y San Pedro. Por su labor, fue parte de las sociedades médicas Matritense y Vascongada. Es considerado como un representante de la Ilustración que siguió las ideas de Newton.
En 1757, fue nombrado cosmógrafo mayor del virreinato peruano, cargo que mantuvo hasta 1798, sin abandonar sus labores como médico y catedrático. Sus conocimientos ilustrados lo hicieron acreedor del respeto y admiración de otros intelectuales de la época, entre ellos el naturalista Hipólito Ruiz. Entre las publicaciones que editó, destacaron la serie anual Conocimiento de los tiempos (Lima, 1757-1798), Catálogo histórico de los virreyes, governadores generales del Perú, con los sucesos principales de sus tiempos (Lima, 1763) y disertaciones científicas, entre otros.
Tal vez su proyecto bibliográfico más ambicioso fue Colección geográfica e histórica de los arzobispados y obispados del Reino del Perú, con las descripciones de las provincias de su jurisdicción, publicado entre 1759 y 1776, como anexo a Conocimiento de los tiempos.
En su última entrega, dedicada al obispado de Concepción (Chile), Cosme Bueno (1778) señaló los procedimientos y limitaciones en la elaboración de sus trabajos:
Se han ido imprimiendo anualmente al paso que se han ido adquiriendo las noticias. Todo este tiempo ha sido necesario por la tardanza de los Corregidores, efectuándose unos con las ocupaciones de sus cargos; otro por la falta de sujetos hábiles en las Provincias á quienes encargar las relaciones: muchos las han enviado diminutas, y nada ajustadas á la instrucción que se les remitió; de modo que ha sido preciso volverlas. Porque no es fácil conocer las qualidades [sic], y circunstancias de una Provincia para dar razón de ella, en donde no hay persona que tenga instrucción ni conocimiento para entender lo que se le pregunta, y así ha sido preciso repreguntar á sus sucesores, y investigar de unos, y de otros valiéndonos de todos los medios hasta enterarnos de lo que se pretendía […]
Esta obra constituye un compendio muy útil que permite formarse una idea de la situación en el Perú, Bolivia, Chile y Argentina, durante la segunda mitad del siglo XVIII, tanto desde lo social y económico como geográfico y ambiental, entre otros aspectos.
La monarquía hispana realiza una de sus reformas económicas más importantes: el reglamento de libre comercio. En un inicio, Nueva España es excluida, pero al poco tiempo se integra a este comercio. La guerra por la independencia de las Trece Colonias escala y se llevan a cabo tratados defensivos con Francia. En España, el rechazo a los ingleses se expresa de otras formas. Francisco Álvarez publica Noticia del establecimiento y población de las colonias inglesas en la América septentrional…, que contiene críticas al gobierno inglés y se prohíbe la entrada en América de Historia de América de William Robertson.
Durante las últimas décadas del siglo XVIII, la botánica se convirtió en una ciencia muy prestigiosa en la Europa ilustrada, siendo auspiciada por diversos monarcas con ambiciones imperiales. Las Coronas de España, Francia y Gran Bretaña deseaban tener inventarios científicos de las plantas que crecían en las tierras bajo su control. Por esta razón, intentaban conseguir ejemplares secos o prensados, así como descripciones, ilustraciones publicables y plantas vivas para propagarlas fuera de las tierras en las que crecían naturalmente, sobre todo en jardines botánicos. Para el caso del virreinato del Perú, el rey Carlos III organizó una expedición botánica compuesta por los naturalistas españoles Hipólito Ruíz López —líder de la misión— y José Pavón y Jiménez, el médico y botánico francés Joseph Dombey, y los dibujantes Joseph Brunete e Isidro Gálvez.
Después de seis meses de navegación, el 8 de abril de 1778, arribó al puerto del Callao el navío El Peruano, junto con estos sabios ilustrados para realizar estudios botánicos, además de zoológicos y mineralógicos, tanto en el Perú como en Chile. Sobre la llegada de la expedición, Antonio Ruiz ofrece la siguiente descripción:
Durante este viage no ocurrió cosa notable que [Hipólito] Ruiz no fiase á la pluma y la anotase con mayor exactitud y puntualidad; y después de algunos riesgos y calmas frecuentes desembarcó á 8 de abril en el puerto del Callao. Desde aquí pasó inmediatamente á Lima con sus compañeros á visitar al virey […] Manuel de Guirior, quien informado por cartas de la Corte de su aptitud y disposición le recibió con muestras de singular afecto. Ruiz á los 23 años de edad con dos mil duros de renta, recomendado y protegido por el gobierno, cansado de una navegación de cerca de seis meses, y en medio de la corte del Perú […] podría haber sido disculpable si hubiera concedido algún tiempo al ocio y descanso; pero su obligación exigía desempeño, y no quiso omitir medio alguno para justiciar la elección que en él hizo el Monarca.
La expedición partió el 4 de mayo, a fin de recolectar plantas alrededor de Lima, y luego en el valle de Chancay, Huaura y Lurín, enviando cajas a Europa de los especímenes más curiosos, diversas ilustraciones, e incluso cerámica, metalurgia y textilería prehispánica. Entre 1778 y 1780, recorrieron La Oroya, Tarma, Jauja, Palca, Huasahuasi, Huánuco y Huamalíes, entre otros lugares, mientras que, entre 1782 y 1784, estuvieron en Chile, turnándose con la capital limeña en diversas ocasiones.
Al poco tiempo del arribo de la expedición de los naturalistas españoles Hipólito Ruíz López y José Pavón y Jiménez, el 4 de mayo comienza el trabajo en los alrededores de Lima, para recolectar plantas. En julio, se encuentran trabajando en el valle de Chancay; mientras que, en setiembre, las operaciones se desplazan a los campos de caña de azúcar de Huaura. En diciembre, en el valle de Lurín, específicamente en el sitio arqueológico de Pachacamac, el médico y botánico Joseph Dombey recolecta diversos objetos prehispánicos, entre cerámicas, textiles y metalurgia. Sobre esta primera etapa de trabajo en la costa, Antonio Ruiz ofrece la siguiente descripción:
Hechas pues las necesarias prevenciones dió Ruiz principio á su expedición el 4 de mayo de 1778 por los ejidos de Lima, chacras y pueblos de la provincia del Cercado, donde acopió de todos objetos de historia natural. En 22 de julio se encaminó á la amena provincia de Chancay, famosa por la fertilidad de sus lomas, siendo muy obsequiado en Carabayllo por el marqués de la real confianza y otros varios caballeros de Lima. […] De esta partió Ruiz á Huaura, y de aquí regresó a Lima, tomando de paso cuantas noticias históricas pudo adquirir de los naturales, en virtud de las cuales pasó á registrar las Huacas ó sepulcros de los antiguos gentiles […] En Lima perfeccionó las descripciones de las plantas acopiadas, y las empaquetó con otros muchos productos naturales para remitirlas á España. En 5 de diciembre salió con sus compañeros á visitar las lomas y costas de Lurín: registró las frondosas riberas del río de este nombre y las cercanías de Pachacamac […]. De Lurín pasó a Surco, por cuyas huertas y campiñas botanizó hasta el 6 de marzo, en cuyo día se restituyó a la capital, donde hizo embarcar el fruto de esta última escursión [sic.], y lo remitió á S.M. por el navío el Bueno Consejo. Esta primer remesa constaba de once cajones de esqueletos de plantas, varias producciones zoológicas y mineralógicas, diferentes paquetes de semillas, diez macetas de plantas vivas y doscientos cuarenta y dos dibujos de plantas iluminadas con sus colores naturales.
Tras obtener material en la costa, entre 1770 y 1780 la expedición recorrió La Oroya, Tarma, Jauja, Palca, Huasahuasi, Huánuco y Huamalíes, entre otros lugares. Luego, entre 1782 y 1784, estuvieron en Chile, viajando a la capital limeña en diversas ocasiones.
El descontento por las reformas borbónicas se extiende y parece descontrolarse. En el Alto Perú, ocurren varias rebeliones: Oruro y Tupiza. Tomás Catari es asesinado y en Chayanta suceden levantamientos. Dámaso y Nicolás Catari sitian la ciudad de La Plata. Julián Apaza (Túpac Catari) sitia La Paz dos veces. En el virreinato de Nueva Granada se produce la rebelión de los comuneros. Juan Pablo Viscardo y Guzmán comunica al representante británico en Liorna (Italia) sobre la rebelión del Cusco. Propone un plan de ayuda para los rebeldes. Los ingleses en América del Norte pierden la batalla de Yorktown ante los ejércitos estadounidense y francés. Las negociaciones de paz se inician.
El 27 de agosto de 1781, en una ceremonia realizada por la Universidad de San Marcos, con el objeto de homenajear a Agustín de Jáuregui y Aldecoa, el nuevo virrey del Perú, el catedrático de Vísperas de Leyes José Baquíjano y Carrillo ofreció un discurso de bienvenida, que fue publicado poco después bajo el título de Elogio del excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui. Este discurso se divide en dos partes. La primera es una loa al virrey, señalando sus servicios a la Corona. La segunda es la más importante porque señala lo que la sociedad espera del nuevo gobernante. Es precisamente en esta última parte en la que Baquíjano expresa críticas a la manera en que se llevaban a cabo las reformas borbónicas, el autoritarismo de sus funcionarios y el modo en que se habían enfrentado las rebeliones indígenas.
Afirmaciones polémicas, sobre todo en el contexto de la visita general de José Antonio de Areche, quien llevaba a cabo una política bastante autoritaria, que le llevó a conflictos con el virrey Guirior y la élite limeña. Por ello, Baquíjano afirma que el rey
[…] no solo debe el cetro al orden del nacimiento, y al clamor de las leyes, sino a la libre, y gustosa aceptación de los pueblos […] Su grande alma contempla que el bien mismo deja de serlo, si se establece y funda contra el voto y opinión del público; que cada siglo tienen sus quimeras y sus ilusiones, desdeñadas por la posteridad, disipadas por el tiempo, y que esta luz brillante ha convencido que mejorar al hombre contra su voluntad ha sido siempre el engaño pretexto de la tiranía; que el pueblo es un resorte, que forzado más de lo que sufre su elasticidad, revienta destrozando la mano imprudente que la oprime y sujeta.
Entre varios comentarios, Baquíjano aprovecha la oportunidad para criticar y condenar las crueldades cometidas por los represores realistas contra los revolucionarios tupacamaristas. Para él era evidente que la explotación del indígena fue una de las causas de la rebelión:
[…] una opresión lenta, inexorable, succediendo [sic] á esa primer crueldad; la indigencia unida á la humillación y al menosprecio; el año variando las sazones sin mudar sus suplicios; siempre trabajando, y nunca poseyendo; una familia hambrienta, que aborrece, detesta la vida y existencia, y no espera por gracia ni el fúnebre consuelo del sepulcro.
Luego, sobre las crueldades cometidas en la represión hacia los indígenas, a quienes consideraba ciudadanos, anota que
Se complace viendo al Indio luchar con los horrores de suerte, é implorar el cuchillo por fin de sus tormentos. […] Prudente considera que la vida es siempre preciosa y respetable; que destruir á los hombres no es ganancia, ni aquella paz apreciable á que debe aspirar la guerra, el combate y la victoria […]
Por estas ideas, junto con los Comentarios reales de Garcilaso de la Vega, el discurso de Baquíjano forma parte de los textos prohibidos de la época.
“Confieso que me irrité en silencio cuando oí este discurso en aquel teatro donde asistió cuasi toda esta ciudad”, le escribió el visitador José Antonio de Areche al ministro de Indias José de Gálvez en noviembre de 1781, refiriéndose al Elogio… ofrecido por Baquíjano. Y continúa su queja indicando:
A presencia de todo este público, en el teatro de la universidad, cuando se recibió en ella este virrey, y en la oración que se le hizo se pronunciaron por su orador don José Baquíjano peores cláusulas, ofreciendo que ya este gobernador [el virrey] castigaría los abusos de los recaudadores de rentas, reglaría sus conductas, y los derechos de los puertos, con otras cosas que no caben en el juicio de quien no las haya escuchado como yo las escuché desde una tribuna, donde quisieron que asistiera acaso para oírlo, y llenar mi espíritu de más amargura […]
Lo que más le molestó al visitador fue el hecho de que la Universidad de San Marcos imprimiera ese discurso con notas donde se hacían mayores imputaciones a su gestión. Areche acusaba a Baquíjano de “descarriado maldiciente”, y que, a su parecer, el Elogio… era un escrito subversivo sustentando en libros prohibidos. Además, en el Elogio… había, de acuerdo con Areche, un apoyo implícito a la gestión de Guirior, con quien el visitador había entrado a tal grado de conflictividad, que llevó a la deposición del mencionado virrey.
En otra carta a Gálvez del 22 de noviembre, mucho más extensa que la anterior, Areche realiza una minuciosa revisión y crítica del Elogio…, sin reservas ni reticencias, destruyendo cada argumento, según su propia posición. En suma, rechaza el discurso de Baquíjano:
Al ver este modo de explicarse en un doctor en leyes de la Universidad de san Marcos del Perú, en un catedrático de Vísperas y en un fiscal protector interino de indios, del distrito de esta real Audiencia de Lima, no puedo contener mis amarguras, ni dejar de extrañar que use tan mal del idioma de la verdad y de su carácter, blasfemando contra lo que no debe ni puede […] ¿Es posible que así se predique en un teatro público contra los ministros del rey, o contra los recaudadores y custodios de los derechos de la Corona? ¿Si hay alguna falta, descuido o defecto de ellos, no sería mejor avisarlo en secreto para que no se escandalice y se hiciese ingrato su nombre?
El Elogio… fue mandado a recoger y destruir, y Baquíjano siguió además un proceso sobre sus opiniones.
Muere José de Gálvez, ministro de Indias, y las reformas en América pierden impulso; se reparten las funciones entre otros dos ministerios. Se promulga la Constitución de Estados Unidos. En la América hispana, se crea la intendencia de Santiago en Chile, y la Audiencia del Cusco, la cual finalmente se instaló en 1788. En la capital del virreinato peruano hay un impulso en las actividades intelectuales por la formación de sociedades y reformas educativas.
En 1787, un grupo de intelectuales ilustrados empezó a reunirse en tertulias en la capital limeña, que pasaron de ser encuentros esporádicos a reuniones formales, dando origen a la denominada Academia Filarmónica. Entre los asistentes, se hallaban José Rossi y Rubí, un joven milanés llegado al Perú un año antes, quien fue apodado Hesperiófilo y lideró la agrupación; Hipólito Unanue, Aristio, como secretario; Demetrio Guasque, Homótimo; y José María Egaña, Hermágoras; entre otras personalidades. Pertenecieron también a esta institución algunas mujeres, apodadas Doralice, Floridia y Egeria, cuyos nombres originales se desconocen. En ella se discutían diversos temas, especialmente literatura y política, como era la costumbre en los círculos intelectuales de la época.
Sobre la conformación y las reuniones de la Academia Filarmónica, Rossi narró lo siguiente en su Historia de la Sociedad Académica de Amantes del País, y principios del Mercurio Peruano:
En el año 1787, Hesperiófilo puso término á sus viages [sic] por un engaño de la fortuna, y se domicilió en esta Capital. Su espíritu vivaz, ardiente é inquieto no encontraba pábulo suficiente en las tareas privadas de su obligación, ni en las recreaciones del público. La equitación y la caza le proporcionaban un exercicio [sic] agradable: la lectura y la meditación era los entretenimientos de su gabinete. En un paseo de Lurín conoció á Hermágoras, Homótimo y Mindírido, todos tres jóvenes amabilísimos. Hermágoras desde muchos años antes entretenía una buena tertulia en su casa, á donde concurrían además de los dos nombrados Agelasto y Aristio. Hesperiófilo tuvo el honor de quedar agregado á esta pequeña sociedad. Sus concurrencias eran indefectiblemente todas las noches desde las ocho hasta las once: en ella solo se trataban materias literarias y se examinaban las noticias públicas. La detracción, el juego, las vagatelas [sic.] y los cuentos amatorios estaban proscritos de este congreso de filósofos.
[…] Soberbios de nuestra unión, y resueltos á conservarla, tratamos de darle toda la consistencia que cabe en lo humano. Tomamos el nombre de Academia Filarmónica: trazamos unas reglas para gobierno de nuestras ocurrencias: se eligió á Hermágoras como Presidente, y á Aristio por Secretario. Concedimos título de socias de mérito á Doralice, á Floridia, y á Egeria. […]
En estas ocupaciones se nos pasaban las horas como en un teatro de delicias. Absorto cada uno de nosotros en el inefable placer de la amistad y de la filosofía, nunca llegamos á conocer la discordia, ni el tedio. Extáticos en la contemplación de nuestra felicidad, nos convertíamos á menudo á la patria, exclamando: “¡Ah Lima! Si conocieras la dulzura de trahe [sic.] consigo la unión de una tertulia bien combinada, que lejos estuvieran de ti la división y el tumulto… Patria de tantos doctos, tu Población sería feliz, si á la tertulia de los Jóvenes Filarmónicos añadiesen algunas otras los muchos sabios que te iluminan.
De la Academia Filarmónica nació la Sociedad Académica de Amantes del País, fundada en Lima en 1790, cuyo órgano de difusión, Mercurio Peruano, vio la luz entre 1791 y 1795.
Luego de fundado el Real Convictorio de San Carlos, el 7 de julio de 1770, la institución inició sus funciones casi de inmediato, aunque de modo errático y sin la dirección de un verdadero plan de estudios; el elaborado en 1771 resultó ser un fracaso. Su primer rector fue el sacerdote José Lasso y Mogrovejo, pero su mandado duró solo un año, nombrándose para el cargo a José Francisco de Arquellada y Sacristán, cuyo periodo rectoral finalizó en 1786 a causa de su renuncia. A pesar del estancamiento que significó ambas rectorías, en estos años ingresaron destacados maestros, entre ellos José de Silva y Olave, Mariano de Rivero, Vicente Morales Duárez y Toribio Rodríguez de Mendoza.
Entre los señalados, destacó el profesor, abogado y presbítero chachapoyano Toribio Rodríguez de Mendoza. Fue nombrado por el virrey Teodoro de Croix como vicerrector del Real Convictorio de San Carlos en 1785, mientras que al año siguiente fue promovido como rector interino ante la renuncia de Arquellada. Dos años después, fue oficializado como rector y estuvo en el cargo hasta 1817. Algunos historiadores afirman que las casi tres décadas a cargo de la rectoría fueron las de mayor prestigio para la institución, gracias a las reformas que impulsó. Cabe señalar que contó con el apoyo del vicerrector Mariano de Rivero y Araníbar y del presbítero José Ignacio Moreno.
Una de las reformas más importantes fue la elaboración del nuevo plan de estudios, que fue concluido en 1787. Bajo la influencia ilustrada, el nuevo currículo educativo se orientó hacia una progresiva afirmación de la política de Estado sobre las posiciones eclesiásticas. Estas ideas se incorporaron en los textos de estudios jurídicos, filosóficos y morales. Por ejemplo, en los estudios sobre derecho, además del romano, se incorporó el derecho español o indiano, con lo que se aseguraba la autoridad real.
Como sustento filosófico-jurídico se introdujo el derecho natural racionalista en su vertiente moderada con las obras de Johan Gottlieb Heinecke (1681-1741). Latinizado como Heineccius, pero mejor conocido como Heinecio, es un ejemplo de lo que significó la reforma ilustrada borbónica. Este autor no separaba la moral del derecho, lo privado de lo público, y refería que el derecho natural se encontraba constituido por una “colección o conjunto de leyes promulgadas por Dios al género humano por medio de la recta razón”. Heinecio criticaba el probabilismo y no consideraba la posibilidad de rebelión contra la autoridad del Estado. Además, dejaba en claro que la potestad legislativa se hallaba en el rey.
Las autoridades limeñas recibieron en general muy bien las reformas de Rodríguez de Mendoza en el Real Convictorio de San Carlos y su plan se mantuvo hasta los primeros años de la República.
Durante las últimas décadas del siglo XVIII, la botánica se convirtió en una ciencia muy prestigiosa en la Europa ilustrada, siendo auspiciada por las Coronas de España, Francia y Gran Bretaña, entre otras. Reflejo de ello fue la apertura de cátedras de botánica, las cuales buscaron formar nuevas generaciones de hombres de ciencia al servicio del monarca, ligados al naturalismo, la agronomía, la farmacéutica, etc. Resaltante es el caso de la ciudad de México en el virreinato de Nueva España, que para 1788 vio creada la primera cátedra de botánica en América por Vicente Cervantes.
El gobierno de Carlos III, por influencia del botánico Casimiro Gómez Ortega, director del Jardín Botánico de Madrid, dispuso por real cédula del 18 de marzo de 1787 que se fundase en la capital limeña una cátedra de botánica. La orden se basó en el buen desempeño de la expedición botánica liderada por el naturalista español Hipólito Ruíz López en tierras peruanas, la cual se realizaba desde 1778. En cumplimiento de dichas órdenes, el virrey Teodoro de Croix dictó algunas medidas para tal fin, pero sin que llegara a concretarse. De igual manera sucedió en el periodo del virrey Gil de Taboada y Lemos. Fue recién durante el gobierno del virrey Ambrosio O’Higgins, en 1796, en que pudo establecerse la mencionada cátedra, estando a cargo de esta, aunque de forma interina, José Manuel Dávalos, y luego, de manera oficial, Juan Tafalla.
Así, por decreto de junio de 1797, se señala lo siguiente:
[…] lo que resulta del respectivo, extensión y servicio de la Caedra [sic.] de Botánica en esta Real Universidad [de San Marcos], vengo en declarar hallarse esta Real Universidad y verdaderamente creada […] y reconocido por Catedrático de esta facultad al Profesor D. Juan Tafalla en virtud del título que se le despachara.
Sobre Tafalla, Manuel de Mendiburu, en su Diccionario histórico-biográfico del Perú (1890), indica:
Botánico del Rey. Vino al Perú el año de 1778 en la expedición de naturalistas, enviada por Carlos III y compuesta por M. Dombey, D. Hipólito Ruiz y D. José Pavón. Concluidos los trabajos de éstos, Tafalla quedó aquí viajando por las montañas de los Andes encargado de continuar las investigaciones botánicas en unión del designador D. Francisco Pulgar, á fin de mantener una provechosa comunicación con los directores del jardín de Madrid y entender en la fundación del jardín botánico de Lima con el padre Francisco Gonzáles Laguna.
Tras la toma de la Bastilla, en Francia, Carlos IV y sus ministros acuerdan cerrar las fronteras con aquel país. Se busca evitar que entren personas o escritos que expandan por la península las ideas revolucionarias. Además, se encarga a la Inquisición que vigile la circulación y lectura de papeles y libros prohibidos. En Francia, se lleva a cabo reformas en el ejército y el clero, y la servidumbre es abolida, entre otras medidas. Edmund Burke publica en Londres sus Reflexiones sobre la Revolución francesa. En Estados Unidos, la Constitución es ratificada por el último estado: Rhode Island.
La Ilustración fomentó el desarrollo de la ciencia y, más aun, la que tenía un fin utilitario inmediato. Ese aspecto fue el que los gobiernos impulsaron y, en algunos casos, financiaron. Así, las potencias europeas del siglo XVIII, como Inglaterra, Francia y España, autorizaron muchas expediciones a los territorios americanos para conocer sus recursos naturales y difundir nuevas formas de explotación. Precisamente, con esos objetivos, la Corona española, durante el reinado de Carlos IV, financió la llamada Expedición de Alejandro Malaspina, que se llevó a cabo entre 1789 y 1794 en sus dominios coloniales.
El 10 de setiembre de 1788, Alejandro Malaspina y José Bustamante y Guerra presentaron al ministro Antonio Valdés un proyecto de viaje científico y político alrededor del mundo, con una duración aproximada de tres años y medio. Entre los objetivos científicos, económicos y políticos que propuso, estaban el de acrecentar el conocimiento de la historia natural y de la navegación, la elaboración de cartas hidrográficas, y la investigación del estado político de las colonias americanas. Al poco tiempo, el 14 de octubre de ese mismo año, Valdés comunicó a Malaspina que el rey aceptaba su proyecto de viaje, concediéndole, además, libertad para elegir y proponer tipos de buques, pertrechos, víveres, oficialidad, tropa, etc. El resultado de todas estas gestiones dejaba establecida la organización de la siguiente forma: dos corbetas nuevas de trescientas cincuenta toneladas, la Descubierta y la Atrevida, capitaneadas por Malaspina y Bustamante y Guerra, respectivamente. Cada una estaba armada con veintidós cañones, podían albergar una tripulación de cien hombres y contaban con amplias bodegas para almacenar las muestras recogidas por las distintas comisiones científicas. Como parte del equipo de naturalistas, se contó con los botánicos españoles Antonio Pineda y Luis Née, y el naturalista checo Tadeo Haencke.
El 30 de julio de 1789, la expedición de Malaspina zarpó del puerto de Cádiz rumbo a Montevideo. Tras la exploración por la costa patagónica, las islas Malvinas, el cabo de Hornos, Chiloé, Talcahuano, Valparaíso y Coquimbo, la expedición llegó al puerto del Callao a fines de mayo de 1790. Esta dejó el Perú en setiembre, con dirección al norte, regresando a mediados de 1793 al Callao, ya en plan de retorno a la península, donde finalmente llegaron en setiembre de 1794.
A diferencia de otras expediciones que exploraban la zona cercana a la costa, la de Malaspina, gracias a miembros como Haenke, también examinaron los Andes. Haenke después publicó su Descripción del Perú en 1795. Otro aspecto importante de esta y otras expediciones fue el impacto intelectual que tuvieron sobre las élites locales, al fortalecer el interés por el conocimiento de su propio territorio. De hecho, el Mercurio Peruano informó con entusiasmo el trabajo de la expedición de Malaspina.
Entre el 1 de octubre de 1790 y el 26 de setiembre de 1793, el español Jaime Bausate y Mesa publicó el Diario de Lima, curioso, erudito, económico y comercial, el primer periódico publicado regularmente en hispanoamericana. Este diario llegó a tener cuatrocientos nueve suscriptores, contó con su propia imprenta y circuló por diversos lugares del virreinato peruano (Huancavelica, Huanta, Huamanga, Cusco, Ica, Palpa, Nasca, Pasco, Tarma, Huánuco, Arequipa, Moquegua, Tacna y Cajamarca), incluyendo la Audiencia de Charcas (La Paz, Potosí, La Plata), perteneciente al virreinato del Río de la Plata.
Bausate y Mesa, cuyo nombre real era Francisco Antonio Cavello y Mesa, era natural de Extremadura, y había trabajado durante quince meses en el Diario Curioso, Erudito y Comercial, Público y Económico de Madrid. Llegó a Lima el 17 de abril de 1790 y advirtió rápidamente que “aun habiendo muchos sabios y doctores en toda materia, permanecían en una inacción letárgica, sin que ninguno se arrestase a publicar una obra periódica que los inquietase y pusiese en movimiento”. Así forma, con un grupo anónimo, la Sociedad Filopolita, para contribuir en reactivar la actividad intelectual limeña, publicando un diario como el de Madrid.
En agosto de 1790 se publicó su prospecto titulado Análisis del Diario Curioso, Erudito, Económico y Comercial, que con privilegio de este Real y Superior Gobierno, da a luz don Jayme Bausate y Mesa, en el que, como era costumbre, se informaba de los objetivos o de la publicación, qué temas y secciones iba a tener, así como las condiciones de la suscripción. Su precio: quince reales al mes. Este se distribuía diariamente, incluyendo domingos, a las nueve de la mañana en la Plaza Mayor, la Inquisición, San Juan de Dios, Santa Ana, Nazarenas y la esquina de las Campanas, donde además se ubicaban cajas donde los vecinos podían dejar papeles con noticias que deseaban dar a conocer. No todas podían publicarse, y por ello el editor se comprometía a escoger los “mejores papeles” en función de su interés general e importancia.
Los temas que trató el Diario de Lima fueron notas histórico-críticas y noticias sobre las actividades de la ciudad, como anuncios en general (compras, ventas, alquileres, pérdidas, etc.), resultados de la lotería, entrada y salidas de los navíos, nombramiento de autoridades civiles y eclesiásticas. Este tipo de información resulto muy útil. Para 1792, las ventas de diario decayeron y Bausate y Meza perdió el apoyo del virrey y de la Corona. Fue reemplazado por Martín Saldaña, pero para setiembre de 1973 el Diario de Lima dejó de publicarse.
En el “Expediente sobre disposición dictada para que al coliseo de bailes sólo asistan personas honestas” (Lima, 27 de mayo de 1790), trabajado por el historiador Juan Carlos Estenssoro, se pone en evidencia cómo los sectores populares podían consumir productos culturales ilustrados que se pusieron de moda en la ciudad de Lima.
En mayo de 1790, los asentistas del Coliseo de Comedias de Lima encontraron que la asistencia del público, sobre todo hombres y mujeres de sectores populares, había disminuido considerablemente. La razón fue que se había vuelto popular unos bailes públicos “al huso francés” establecidos por unos maestros de danza. Los asentistas denunciaron el hecho a la Audiencia no solo defendiendo su privilegio, sino, además, argumentando que el espectáculo era de “baja calidad”. Los maestros eran de “baja esfera” y el lugar era una “casa estrabiada […] con concurso de mucha gente promiscua descubierta y tapada desde la siete de la noche en adelante”.
La Audiencia respondió defendiendo el privilegio de los asentistas: prohibió que se efectúen esos “actos en días de comedia”. Sin embargo, no tuvo mayor efecto. Los asentistas mandaron otra queja, pero esta vez resaltando acciones que deberían escandalizar a la autoridad y así ordenar el cierre del lugar de danza. Denunciaron que en el lugar los asistentes se disfrazaban de “señoras y cavalleros principales” con ropas “agenos a su baja ralea”. Tal mensaje de estos bailes era negativo, a diferencia del teatro que era un producto de “saludables efectos” sobre el público. El virrey mandó prohibir las reuniones de baile, bajo pena de cárcel para los que no cumplieran la orden.
La reacción de los maestros de baile fue inmediata. Casimiro Esparza, Juan Crisóstomo Baquíjano, militares y morenos libres, y José María Arévalo, pardo libre, presentaron un recurso en el que protestaban contra la medida. Afirmaban que la prohibición era un atentado contra la “diversión licita del ciudadano”, y que debía permitirse “el bayle del Minuet” y otras danzas a “la francesa” dado que era una diversión libre y honesta. El minué, que exige “una compostura que no tiene lugar a la impudicia”, a diferencia de los “bayles impúdicos”, cumplía un rol importante en la reforma de las costumbres del pueblo. Así, labor de la academia de baile apartaba al pueblo de los “bayles profanos y escandalosos” que solo fomentaban actos criminales.
Al igual que los editores de la prensa ilustrada limeña, los maestros de baile buscaban reformar las costumbres del pueblo introduciendo nuevas prácticas “civilizadas”. Sin embargo, la prohibición de estas danzas, fue reafirmada por el virrey. La defensa de los privilegios de los asentistas pesó más.
El 31 de diciembre de 1790 se publica el Prospecto del papel titulado Mercurio Peruano de Historia, Literatura y Noticias Públicas. A cargo de esta publicación está la Sociedad Académica de Amantes del País, y quien escribe el prospecto es Jacinto Calero y Moreira. Se informa que el Mercurio Peruano comenzará a publicarse el 2 de enero de 1791 dos veces por semana, bajo el formato de un pliego de ocho páginas en cuarto. La suscripción es de catorce reales mensuales. El despacho se realizará en la calle de Bodegones, en la tienda de don Lino Cabrera; a los suscriptores se les llevará la publicación a sus casas a las ocho de la mañana.
En el prospecto se indica su intención académica y científica ligada con la Ilustración:
En todas las naciones, y edades, ha sido muy lento el progreso de las Ciencias. Cuando los Templos de Egipto, y los pórticos de Atenas eran los archivos de la Historia, y de la Filosofía, los conocimientos humanos quedaban en cierto modo estancados en el misterio de los Hyeroglíficos, y en los preceptos verbales de los Maestros. Los Romanos, sucesores de la ilustración de los Griegos, propagaron en todo el Orbe la finura de sus nociones, juntamente con la gloria de sus Armas triunfantes. Con la prosperidad del Imperio, incrementaban á un mismo tiempo la civilización, el estudio, y la literatura. No tardó mucho en cambiarse todo ese risueño teatro. La bilocación del Trono en Oriente y Occidente [..] hicieron desaparecer las ciencias y las bellas Artes, y en cierto aspecto embrutecieron la Sociedad entera. […] Entonces el Monje […] fue el único depositario de estas mismas Artes y Ciencias, especialmente de las abstractas. […] Todavía nos hallaríamos dependientes de la instrucción cenobítica, si el prodigioso y utilísimo invento de la Prensa no hubiese generalizado las ideas de Literatura, facilitando al mismo tiempo su estudio y su adquisición. La Prensa asoció los Ingenios de todo el Orbe; y por medio de ella se transmitieron las meditaciones del adusto Hyponense hasta los últimos Britanos.
Entre los diversos objetos, que ocuparon las Prensas, ninguno fue más útil que el de los Papeles Periódicos. Desde la adopción de ellos se puede casi fiar la época de la ilustración de las Naciones. Londres sola sostiene un sin fin de folios volantes, que salen todos los días á publicar ya las noticias civiles, y nacionales, ya las externas, ya los resultados Físicos, y Morales deducidos por aquellos Sabios, que examinan al Hombre en toda la extensión de sus complicadas relaciones […]
Las ideas del prólogo resaltan los valores más importantes para los intelectuales ilustrados: la búsqueda del progreso por medio de las ciencias, la filosofía, la historia, la economía, etc. No obstante, la difusión de estos conocimientos es fundamental. La prensa es un artefacto que cumple precisamente con este objetivo.
En España, por real resolución del 24 de febrero de 1791, se prohíbe la publicación de cualquier tipo de papel, salvo el Diario de Madrid y los dos oficiales: la Gaceta de Madrid y el Mercurio Histórico y Político. Esta medida no afectaba a la América hispana, dado que los permisos dependían del virrey. El 3 de setiembre de 1791, es aprobada la primera Constitución de la historia de Francia, en la que se establece una monarquía constitucional. Se reconoce derechos civiles y la división de poderes. Un mes antes, en Saint-Domingue, colonia francesa, los esclavos inician una revolución influenciados por las ideas de la Revolución francesa.
Tras la distribución del Prospecto, en diciembre de 1790, el Mercurio Peruano de Historia, Literatura y Noticias Públicas, a cargo de la Sociedad Amantes del País, empieza su publicación el 2 de enero de 1791. Se publicaba dos veces por semana: los jueves y domingos. Hasta el 31 de agosto de 1794, cuando aparece la última edición, se publicaron cuatrocientos dieciséis números en formato de un en cuarto, con ocho páginas, aunque hubo números especiales de diez a dieciocho páginas. La suscripción al Mercurio Peruano era de catorce reales mensuales y la cantidad de suscriptores en su primer año, 1791, estuvo entre trescientos ochentaisiete y trescientos treintaitrés, y ya para 1793 bajó a doscientos cuarentainueve. Respecto a la distribución geográfica de estas suscripciones, más de la mitad fueron de Lima (53.8 %). El resto se distribuyó en otras intendencias del virreinato peruano, como Trujillo, Tarma, Huancavelica, Huamanga, Cusco y Arequipa (18.2 %), otros virreinatos —como el de Río de La Plata y el Nuevo Reino de Granada (8.5 %)—, y América del Norte y Europa (2.3 %).
¿Quiénes eran estos suscriptores? Siguiendo una clasificación social de antiguo régimen, la suscripción se distribuye como sigue: la nobleza representa el 27.85 %; el clero, el 15.85; el estado llano (comerciantes, profesionales, etc.), el 51.65 %; y un grupo de indeterminados, el 4.56 %. Una distribución por profesión nos indica lo siguiente: administración política (desde el virrey hasta los miembros del cabildo), el 19.7 %; hacienda, el 12.55 %; actividades económicas (comercio, industria, etc.), el 17.8 %; el clero, el 13.35 %; intelectuales, el 12.2 %; militares, el 9.1 %; y otros, el 15.3 %. La publicación no se costeaba solo con estos aportes, también contaba con el apoyo del virrey. Con todo, no parece que fuera una empresa rentable, hecho decisivo, más que la censura, para que su publicación se suspendiera. Tras este hecho, salvo Unanue, el resto de la directiva se traslada a la península u otros lugares de América.
En el primer número del 2 de enero de 1791, se publica el artículo “Idea general del Perú”, que resume los objetivos del proyecto editorial. Retomando las ideas del prospecto, de “hacer más conocido el País que habitamos”, Jacinto Calero y Moreira afirma que el Mercurio Peruano busca trazar, por medio del “conocimiento práctico”, una idea certera del Perú y no con base en “lijeras noticias” que “de paso adquirieron” algunos viajeros para escribir “a orillas del Sena y del Támesis” sobre el Perú. Así, pasa a describir los principales rasgos del Perú: su extensión territorial, la población, comercio, “fábricas”, minería, navegación, pesca, agricultura, historia natural y el grado de “ilustración” de la población criolla. Esta era una respuesta directa a las ideas negativas que autores ilustrados, como el abate Raynal y el conde de Buffon, difundían sobre América, calificándola como un continente inferior social y naturalmente respecto a Europa.
El 5 de junio, se publica el prospecto del Semanario Crítico, o Reflexiones Críticas sobre la Educación, Costumbres Públicas, Poesía Teatral, y Otras Diferentes Materias. A cargo del fraile franciscano, originario de Munguía, Juan Antonio Olavarrieta, el objetivo de la publicación era, según el mencionado prospecto, el de una
crítica juiciosa que coteja las costumbres públicas con los principios de la Razón, de la Moral, de la Filosofía, que hace patente los defectos, que insensiblemente las deslucen y afean; que combate los errores, las preocupaciones y los entusiasmos a cuyo abrigo se fomentan defectuosas, es el único fin que se propone, siendo los objetos que abraza para el efecto las materias siguientes, cuya explicación por orden hará el plan de toda la obra.
La educación física, moral y política de los hijos tomada desde el instante de su nacimiento, hasta ser capaces por sí de adquirir aquella perfección necesaria y proporcionada a las circunstancias del suelo en que merecieron la luz pública, es tan antigua como los mismos hijos, la Religión misma y la Política; no obstante, puede decirse sin temor de incurrir en la nota de temerario, no haberse hallado jamás tan envuelta en crasísimos errores, que embarazan los brillos de su perfección, como en este nuestro siglo, lleno por otra parte de las mejores luces. ¿No será pues utilísima ocupación hacer ver a las señoras mujeres sus comunes defectos en este ramo tan importante a la sociedad, desde el primer instante en que una agradable suerte las condecoró con el dulce título y renombre de madres?
La suscripción al Semanario se realizaba en la librería de don Santiago de Cortabarría, y el costo era de seis reales mensuales. El ejemplar suelto costaba dos, si tenía un pliego; dos y medio, si tenía una cuartilla más; y tres, si excedía en medio pliego el formato habitual. La publicación registró más de ciento setenta suscriptores, donde se pueden identificar similitudes con el Mercurio Peruano, en cuanto sector social (nobleza, sectores medios) y profesional (funcionarios públicos, abogados). De hecho, había suscriptores del Mercurio Peruano y del Diario de Lima.
El Semanario Crítico tuvo corta duración: se publicaron dieciséis números los domingos comprendidos entre el 5 de junio y el 18 de setiembre. Al poco tiempo de publicado, entró en una polémica con el Mercurio Peruano sobre sobre el tema de la posibilidad de ilustrar a la “plebe”, aunque acabó pronto en acusaciones de tipo personal. Olavarrieta, en enero de 1792, parte a la península donde continua su labor de periodista.
En las décadas de 1770 y 1780, la Corona española intentó estimular el desarrollo de la minería en Hispanoamérica mediante diversas innovaciones institucionales, jurídicas y técnicas. En tal sentido, por ejemplo, financió el envío de especialistas europeos para que enseñaran nuevas técnicas de refinamiento. Para el caso del virreinato del Perú, fue constituido un equipo de científicos, ingenieros y artesanos, la mayoría alemanes, quienes desembarcaron en Buenos Aires en 1788, desde donde continuaron su viaje por tierra. Liderados por el sueco Tadeo von Nordenflicht, tuvieron entre sus misiones la difusión de un nuevo método de amalgamación desarrollado por el científico austriaco Íñigo von Born, además de la introducción de maquinaria moderna para las minas.
Al arribar a Potosí, a inicios de 1789, los expedicionarios se enfrentaron a mineros que no deseaban abandonar su tecnología tradicional debido a que la maquinaria era costosa y sus resultados no resultaban convincentes. Tras su paso por las minas de Huancavelica la situación no fue muy diferente. Al igual que en otras minas americanas, los procedimientos empleados para refinar la plata no se habían alterado mucho desde la década de 1570. Además, los métodos impulsados por la expedición resultaron inadecuados para las condiciones geográficas americanas, así como la falta de operarios especializados.
El método de Born, propuesto por Nordenflicht, consistía en montar un sistema de mezcla del mineral y azogue en grandes barriles forrados en cobre por dentro que giraban en un movimiento rotatorio impulsados por la fuerza hidráulica o animal. Cabe señalar que el método tradicional comprendía la mezcla de la plata triturada con el mercurio y otros ingredientes en un patio abierto, seguido por su lavado y la recuperación del azogue mediante un condensador. El método de Born, en comparación, ahorraba tiempo y mano de obra. Los mineros locales, no obstante, vieron varios inconvenientes en el nuevo método. Montar la maquinaria era costoso y no se contaba con los operarios para construirla de forma exacta. A todo esto, el ahorro de costos no era tan grande como para hacer tan grande inversión.
Tras esas experiencias, Nordenflicht escribe, en 1791, su Tratado del arreglo y reforma que conviene introducir en la minería del reino del Perú para su prosperidad, conforme al sistema y práctica de las naciones de Europa más versadas en este ramo, presentado de oficio al superior gobierno de estos reinos por el barón de Nordenflicht y se lo envió al virrey Francisco Gil de Taboada. En este tratado, Nordenflicht aconseja al virrey realizar reformas institucionales (academia, tribunal y gremio de minería, por ejemplo) y técnicas (excavación de pozos) para que la renta minera pueda crecer.
La expedición fracasó en su objetivo principal, aunque sus recomendaciones fueron seguidas en parte. Su labor finalizó formalmente en 1810 por orden del Consejo de Regencia. Para entonces, no más de cuatro de sus miembros, entre ellos Nordenflicht, seguían en el Perú; los demás o habían fallecido, desertado u obtenido licencia para regresar a Europa.
La expulsión de los jesuitas del virreinato peruano tuvo consecuencias funestas para muchos criollos pertenecientes a esta orden. No solo vieron dañados sus derechos, fueron desterrados a Europa, dejando familia y propiedades en América. Este hecho, unido al ambiente de rebeliones indígenas en el Perú, llevó al jesuita peruano exiliado en Italia desde 1768, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, a realizar gestiones ante los ingleses, en guerra con España, para que apoyen a los rebeldes. El fin de la guerra acabó con sus planes. Muchos años después redacta su Lettre aux Espagnols-Americains par un de Leurs Compatriotes, en la que denuncia la opresión española y pide a los criollos americanos a luchar por su independencia:
El Nuevo Mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra, y en ella es que debemos examinar nuestra situación presente, para determinarnos, por ella, a tomar el partido necesario a la conservación de nuestros derechos propios, y de nuestros sucesores.
[…]
Desde que los hombres comenzaron a unirse en sociedad para su más grande bien, nosotros somos los únicos a quienes el gobierno [español] obliga a comprar lo que necesitamos a los precios más altos, y a vender nuestras producciones a los precios más bajos. Para que esta violencia tuviese el suceso más completo, nos han cerrado, como en una ciudad sitiada, todos los caminos por donde las otras naciones pudieran darnos a precios moderados y por cambios equitativos, las cosas que nos son necesarias.
[…]
Cuando las causas conocidas de un mal cualquiera se empeoran sin relajación, sería una locura esperar de ellas el bien. Ya hemos visto la ingratitud, la injusticia y la tiranía, con que el gobierno español nos acaba desde la fundación de nuestras colonias, esto es cuando estaba él mismo muy lejos del poder absoluto y arbitrario a que ha llegado después.
[…]
La distancia de los lugares, que por si misma, proclama nuestra independencia natural, es menor aún que la de nuestros intereses. Tenemos esencialmente necesidad de un gobierno que esté en medio de nosotros para la distribución de sus beneficios, objeto de la unión social. Depender de un gobierno distante dos, o tres mil leguas, es lo mismo que renunciar a su utilidad; y este es el interés de la Corte de España, que no aspira a darnos leyes, a dominar nuestro comercio, nuestra industria, nuestros bienes y nuestras personas, sino para sacrificarlas a su ambición, a su orgullo y a su avaricia.
Escrito en francés, Viscardo y Guzmán tal vez intentaba buscar apoyo de Francia para sus planes. Con todo, la publicación de la carta y su uso político estuvo a cargo del líder patriota Francisco Miranda, quien se encargó de imprimirla en Londres, una versión en francés en 1799, y otra en español, en 1801, bajo el título Carta dirigida a los españoles americanos por uno de sus compatriotas. A partir de entonces, la carta de Viscardo tuvo cierta repercusión en el ámbito americano, en los grupos disidentes como el de Miranda, cuando aparece un movimiento separatista.
La situación del rey Luis XVI se complica. Es arrestado y acusado de conspirar con los enemigos de Francia. Se establece una convención que anula la monarquía y establece la Primera República. Carlos IV se preocupa por la suerte de Luis XVI y hace propuestas para salvarlo. En este contexto, Manuel Godoy es nombrado secretario de Estado. España propone reconocer a la República francesa y mediar ante las otras monarquías que estaban en guerra contra Francia. En América hispana, se levanta la prohibición de importar de España ingenios de azúcar y molinos de café.
Desde inicios del siglo XVIII, en la Universidad de San Marcos hay interés en modernizar la enseñanza médica, aunque la falta de recursos materiales y humanos lo impiden. Se creó una cátedra de anatomía, la cual fue solo teórica, al no contarse con un anfiteatro anatómico. Hacia 1753, se había asignado como lugar para tal anfiteatro el hospital San Andrés, pero la construcción se concretó muchos años después. Gracias al empeño de los virreyes y autoridades universitarias, el local se inauguró el 21 de noviembre de 1792, en una ceremonia en la que estaban presentes las principales autoridades de la ciudad de Lima. Precisamente, en esta ceremonia, el catedrático de anatomía Hipólito Unanue, el principal impulsor del anfiteatro, dio su discurso “Decadencia y restauración del Perú”, en el que de forma grandilocuente y optimista —ilustrada— declaraba que el Perú salía de una etapa oscura sobre su estado sanitario y que con la ayuda de la ciencia se abría paso a restaurar lo perdido. Unanue decía sobre la decadencia de la salud:
Abismado [el Perú] en una mortal ignorancia de la Anatomía, faltaron en las provincias médicos inteligentes, y las enfermedades internas menoscabaron una parte de sus moradores. Faltaron cirujanos expertos, y las [enfermedades] externas consumieron la otra.
[…]
En el Perú no han tenido sus moradores otro asilo en las graves y frecuentes epidemias y demás accidentes que han padecido, que la impericia de los empíricos, el total abandono, y el bárbaro arrojo de los charlatanes: medios capaces de acabar por sí solos el linaje humano.
Esta situación cambia con las reformas en la práctica médica llevada a cabo a inicios del siglo XVIII. La enseñanza de la anatomía, dice:
Va a restaurarle al Perú la ilustración y práctica de esta ciencia benéfica. En este Anfiteatro, que hoy se consagra a su enseñanza, amanecerá la brillante aurora que disipe la tenebrosa noche del error […] sus resplandores fijarán la vista del peruano y atraerán a la juventud, deseosa de recursos, que asegure su subsistencia
Unanue impulsó posteriormente las conferencias clínicas, en las que se reunían profesores de medicina y cirugía en el hospital de San Andrés, los jueves, a las cuatro de la tarde. En un listado de estas conferencias publicado por el Mercurio Peruano se puede identificar que las clases estuvieron a cargo de Hipólito Unanue, José Manuel Dávalos, José Manuel Valdés y Cosme Bueno, entre otros. Los temas tratados en cirugía fueron inflamación, supuración y gangrena; en medicina calenturas, viruela, frenesí, disentería y angina.
Luis XVI es ejecutado en enero, y el ejército francés invade España, que se une a la Primera Coalición. La guerra se desarrolla en la frontera norte de España. En Francia se crea el Comité de Salvación Pública y se establece el régimen del terror. Inglaterra invade Saint-Domingue y los franceses piden apoyo a los eslavos rebeldes. Se declara abolida la esclavitud y en 1794 se confirma en Francia. En La Habana se establece la Sociedad Económica Amigos del País, y en Caracas, el Consulado de Comerciantes.
El movimiento ilustrado en Europa se difundió por medio de publicaciones de diferente formato, que las hizo accesibles a un público más amplio. Mucha de esta actividad pudo llevarse a cabo gracias a la aparición de nuevas maneras de sociabilidad que crearon flamantes espacios de intercambio de ideas con la intención de contar con un impacto social y político concreto. En España, desde el reinado de Carlos III, aparecieron, bajo protección real, alrededor de setenta sociedades económicas de amigos del país, con el fin de difundir ideas ilustradas y conocimientos prácticos para el fomento de la actividad agrícola, industrial y comercial de la monarquía. En la América hispana, entre 1770 y 1820, hubo catorce de estas sociedades distribuidas en La Habana, Veracruz, Lima, Quito, Buenos Aires, Caracas y Guatemala. Todas estas sociedades se hallaban conformadas por los miembros más representativos de las élites locales, es decir, catedráticos, nobles y funcionarios públicos, entre otros.
En este contexto, se organiza en Lima, hacia 1790, la Sociedad Académica de Amantes del País. Su antecedente, dado que compartían algunos integrantes, fue la Academia Filarmónica (1787-1788), integrada por José Rossi y Rubí (Hesperiófilo), Hipólito Unanue (Aristio), José María Egaña (Hermágoras), Demetrio Guasque (Homótimo), y algunos de los cuales no se sabe su identidad, como Mindírido, Doralice, Floridia y Egeria. Esta entidad se separó debido a las ocupaciones profesionales de Guasque en Madrid, la viudez de Rossi, la enfermedad de Unanue y el matrimonio de Mindírido. En 1790, con el regreso a Lima de Guasque y Rossi, se reanudan las actividades con Unanue y Egaña, pero bajo el nombre de Sociedad Académica de Amantes del País, junto con nuevos miembros, como José Baquíjano y Carrillo, Jacinto Calero y Moreira, y Diego Cisneros. Al igual que las sociedades de la península, esta sociedad se hallaba conformada por miembros de la élite, aunque los diferenciaba su lugar origen: unos eran peninsulares (Rossi y Cisneros, por ejemplo) y otros criollos (Unanue y Baquíjano, entre otros).
A diferencia de las sociedades económicas de la península, la Sociedad Académica de Amantes del País de Lima se dedicó básicamente a la publicación del Mercurio Peruano. No obstante, en cuanto a los materiales publicados, compartió el mismo objetivo de fomentar las actividades. Su labor empezó en 1790, con la anuencia del virrey Gil de Taboada, pero en 1792 presentaron sus estatutos para conseguir la aprobación real. El 19 de octubre del mismo año el virrey aprueba su solicitud y el 11 de junio de 1793 consiguen la aprobación real que les da la protección del superior gobierno. La entidad pasó a llamarse Real Sociedad de Amantes del País Limano.
Tras la ejecución de Luis XVI y la declaración de guerra contra Francia, las principales noticias sobre la Revolución francesa llegaron por medio de la prensa escrita: la Gaceta de Lima y el Mercurio Peruano. Estos, junto con el aparato virreinal español, diseñaron un discurso totalmente antirrevolucionario, debido a que entendían que los valores políticos que propugnaba la mencionada revolución cuestionaban de manera radical el sistema político y social de la monarquía.
La incipiente prensa virreinal limeña de entonces defendió el orden monárquico con virulentas críticas a la política revolucionaria y a toda costumbre cotidiana que denotara cierto espíritu “democrático”. En tal sentido, en 1793, la Gaceta de Lima dejó de cubrir noticias locales para exponer los peligros de la Revolución francesa. Así, mostraba al público limeño, mediante notas de la prensa europea y con un exagerado lujo de detalles, todas las “atrocidades” de aquella “anarquía” que subvierte el orden, al “profanar” iglesias, “degollar” ciudadanos y sacerdotes, invadir la propiedad, vulnerar los derechos, y los más atroz: ejecutar al rey (Nº 15, 26 de mayo de 1794). En el Mercurio Peruano, uno de sus redactores se lamentaba de cómo en la “desdichada” Francia el “Sacerdocio y el Imperio, base y fundamento de toda la felicidad temporal y eterna, yacen por los suelos…” (Nº 324, 9 de febrero de 1794). Este orden político había sido destruido por la política anticlerical y antimonárquica “jacobina”, consecuencia de “principios subversivos de todo orden social, nuevos de la historia del mundo, contradictorios á la experiencia de los siglos, repugnantes á la moralidad, enemigos de la Religión…” (Nº 273, 15 de agosto de 1793). Estos “nuevos principios subversivos” eran el materialismo, el ateísmo, el libertinaje, la igualdad y la democracia.
La revolución generaba miedo. Por esta razón, tanto la élite gobernante como la religiosa decidieron prohibir la difusión de ideologías o corrientes de pensamientos acordes a ella, como el ateísmo, el anticlericalismo, el deísmo, el volterianismo y el enciclopedismo. Se censuraron folletos y documentos revolucionarios, como la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, el Discurso de Mirabeau o el Discurso del Petion o del buen francés. A pesar de ello, algunos pocos panfletos lograron circular por las ciudades importantes. Después de todo, lo más importante era controlar la opinión pública, la que se establecía no tanto por la pluma, sino por la oralidad. Con todo, esta posición debe entenderse en un contexto en el que España se hallaba en guerra contra Francia. En 1795, con el fin de la guerra y, más aun, en 1796, cuando se convirtieron en aliados contra Inglaterra, tal discurso desapareció.
El ataque inglés a unos barcos españoles a fines de 1804 lleva a la declaratoria de guerra. Al año siguiente, España y Francia firman un acuerdo de ayuda militar y naval para invadir Gran Bretaña. En este contexto, se dio la batalla de Trafalgar, en la que la flota inglesa vence a la fuerza combinada franco-española. En 1804, Saint-Domingue declara su independencia de Francia y pasa a llamarse Haití. En 1805, establece la Constitución Imperial de Haití, en la que, además de abolirse la esclavitud, se plantea que ningún hombre blanco puede pisar el país con el título de “amo” o “propietario”.
En 1802, la Corona española ordenó propalación de la vacuna contra la viruela por todo su imperio, formándose la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, dirigida por los médicos Francisco Javier Balmis y José Salvany. Como en aquel tiempo no existía la tecnología para refrigerar las vacunas, la Expedición Filantrópica optó por una medida polémica, incluso para esos años, al usar niños expósitos, de entre tres y nueve años, como medios de transporte de la vacuna. Se les inoculaba el fluido vacuno y al cabo de doce días se extraía el mismo para inocularlo a otro niño, así hasta llegar a América. A cambio, a estos infantes se les ofreció comida y alojamiento. Cuando la vacuna arribó a estas tierras, se determinó que se establecería una junta central de conservación de la vacuna, para preservarla y distribuirla.
La vacuna llegó al Perú en 1805, vía Guayaquil. En un primer momento, Salvany “recorrió y cortó el contagio en las ciudades de Piura, Lambayeque, Cajamarca, Chota, Trujillo y muchísimos pueblos del tránsito, que visitó por sí mismo, y los subalternos comisionados incluso el betlemita Justiniano lo hicieron en otros por las diferentes rutas que llevaban”. Luego de llegar a Lima, donde vacunó a más de 22,000 personas, la ruta de vacunación se dirigió al sur, por un lado, la ruta por Cañeta, Ica hacia Arequipa y de allí a La Paz, y otra ruta por Huamanga hasta el Cusco. Salvany no terminó con su misión debido a su muerte en Cochabamba en 1810.
A pesar de ser una innovación médica y que en 1802 hubo una epidemia de viruela que azotó principalmente Lima, en varios lugares rechazaron a los médicos de la Expedición. Salvany narra en sus memorias como muchas las veces tuvieron que huir por el rechazo popular a la vacunación, o que debía rogar para que las personas de vacunen. Jorge Lossio sostiene que el rechazo de la gente a vacunarse se debe a distintas razones. Por un lado, circularon rumores de que los llamados a la vacunación eran una excusa para censar y cobrar tributos. Se decía también que la vacuna transmitía la sífilis, porque se utilizaba la misma jeringa para vacunar a varias personas. Mucha gente mantenía creencias no occidentales sobre el origen y tratamiento de enfermedades, por lo cual no aceptaban los saberes llegados de Europa.
Como señala Jorge Lossio, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna fue una de las expediciones sanitarias más significativas de la historia y, si bien duró desde 1803 hasta 1810, sus impactos fueron bastante más prolongados. La empresa de propagar la vacuna fue inmensa y empujó a un cambio fundamental en cuanto al rol estatal en la salud, como se verá más adelante en la República.
La guerra contra Inglaterra ocasiona graves problemas económicos a España, lo que genera descontento social y político. Se produce el Motín de Aranjuez contra Manuel Godoy, quien dimite junto con Carlos IV. Fernando VII se convierte en rey. Napoleón solicita al rey el pase de su ejército para atacar Portugal e invade España. Napoleón obliga a abdicar a Fernando VII y a Carlos IV, y nombra a su primo como José I, rey de España. Se produce un levantamiento general del pueblo español contra los franceses. Se forman juntas en toda España. En América, hay respuestas de apoyo a Fernando VII y rechazo a los franceses.
Por las reales cédulas del 9 de diciembre de 1786 y del 3 de abril de 1787, el rey estableció que por un asunto de “salud pública” se debía construir cementerios ubicados a las afueras de los pueblos. Esta medida debía hacerse de forma progresiva, empezando por aquellos más expuestos a epidemias y los de mayor población. Estas leyes eran la expresión de un debate mayor sobre cómo prevenir las epidemias. De hecho, en el virreinato peruano, entre 1782 y 1786, se habían construido cementerios de este tipo en Trujillo y Tarma, antes de la llegada de la real cédula en 1789. En Lima, tal proyecto fue aprobado por las autoridades civiles y eclesiásticas, además de las científicas. Además, contó con el apoyo entusiasta de la prensa de la época: el Diario de Lima y el Mercurio peruano. No obstante, pese a contar con apoyo y buena disposición de las autoridades, el proyecto de cementerio no se ejecutó entonces.
Con el gobierno del virrey Fernando de Abascal se retoma el proyecto de cementerio para Lima. La epidemia de 1802 hizo necesario tomar varias medidas para prevenir un nuevo brote. La población de la capital crecía cada vez más y las iglesias ya no podían seguir albergando los cadáveres, pues se estaban quedando sin espacios. Además, Hipólito Unanue afirmaba que las epidemias y las muertes que azotaban Lima eran consecuencia de la atmósfera de la ciudad, que se veía afectada por las formas inadecuadas de enterramiento de muertos. Unanue se esforzó, junto a otras voces, en desterrar aquellas viejas costumbres de sepultar a los muertos en las iglesias o cerca de ellas, para que así se pudiera crear un espacio laico donde realizar esta actividad, sin perjudicar a la ciudad y a los vecinos.
De esta manera, se comenzó a buscar un terreno para crear “una ciudad para los muertos”, teniendo diversas consideraciones: que cuente con una amplia extensión, que sea en un lugar con disposición de vientos (para que se disipen los olores desagradables) y que se encuentre lo suficientemente lejos de la capital. Aquel lugar ideal fue lo que se conocía como el Pepinal de Ansieta, a dos kilómetros al este del Centro de Lima.
El virrey Abascal encargó al presbítero Matías Maestro la tarea de diseñar el Cementerio General, el cual fue inaugurado el 31 de mayo de 1808. Al inicio, fue difícil conseguir que las familias limeñas se decidieran enterrar a sus muertos en dicho lugar. Se tuvo que recurrir a la publicación de un discurso del arzobispo Bartolomé de las Heras para manifestar que se esperaba que el “pueblo ilustrado y virtuoso se convenza pronto” de que, tanto por la hermosura de los templos como por la salud pública, lo mejor era enterrar a sus muertos en el recién inaugurado Cementerio General. Esto costaría tanto que la tumba creada más cerca de su inauguración fue la de sor María de la Cruz en 1810.
En el siglo XVIII, impulsada por Hipólito Unanue, comenzó la modernización de la educación de los médicos. La inauguración del Anfiteatro Anatómico fue un avance al respecto, pero había muchas limitaciones dentro de la Universidad de San Marcos. Unanue, nombrado protomédico en 1807, consideró necesario proponer al virrey Fernando de Abascal la creación del Colegio de Medicina, independiente de la mencionada universidad. El virrey aceptó el proyecto y empezó una campaña para financiarla con aportes de diferentes estamentos civiles, eclesiásticos y económicos del virreinato. El local de la entidad se ubicó frente a la plaza de Santa Ana y al lado del hospital de San Andrés; su construcción estuvo a cargo de Matías Maestro. El 1 de junio de 1808, se colocó la primera piedra. Para mediados de 1808, se habían conseguido fondos para la construcción de la fachada principal y corredores, además de la elaboración de un plan de estudios. Asimismo, se solicitó a la Universidad de San Marcos que algunas cátedras pasen, con su presupuesto, a ser dictadas a la nueva entidad educativa.
Pese a las gestiones del virrey, no fue fácil llevar a cabo el proyecto por la falta de recursos y las negativas de la Universidad de San Marcos, temerosa de perder sus privilegios. A ello se agregaba el convulso ambiente político en la península. Aun así, el proyecto no se detuvo y Abascal envió la documentación del proyecto en 1810. En agosto de 1811, la Junta Superior de Medicina y Cirugía de Cádiz elevó un informe a la Corona que permitió la aprobación de la construcción del Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando. Si bien el local se inauguró en octubre de 1811, con la primera parte del local terminada, un par de años antes se había comenzado a dictar las clases a los alumnos en calidad de “escolares internos” en el Anfiteatro Anatómico de San Andrés y en otros locales.
Unanue tuvo que partir a las Cortes de Cádiz como diputado por Arequipa en 1814. Debido a sus gestiones en mayo de 1815, se emitió la real cédula que creó el Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando, aprobándose su plan de estudios, de acuerdo con la Escuela de Leyden, que unificaba la formación de cirujanos y médicos. Poco después de ser proclamada la independencia, el 27 de agosto de 1821 se le renombró Colegio de la Independencia, por propuesta de Unanue, quien era ministro de Hacienda en aquel momento.
Hipólito Unanue publicó el 13 de agosto de 1808, en el periódico la Minerva Peruana, su “Quadro sinóptico de las ciencias que se enseñarán en el colegio de medicina de San Fernando de Lima”. Este plan significó un cambio en la enseñanza de la medicina hacia una metodología moderna. La medicina escolástica seguía la tradición galénica apegada más a la realidad europea que a la de la América española, que presentaba sus propias particularidades de población, enfermedades y clima. En la práctica, los médicos criollos tenían un abordaje diferente al momento del diagnóstico.
En el “Quadro sinóptico…” se observa que se dejaron de lado, en parte, las cátedras tradicionales (prima, vísperas, método y anatomía), y se introdujeron dieciocho asignaturas que se hallaban agrupadas en cuatro ramas de las ciencias: matemática, física, historia natural y medicina. Estas fueron consideradas por Unanue como necesarias para la formación de médicos útiles a la “salud pública, a las artes y a la industria, cultivando las ciencias”. Recomendaba para los cursos de medicina a Hipócrates y a los de la escuela de Leyden, la mejor de medicina de la época. Respecto a esta escuela, la obra de Hermann Boerhaave (1668-1738) se basaba en la observación por medio de los sentidos de los fenómenos que aparecen en el cuerpo sano, enfermo, moribundo y cadáver, y en el uso del raciocino para aquello que estaba oculto a los sentidos.
En el “Quadro sinóptico…” las materias se distribuyen del modo siguiente:
Matemáticas. Dividida en puras: aritmética (numérica y literal) y geometría (teórica y práctica); y mixtas: mecánica (estática, dinámica, hidrostática, hidrodinámica), óptica (óptica, catóptrica, dióptrica) y astronomía (teórica y práctica).
Física. Dividida en experimental (elemental, meteorología, eléctrica, magnética, galvánica) y química (analítica, sintética, aplicada a la medicina y a las artes).
Historia Natural. Dividida en mineralogía (geológica, orictológica, docimástica), botánica (filosófica, sistemática, agricultora) y anatomía (histórica, descriptiva, comparada).
Medicina. Dividida en teórica (zoonomía, patología, psicología) y práctica (clínica (interna y externa), operatoria, obstetricia, farmacéutica y topográfica.
Tito Condemayta, Tomasa
Descendiente de la nobleza incaica, nació en Acos en 1740. Fue hija del cacique Sebastián Tito Condemayta. Es conocida como la feroz “Cacica de Acos”. Tuvo una importante participación en la rebelión de Túpac Amaru II, siendo una de las principales líderes de la rebelión. Gracias a su posición económica ayudó a financiar con armas y provisiones la gran rebelión, al punto de liderar su propia brigada, conformada por mujeres. Según Juan José Vega, poseía buenas tierras: «Tenía más de cien fanegadas de maíz, aparte de diecisiete de papa en Sucapuquio, cincuenta de trigo en Pilpinto, cuatro de diversos cultivos en Acos. Amén de otras tierras menores en diversos sitios. Asimismo, arrendaba seis fanegadas en Pichimuca y dos en Pihuirin». También cumplió un rol estratégico, para reclutar combatientes o convencer a otros caciques para que se les unieran.
Estuvo en la victoria de Sangarará el 18 de noviembre de 1780 y destacó junto a las mujeres de Acos en la defensa del puente Pillpintuchaka, sobre el río Apurimac. Fue capturada por las fuerzas españolas junto con Micaela Bastidas y Tupac Amaru. Condenada a muerte por estrangulamiento, fue ejecutada en en la plaza pincipal del Cusco el 18 de mayo de 1781. Primero se le cortó la lengua y su cuerpo se dispersó por los diversos pueblos de la región, mientras su cabeza se colocó en una estaca en la Plaza de Acos.
Tomasa Tito representa el rol importante de las mujeres en la gran rebelión. El resto de mujeres que formaron parte de la brigada sufrió las represalias del gobierno virreinal. En 1783, noventa y dos mujeres partieron a pie del Cusco hacia el Callao para embarcarse a México como castigo, en la llamada «Caravana de la muerte». Muchas de ellas murieron en el camino, por enfermedades, fatiga, hambre, por las inclemencias del clima, otras en la cárcel de Callao y las últimas en plena travesía a su destino final.
Viscardo y Guzmán, Juan Pablo
Nació en Pampacolca, Arequipa, el 26 de junio de 1748, en el seno de un hogar que tenía diversos nexos con familias tanto criollas adineradas como de caciques indígenas de la zona sur del Perú. A corta edad, junto con su hermano José Anselmo, fue enviado al Real Colegio de los Nobles San Bernardo del Cusco para proseguir con sus estudios. La muerte de su padre en 1760 lo obligó a ingresar al noviciado de la Compañía de Jesús en dicha ciudad, pasos que después su hermano también iba a seguir. Viscardo y su hermano se vieron afectados por la orden del rey Carlos III de expulsar a los jesuitas de España y sus dominios en 1767. Los novicios jesuitas fueron arrestados y llevados a Lima, donde los embarcaron rumbo a España, arribando a Cádiz. Después los trasladaron a Italia, donde sufrieron penurias económicas porque parte de las herencias que les correspondían por la muerte de sus padres no les fue enviada de manera regular, y específicamente, en el caso de la herencia materna, no se les reconoció. A ello se agrega el hecho de que, al tener prohibido el regreso al Perú bajo pena de muerte, se les negaba en la práctica la posibilidad de usufructuar de sus bienes. En compensación, se les otorgó una pensión mínima para que pudieran subsistir, la cual pronto resultó insuficiente.
En Italia, los hermanos Viscardo tuvieron noticia sobre la rebelión de Túpac Amaru II iniciada en 1780 contra la Corona. En este contexto, Juan Pablo vio la oportunidad para postular sus ideas políticas. Escribió cartas a los británicos solicitando apoyo al levantamiento del cusqueño, en tanto estaban en guerra con España, para que ayudaran a las colonias españolas en América, a fin de conseguir su independencia. Además, se ofreció como futuro guía e intermediario. Estas ideas llamaron la atención de los ingleses y fue invitado a Londres. No obstante, sus gestiones para conseguir apoyo de la Corona británica no prosperaron, dado que en 1783 se firmó un tratado de paz con España, y tuvo que regresar a Italia.
Es en esas idas y venidas por Europa (influenciado por las ideas de la Ilustración y las reflexiones de su experiencia de vida como exiliado de su patria) que redactó su famosa Lettre aux Espagnols-Americains par un de Leurs Compatriotes (1792), en la que invitaba a los criollos a luchar contra la opresión de la Corona española e independizarse. No pudo ver su obra impresa. Enfermo y empobrecido, falleció en febrero de 1798.
Vilcapaza Alarcón, Pedro
Pedro Vilca Apaza nació en 1740, en Moro Orco, cerca de Azángaro, Puno. Hijo del indígena noble Clemente Vilca Apaza Obaya, y de Juana Alarcón Apaza, mestiza descendiente directa del capitán español Martín Alarcón. Tuvo cinco hermanos: Toribio, Pedro, Gerónimo, Francisco y Antonia. Su educación la realizó en el Cusco, en el colegio jesuita de San Bernardo y el de San Francisco de Borja. Tuvo un breve paso como soldado del ejército realista, en donde obtuvo el grado de sargento de caballería. El 25 de agosto de 1771, contrajo matrimonio con doña Manuela Capacondori Choquehuanca. Ella era sobrina de Diego Choquehuanca, importante cacique de Azángaro. Manuela dejó a su esposo antes de la Gran Rebelión por ser fiel a la posición realista tomada por su familia, que luchó contra Túpac Amaru II.
Pedro Vilca Apaza se dedicó principalmente al comercio, recorriendo Lima, Cusco, Puno, Arequipa, Lampa, Vilquechico, Azángaro, Pucara, Rosaspata y Macusani hasta el Alto Perú. Tenía un centenar de acémilas y llamas. El traslado de la plata entre Potosí y el Cusco lo convirtió en una persona muy rica. En sus viajes, conoció y entabló amistad con José Gabriel Condorcanqui, también comerciante y arriero, a quien luego se le unió durante la Gran Rebelión. Estuvo presente en la captura del corregidor Arriaga. En Azángaro, con ayuda de sus familiares, formó guerrillas para controlar la región.
Durante la rebelión, Vilca Apaza se convirtió en el lugarteniente de Diego Cristóbal Túpac Amaru en Azángaro y Carabaya. El 13 de mayo de 1781 lideró la victoria en Condorcuyo, en la que se enfrenta al cacique Choquehuanca, quien había organizado un ejército de doce mil indígenas para frenar la insurgencia. Participó en el sitio de Puno desde abril hasta finales de 1781, cuando Diego Cristóbal Túpac Amaru decidió retirarse al Cusco, luego de haber aceptado el indulto propuesto por el virrey Jáuregui. Al conocer esto, Pedro Vilca Apaza decidió continuar con la rebelión, y dirige una nueva campaña para reclutar gente, ante la inminente persecución por parte del ejército realista al mando del comandante Del Valle. Su resistencia duró hasta abril de 1782, cuando fue capturado tras ser derrotado en la batalla de Kimsa Sullca. Luego fue trasladado a Azángaro, donde fue entregado a Del Valle. Fue ejecutado el 8 de abril de 1782, en la plaza de Azángaro. Como Túpac Amaru II, fue amarrado en sus extremidades con sogas que fueron jaladas por caballos. Murió desmembrado.
Pedro Vilcapaza se dedicó principalmente al comercio, recorriendo Lima, Cusco, Puno, Arequipa, Lampa, Vilquechico, Azángaro, Pucara, Rosaspata, Macusani, hasta el Alto Perú. Tenía un centenar de acémilas y llamas. El traslado de la plata entre Potosí y el Cusco lo convirtió en una persona muy rica. En sus viajes conoce y entabla amistad con José Gabriel Condorcanqui, también comerciante y arriero, a quien luego se le une durante la gran rebelión. Estuvo presente en la captura del corregidor Arriaga. En Azángaro, con ayuda de sus familiares, forma guerrillas para controlar la región.
Durante la rebelión, Vilcapaza se convirtió en el lugarteniente de Diego Cristóbal Tupac Amaru en Azángaro y Carabaya. El 30 de marzo de 1781 lidera la victoria en Condorcuyo, en la que se enfrenta al cacique Choquehuanca, quien había organizado un ejército de 12000 indios para frenar la rebelión. Participa en el sitio de Puno desde abril hasta finales de 1781, cuando Diego Cristóbal Tupac Amaru decide retirarse al Cusco, luego de haber aceptado el indulto propuesto por el virrey Jaúregui. Al conocer esto, Pedro Vilcapaza decide continuar con la rebelión, y dirige una nueva campaña para reclutar gente, ante la inminente persecución por parte del ejército realista al mando del comandante Del Valle. Su resistencia duró hasta abril de 1782, cuando fue hecho prisionero tras ser derrotado en la batalla de Kimsa Sullca. Inmediatamente fue trasladado a Azángaro, en donde fue entregado a Del Valle. El 8 de abril de 1782 fue ejecutado en la plaza de Azángaro. Como Túpac Amaru II, fue amarrado en sus extremidades con sogas que fueron jaladas por caballos. Murió desmembrado.
Unanue, Hipólito
Médico, intelectual y político. Nació en la ciudad de Arica, en 1755. Ingresó al Seminario de San Jerónimo de Arequipa para seguir la carrera eclesiástica. Hacia 1777, se trasladó a Lima para continuar sus estudios religiosos, bajo el cuidado de su tío Pedro Pavón, pero este lo orientó a inclinarse por los estudios de medicina. Ante problemas económicos familiares y la necesidad de subsistir en la capital, trabajó como preceptor en la casa de Agustín de Landaburu y Ribera, uno de los más ricos hacendados de Lima. Gracias a este trabajo, Unanue se fue relacionando con miembros de la alta sociedad limeña, quienes descubren las dotes brillantes que poseía.
Inició sus estudios en la Universidad de San Marcos, llegando a sobresalir entre sus compañeros, y escuchar lecciones de renombrados médicos y maestros como Cosme Bueno y Gabriel Moreno. Juró como médico en 1786 y asumió la cátedra de Anatomía en 1792, donde llegó a introducir el Anfiteatro Anatómico en el hospital de San Andrés, con el apoyo del virrey Gil de Taboada y Lemos.
Fue fundador de la Sociedad Académica de Amantes del País (1790), y colaboró con el periódico Mercurio Peruano, en el que realizó diversas publicaciones bajo el seudónimo de Aristio y también con su propia firma. Contribuyó con distintos artículos, entre los que destacan “Idea General del Perú” (ensayo en el que resume la evolución histórica del Perú, presentándolo como una unidad geográfica, perfilando así la idea de patria peruana) y “Observaciones sobre el clima de Lima” (en el que explica las causas climáticas de las enfermedades de la ciudad de Lima, relacionando datos meteorológicos con observaciones clínicas).
Se desempeñó en el cargo de cosmógrafo mayor del virreinato entre 1793 y 1797, y años después fue nombrado protomédico general (1807), consiguiendo, desde ese alto cargo, la fundación del Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando, la construcción del Cementerio General, y la aplicación de una política de higiene pública para erradicar la insalubridad en la que estaba sumida la Lima de fines del siglo XVIII.
Con la llegada de nuevos tiempos por influencia de los movimientos liberales, mientras era director de San Fernando, fue elegido diputado por Arequipa a las Cortes de Cádiz, por lo que tuvo que viajar a España. Al regresar de Europa, asumió cargos públicos en los gobiernos de Pezuela, San Martín y Bolívar. Mientras aún el Perú era virreinato, integró la delegación realista que se entrevistó en Miraflores con los emisarios del general José de San Martín. Cercana la independencia, cuando la ciudad de Lima fue ocupada por los patriotas, fue uno de los firmantes del Acta de Declaración de la Independencia, y al ser esta proclamada e instalado el gobierno de Protectorado, se le encomendó la administración del Ministerio de Hacienda. Como diputado electo por Puno, fue parte del primer Congreso Constituyente del Perú y trabajó en la comisión encargada de redactar la primera Constitución. Una de sus últimas actividades políticas más relevantes fue la de integrar el gabinete ministerial del general Simón Bolívar en condición de ministro de Gobierno, Hacienda y Relaciones Exteriores.
Tras la salida de Bolívar del Perú, se retira a su hacienda en Cañete donde fallece en 1833, a los setentaiocho años.
Ruiz Cano, Francisco
Cuarto marqués de Soto Florido. Nació en Lima, el 6 de abril de 1732, y sus padres fueron el general Pablo Ruiz Cano y Marina Narcisa Sáenz Galiano. Perteneció a una de las familias más importantes del virreinato peruano. Su padre, de origen español, fue gobernador de Chucuito y corregidor de Parinacochas. Su madre era limeña y la tercera marquesa de Soto Florido. Francisco Antonio Ruiz Cano y Galeano fue alumno del Colegio de San Martín y después pasó al Colegio Mayor de San Felipe. Fue doctor en Teología y ambos derechos, catedrático de Artes y de Código en el Colegio San Martín hasta 1781. En la Universidad de San Marcos también se hizo cargo de algunas cátedras, como Víspera de Cánones. Fue procurador general de la Universidad de San Marcos desde 1781 hasta su muerte. Se desempeñó también como abogado en la Real Audiencia, asesor de Rentas de Correos del Superior Gobierno y asesor general del virrey Guirior.
Una de sus obras más reconocidas es Júbilos de Lima, en la dedicación de su santa Iglesia Catedral instaurada (en gran parte) de la ruina que padeció con el terremoto de el año de 1746 a esfuerzos de el activo zelo de el EX.mo señor D. Joseph Manso de Velasco Conde de Super Unda, Caballero de el Orden de Santiago, Gentil Hombre de la Cámara de S.M. (que Dios guarde) Theniente General de los Reales Exercitos, Virrey Gobernador, y Capitán General de estos Reynos de el Perú. Descritos por el Doctor Don Francisco Antonio Cano y Galiano, Colegial de el Real de San Martín. Esta obra fue escrita en 1755 con motivo de la celebración del estreno de la reconstrucción de la catedral, la cual había sido afectada por el terremoto de Lima en 1746. El virrey encargó al joven criollo Ruiz Cano una relación con detallada descripción de la catedral, y de las ceremonias con las que los habitantes de la capital celebraron la reconstrucción de la primera sección del edificio, la cual, según la historiadora del arte Martha Barriga, “constituye una propuesta pionera de las ideas ilustradas en la primera mitad del siglo XVIII”.
Ruíz Cano dio a luz algunos trabajos más, como Lima gozosa. Descripción de las festivas demostraciones con esta ciudad celebró la proclamación de Carlos III; Oración fúnebre, que en las exequias de N. SS.P Clemente XIV de feliz memoria… dixo el día 26 de agosto de 1775 el R.P. Fr. Luis Rodríguez Tena y Oración fúnebre que en las exequias del ilustrísimo señor D.D. Agustín de Gorrichátegui, dignísimo obispo de la Santa Iglesia del Cuzco dixo el doctor Don Joseph Manuel Bermúdez en la catedral de Lima el día XIX de diciembre de 1776, y su Drama de los palanganas: Veterano y Bisoño, tenido en las gradas de la catedral. Falleció en 1792.
Ruíz, Hipólito
Botánico, naturalista, farmacéutico y expedicionario en el Perú y Chile. Nació en Burgos (España), en 1754, en una familia de raíces aristocráticas, pero de recursos limitados. A los catorce años fue enviado a estudiar a Madrid, al Colegio de Farmacéuticos, bajo la tutela de Manuel López, su tío farmacéutico. Después siguió estudios en el Real Jardín Botánico, donde se le permitió participar en expediciones botánicas.
Para 1777, Carlos III, a instancias de su ministro José de Gálvez, decretó que se formase una comisión científica con el objetivo de examinar las producciones naturales de América meridional. Con apenas veintitrés años, Hipólito fue escogido para dirigir la expedición botánica al virreinato del Perú, que partió el 4 de noviembre de 1777, en el navío de guerra El Peruano, y llegó al Callao en abril de 1778. Hipólito recorrió Chile y Perú, junto al farmacéutico José Pavón, los dibujantes Joseph Brunete e Isidro Gálvez, y el naturalista francés Joseph Dombey.
De acuerdo con el diario de Ruiz, en Lima se encontraron tanto con los médicos Cosme Bueno e Hipólito Unanue como con el religioso Francisco González Laguna. Recolectaron vegetales en la capital y sus alrededores —las provincias costeras del norte y la sierra—. Luego viajaron a Jauja, Tarma, Huánuco y las cordilleras chilenas, para seguir recogiendo muestras de la flora nativa para enviar a la metrópoli ibérica.
Una desgracia ocurrió en 1783, cuando embarcaron cerca de cincuenta arbolillos de pino-araucaria y otros materiales en el navío San Pedro de Alcántara, que debido a su naufragio en las costas de Portugal no llegaron a su destino. Por fortuna, se pudo reponer cierta parte con las especies duplicadas que albergaba Dombey. Regresaron a Huánuco y se establecieron en la hacienda de Macora, para continuar con sus estudios, aunque infortunadamente un incendio en este lugar destruyó mucho de lo que habían coleccionado, así como manuscritos y equipaje. Ante todos estos contratiempos, y achacado por múltiples males, Hipólito Ruiz regresó a la península en 1788. Él y José Pavón publicaron Flora Peruviana et Chilensis, Sive, Descriptiones, et Icones Plantarum Peruvianarum, et Chilensium, Secundum Systema Linnaeanum Digestae, Cum Characteribus Plurium Generum Evulgatorum Reformatis (tres tomos, 1798-1802). Hipólito murió en 1816.
Rossi y Rubí, José
Nació en Milán (Italia), en 1765. En 1786, llegó al Perú como experto en mineralogía, cultura clásica y filosofía, lo que le facilitó ser consultor en el Tribunal de Minería. Por el nuevo puesto, puso fin a sus viajes y se instaló en Lima. Durante un paseo por Lurín, conoció a José María Egaña, quien organizaba reuniones culturales con diversos hombres ilustrados de la capital.
A raíz de estos encuentros se gesta la fundación de la Academia Filarmónica, espacio en el que solo se trataron temas literarios y se examinaron noticias de interés público. En esta entidad, Juan Egaña e Hipólito Unanue fueron elegidos presidente y secretario, respectivamente. En 1788, José Rossi y Rubí enviudó y decidió retirarse a la sierra durante veintidós meses. A su regreso a Lima, se reunió con Unanue y Egaña para continuar con la sociedad.
Así, para 1790, se fundó la Sociedad Académica de Amantes del País, grupo editor del periódico ilustrado el Mercurio Peruano (1791-1794). Rossi y Rubí colaboró con la manutención económica del periódico y también con diversos artículos bajo el seudónimo de Hesperiófilo. Entre sus artículos, cabe mencionar “Historia de la Hermandad y Hospital de la Caridad”, “Examen histórico de las diversiones públicas de las naciones”, “Historia de la mina de Huancavelica” y “Rasgo histórico y filosófico sobre los cafées de Lima”.
Aparte de su labor literaria, colaboró en la reforma y arreglo la Caja Real de Pasco, los fondos públicos del cabildo de Lima; fue visitador de la Real Hacienda, y juez pesquisidor de las Cajas Reales, Administraciones de Rentas Unidas, Contadurías y Factorías en distintas provincias; y visitador de minerales, actividad en la que puso en práctica sus conocimientos y adquirió más experiencia que lo llevó a calificar para editar un diccionario de la minería peruana. En 1793, parte a España, donde obtiene la nacionalidad española. Murió en 1803.
Rodríguez de Mendoza, Toribio
Sacerdote y catedrático, nació en 1750, en Chachapoyas. Fue hijo del maestre de campo Santiago Rodríguez de Mendoza Hernani de Arbildo y de Juana Josefa Collantes García de Perea. Sus primeras letras las cursó en el Seminario de San Carlos y San Marcelo de Trujillo. En 1766, obtuvo una beca para seguir estudios de filosofía y teología en el Seminario Santo Toribio de Lima. En 1771, el virrey Amat lo llamó para que se integrara, como maestro, al Convictorio de San Carlos, donde tuvo la cátedra del Maestro de las Sentencias (estudio de la teología escolástica de Pedro Lombardo). En 1779, recibió el grado de bachiller y doctor en Cánones por la Universidad de San Marcos, y el título de abogado por la audiencia de Lima. Recibió las órdenes sagradas del arzobispo de La Reguera, y obtuvo un curato en Marcabal, un pueblo de la serranía, en el obispado de Trujillo.
En 1785, fue llamado a Lima por el virrey de Croix para ocupar el vicerrectorado del Convictorio de San Carlos. Al siguiente año, el rector José de Arquellada renunció a su cargo, y Rodríguez de Mendoza lo reemplazó de forma interina, hasta que, en 1788, se le nombró de forma oficial. Durante su gestión, en 1787, el virrey de Croix le solicitó un nuevo plan de estudios que elaboró junto con Mariano de Rivero. Así adoptó cambios, como introducir cursos de ciencias naturales y experimentales, de historia de la Iglesia y nuevas tendencias en el derecho natural.
Perteneció a la Sociedad Académica de Amantes del País, que se encargó de la publicación del Mercurio Peruano (1791-1794), en el que precisamente se apoyó el nuevo plan de estudios carolino. Para 1787, su labor en Lima lo obligó a dejar el curato de Marcabal. El arzobispo de Lima lo nombró examinador sinodal. Hacia 1788, el virrey de Croix lo nombró rector propietario por su labor en el Convictorio de San Carlos. En 1801, fue elegido vicerrector de la Universidad de San Marcos. Desde 1808, el Convictorio San Carlos entró en un periodo de crisis económica. Para 1817, renunció a su cargo de rector del Convictorio de San Carlos debido a su delicado estado de salud.
Llegada la independencia, San Martín lo nombró miembro de la Sociedad Patriótica, fue diputado en el primer Congreso peruano de 1822 y para 1824 fue condecorado con la Orden del Sol por su trayectoria educativa. Ese mismo año fue elegido rector de la Universidad de San Marcos, pero debido a su avanzada edad no pudo ejercer tal puesto por mucho tiempo. Un año más tarde, el 12 de junio de 1825, falleció en Lima.
Pavón, José
Botánico, farmacéutico y expedicionario en el Perú y Chile. Nació en Casatejada (España), en 1754. Huérfano a los once años, fue enviado a Madrid bajo el cuidado de su tío José Pavón, boticario segundo de Carlos III, quien influenció a que cursara estudios de su misma profesión. Entre 1768 y 1771, llevó las materias de Lógica, Física, Ética y Metafísica en el Convento de Santo Tomás. Después, desde 1773 hasta 1777, fue beneficiado con una pensión real para estudiar Farmacia, Química y Botánica en la Real Botica. Luego se especializó en esta última ciencia en el Real Jardín Botánico, donde conoció a Hipólito Ruíz.
Durante el reinado de Carlos III, se gestionó una expedición para estudiar las producciones, principalmente de vegetales, del virreinato del Perú. Pavón fue considerado como segundo botánico para tal empresa, junto a Hipólito Ruiz, como director de esta, los dibujantes Joseph Brunete e Isidro Gálvez, y el naturalista francés, Joseph Dombey, quien fue enviado por la Academia de Ciencias francesa para recolectar diversas hierbas nativas. Pavón llegó al Perú en 1778.
El proyecto se mantuvo aproximadamente una década; muchas veces tuvieron que pasar situaciones muy complejas, como cuando sufrieron el ataque de una partida de rebeldes partidarios de Túpac Amaru II en Cuchero, el incendio de la hacienda de Macora (en el que perdieron equipaje, libros, diarios de expedición y de descripciones de varios años de observación) o el naufragio del navío San Pedro de Alcántara en las costas de Portugal (en el que perdieron gran parte de lo recolectado, es decir, cajones con semillas, plantas secas, minerales, dibujos, animales preparados, conchas, utensilios y ropa de los indígenas, entre otros objetos).
A pesar de las desgracias, la expedición logró su objetivo, inmortalizándose en la publicación, junto con Hipólito Ruiz, del texto Flora Peruviana et Chilensis, Sive, Descriptiones, et Icones Plantarum Peruvianarum, et Chilensium, Secundum Systema Linnaeanum Digestae, Cum Characteribus Plurium Generum Evulgatorum Reformatis (tres tomos, 1798-1802).
En honor a su éxito científico, Pavón fue nombrado miembro de la Real Academia Médica de Madrid (Sección de Naturales), Real Academia de Medicina Práctica de Barcelona, Instituto Nacional de París, Real Academia de Ciencias de Madrid, Société Linnéene de Paris y Linnean Society of London, entre otros. Falleció en Madrid el 13 de marzo de 1840.
Olavarrieta, Antonio, Fr.
Nació en Munguía (España), al parecer en 1763. Hacia 1776, tomó los hábitos franciscanos en el Convento de Nuestra Señora de Aránzazu en Santander. En 1791, se alistó como capellán en la fragata Dolores de la Real Compañía de Filipinas, que se dirigía hacia Lima, donde se estableció y publicó el periódico Semanario Crítico, con el objetivo de contribuir a la educación. El proyecto periodístico fracasa y, por la falta de recursos, Olavarrieta se vio obligado a continuar viajando con los barcos de la Real Compañía de Filipinas. El 8 de enero de 1792, zarpó rumbo a la península. En 1795, siendo clérigo secular, se afincó en Cádiz, con la intención de ejercer como periodista. Después de un año, sin poder publicar algo, consiguió el permiso para lanzar el Diario de Cádiz, periódico de tono misceláneo, con noticias de la realidad gaditana. Aunque logró éxito en poco tiempo, este no duró más de dos meses. Se le abrió un proceso inquisitorial por la publicación de un artículo sobre un nuevo proyecto militar. Un hecho que no debía darse a conocer al público. Se decretó que se recogiesen todos los ejemplares y se le prohibiese a su autor escribir tales papeles.
En 1796, ante esta situación, se embarca como pasajero en la fragata Leocadia, con destino a Guayaquil, donde buscaría romper vínculos eclesiásticos e iniciar una vida como civil. Logró permanecer en Guayaquil durante tres años bajo la protección del gobernador Mata Urbina, y debido a su mala condición económica, tuvo que reconciliarse con su pasado eclesiástico y ocupar el cargo de cura coadjutor en Axuchitlán (Michoacán, México). Allí escribió el tratado materialista El hombre y el bruto, un texto que lo llevó a pasar por un nuevo proceso inquisitorial, que terminó en 1803 con la acusación formal de ser considerado hereje, por lo cual fue condenado a excomunión mayor y reclusión perpetua.
Fue conducido a Cádiz donde permaneció recluido durante siete meses, para posteriormente ser trasladado a Madrid, donde escapó. Cambió su identidad por la de José Joaquín de Clararrosa y, después de falsificar documentos, ejerció como médico en Portugal. En Lisboa, se casó con Maximiliana Candía Pesol, con quien tuvo descendencia. Tras el grito de Riego regresó a Cádiz en 1820 y en setiembre del mismo año publicó su Diario Gaditano, así como una extensa nómina de folletos, convirtiéndose en un destacado publicista del liberalismo exaltado. Su carrera se vio otra vez frenada el 8 de enero de 1822 por su ingreso a prisión por el contenido de dos artículos de su diario. El 25 de enero, salió de la cárcel por cuestiones de salud. Murió dos días después.
Mata Linares, Benito de la
Benito María de la Mata Linares y Vásquez Dávila nació en Madrid el 28 de diciembre de 1752. Fue el cuarto hijo de una familia de la nobleza española. Sus padres fueron Francisco Manuel de la Mata Linares, caballero de la Orden de Alcántara, de los Consejos de Castilla y Guerra, entre otros títulos, y su madre fue Ana Tomasa y Vásquez Dávila Arce, señora de la villa del Carpio, Quintalla y El Hito.
Siguió estudios de jurisprudencia civil y canónica. En 1767, obtuvo el grado de bachiller en Cánones por la Universidad de Salamanca, e ingresó, en 1768, al Colegio Mayor de San Bartolomé, donde se graduó en Leyes en 1772. Este fue uno de los seis colegios mayores cuyos egresados ocupaban altos puestos en la burocracia civil y eclesiástica en la metrópoli.
En 1776, fue designado como oidor de la Real Audiencia de Chile, y en 1778, se le designó como oidor de la audiencia de Lima. Entre sus principales comisiones durante su estancia en el Perú se encuentran la de juez de aguas de los valles de Lima, juez conservador de las rentas y propios de la ciudad, y juez de alzadas, entre otros. Fue el oidor del proceso contra los líderes de la Gran Rebelión del Cusco, entre ellos José Gabriel Condorcanqui, Micaela Bastidas y Diego Cristóbal Túpac Amaru.
Terminados los procesos judiciales a los principales dirigentes de la Gran Rebelión, Mata de Linares permaneció en el Cusco, como subdelegado del visitador Jorge Escobedo, quien había sustituido a Areche en 1782. En 1784, se le designó como el primer intendente del Cusco, y fue severo con grupos criollos, a los que tenía recelo por haber apoyado la causa de Túpac Amaru II. Con el fin de evitar nuevas insurgencias, por recomendación del virrey Teodoro de Croix, fue trasladado en 1788 a la audiencia de Buenos Aires para desempeñar el cargo de regente. Allí permaneció hasta 1803, cuando se le asigna un puesto en el Consejo de Indias. Durante la ocupación francesa (1808-1814), Mata de Linares apostó por respaldar al regente francés José Bonaparte y ocupó el cargo de consejero de Estado. Finalizada la ocupación francesa, con el retorno de Fernando VII en 1814, fue destituido de su cargo y su nombre fue retirado del escalafón de funcionarios por traición. No se conoce la fecha de su muerte.
Jáuregui y Aldecoa, Agustín de
Agustín de Jáuregui y de Aldecoa nació el 17 de mayo de 1711, en Lecároz, Navarra (España). Sus padres fueron Matías de Jáuregui y Apesteguía, y Juana de Aldecoa y Borda y Datúe. Comenzó su carrera militar a temprana edad, cuando sirvió como caballerizo del rey Felipe V, tras ser designado capitán de dragones en África del Norte. Entre 1741 y 1749, llevó a cabo acciones en América contra las fuerzas británicas, y sirvió en Cuba, Cartagena y Honduras. En 1762, participó en la campaña de Portugal, en la cual fue ascendido a brigadier y se le confía el Regimiento Dragones de Sagunto. En agosto de 1762, tuvo una distinguida actuación en el sitio y toma de Almeyda. Por esta razón y otros méritos en la campaña, fue ascendido a mariscal de campo.
Fue nombrado presidente, gobernador y capitán general del Reino de Chile, cargo que ocupó entre 1773 y 1780. Entre sus méritos en Chile, destaca su labor en la reorganización del ejército en las zonas de frontera, además de la reforma educativa en Santiago. En enero de 1780, fue designado virrey del Perú, en reemplazo de Manuel Guirior, quien había sido destituido del cargo por conflictos con el visitador general José Antonio de Areche. Jáuregui ingresó en Lima y tomó el mando del gobierno del Perú el 21 de julio de 1780. Al poco tiempo, estalla en el Cusco la rebelión de Túpac Amaru que se prolongó hasta 1783. Además de enfrentar la mencionada rebelión, Jáuregui destinó recursos para reforzar las defensas costeras ante posibles ataques británicos.
Entre las medidas que realizó con el fin sofocar la Gran Rebelión, destaca la abolición general de los corregimientos y los repartos, anunciada el 9 de diciembre de 1780. Además, el 12 de setiembre de 1781, aprobó la amnistía general para todos los rebeldes. Fue reemplazado en el cargo de virrey por Teodoro de Croix, el 3 de abril de 1784. El 29 de ese mismo mes falleció en Lima.
Guirior, Manuel de
Manuel de Guirior y Portal nació el 21 de marzo de 1708, en Aoiz, Navarra (España). Sus padres fueron José Carlos de Guirior y Erdozain, y María Josefa Portal de Huarte González de Sepúlveda, ambos provenientes de importantes familias de Navarra. Empezó su carrera militar a los veinticinco años, cuando ingresó a la Real Armada como alférez de navío. En 1738, recibió su primer ascenso a teniente de navío, que impulsó su carrera de marino, que duró poco más de cuarenta años, ascendiendo a mayor general de la Real Armada (1764) y a jefe de Escuadra (1769). Entre sus misiones destaca la que lo trajo a América en 1740. Así pasó por Chile (1742) y por el Perú (1743), donde tendría un encuentro con el virrey marqués de Villagarcía. La misión retornó a España en 1746.
En 1771, fue nombrado virrey de Nueva Granada, gobernador y presidente de la audiencia de Santa Fe, además de teniente general de la Real Armada. El 14 de Setiembre de 1772, asumió el gobierno en Santa Fe, y se mantuvo en el cargo hasta 1776, debido a que un año antes había sido promovido a virrey del Perú. Con el nuevo nombramiento, se embarcó en Cartagena, atravesó el istmo, y de Panamá pasó a Paita, desde donde se dirigió por tierra a la ciudad de Lima, a la que llegó el 17 de julio de 1776, acompañado de su esposa María Ventura Guirior.
Sus años de gobierno se vieron complicados por diversos factores. El primero fue la formación del virreinato del Río de la Plata, el cual absorbió gran parte del virreinato peruano, además de quitarle los recursos de las minas de Potosí. Otros problemas que tuvo que afrontar fueron los relativos a la baja producción minera, la caída de los ingresos fiscales y los conflictos sociales que se agudizaron al avanzar su gobierno. Sin embargo, el mayor problema con el que se topó fue la presencia del visitador general José Antonio de Areche, con quien tendría disputas por el ejercicio del poder. Esto le llevó a que se le destituyera en 1780.
La acelerada destitución de Guirior del cargo de virrey fue orquestada por Areche, quien lo desprestigio en una serie de informes enviados al ministro de Indias José de Gálvez, acusándolo de “desobedecer las órdenes reales y pretender maliciosamente la autonomía”. Guirior retorno a España en 1781, y sufrió las calamidades propias de su destitución, a causa de las acusaciones de Areche. Sin embargo, al finalizar su juicio de residencia (1783-1785), el Consejo de Indias declaró que las acusaciones de Areche habían sido falsas, y se le obligó a indemnizar a Guirior con doscientos mil pesos. En 1786, se le concedió el título de marqués de Guirior. Murió el 25 de noviembre de 1788.
Gil de Taboada, Francisco
Francisco Gil de Taboada y Lemus, nació en 1733, en Santa María de Soto Longo, Pontevedra, Galicia (España). Sus padres fueron Felipe Gil de Taboada y Villamarín, y María Josefa de Lemus y Roiz. Comenzó su carrera naval a los dieciséis años, cuando ingresó a la Armada como cadete en Cádiz. En 1774, fue nombrado gobernador de las Islas Malvinas, cargo que ejerció hasta 1777. Luego fue promovido al grado de teniente general, y en 1778, fue nombrado virrey de Nueva Granada, función que asumió hasta julio de 1789, debido a que la Corona lo había nombrado virrey del Perú. En el Perú, asumió el cargo el 17 de mayo de 1790, en reemplazo de Teodoro de Croix.
Como virrey del Perú, mandó realizar un censo de población en 1792, levantar mapas y llevar a cabo visitas provinciales. Durante su gobierno se dio un crecimiento de la extracción de plata y otros minerales, producción que no registró caídas hasta 1812. Gil de Taboada fue reconocido por ser un promotor de la Ilustración. Apoyó la publicación del Mercurio Peruano y del Semanario Crítico. En 1792, creó el Anfiteatro de Anatomía en el hospital de San Andrés, y en 1794, la Escuela Náutica en el Callao. Cumplió su cargo como virrey hasta 1796.
En España, fue nombrado miembro del Consejo de Guerra; luego, secretario de Estado de la Marina. En 1808, formó parte de la Junta Suprema de Gobierno, a cargo de Antonio de Borbón, que había instalado Fernando VII, con el fin de que gobierne durante su ausencia debido a su salida a Bayona ese mismo año. Enterado de las abdicaciones de los reyes españoles, Gil de Taboada dimitió en mayo de 1808, pero retomó el cargo de secretario de Estado de la Marina bajo la Junta Central, en setiembre de ese año. A pesar de ello, se negó a jurarle lealtad a José Bonaparte o José I. Murió al año siguiente en Madrid.
Gálvez y Gallardo, José de
Nació en 1720, en el pueblo de Macharaviaya, provincia de Málaga (España). Sus padres fueron Antonio de Gálvez y García de Carbajal, y Ana Gallardo Cabrera. Tuvo un breve paso por la vida eclesiástica, auspiciado por el obispo de Málaga, Diego Gonzales. Sin embargo, se enfocó en los estudios jurídicos en Salamanca, donde también aprendió francés. Ganó prestigio como abogado, gracias a la influencia del cardenal Gaspar de Molina y Oviedo. Se casó dos veces y la fortuna de sus esposas le permitió tener una buena posición económica. Llegó a ser abogado del príncipe de Asturias.
Sus buenas relaciones con la nobleza lo llevaron a ocupar puestos burocráticos de importancia. En 1762, pasó a la Fiscalía General del Aposento de la Corte; al año siguiente, a la Primera Secretaría de Estado; y en 1764, fue nombrado alcalde de casa y corte del Consejo de Castilla. En 1765, fue enviado a América como visitador general de Nueva España.
En 1760, Gálvez había escrito sobre América. Su “Discurso y reflexiones de un vasallo sobre la decadencia de nuestras Indias Españolas” planteaba, para beneficio de la monarquía, la necesidad de llevar a cabo reformas comerciales, un mayor control en el gobierno económico y civil, y, sobre todo, modernizar la explotación de las minas.
Su labor como “Visitador General de todos los tribunales de justicia, cajas y ramos de la Real Hacienda y de los propios y arbitrios de las ciudades, villas y pueblos de esa Nueva España” fue el llevar a cabo reformas fiscales y administrativas, y evaluar la posibilidad de instalar intendencias. Su cargo le llevó también a supervisar algunas medidas como la expulsión de jesuitas, y promover expediciones a la Baja California y la Alta California. Sofocó también algunos motines. La visita fue exitosa, permitiéndole a Gálvez aumentar su prestigio. A su regreso a Madrid, en 1772, ocupó varios cargos en el Consejo de Indias. En 1776, fue nombrado ministro de Indias, reemplazando a Julián de Arriaga, quien falleció en enero de ese año. Poco después, envió a José Antonio de Areche y a Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres como visitadores generales de los virreinatos del Perú y de Nueva Granada, respectivamente.
Las labores de Gálvez como ministro de Indias afianzaron el poder de la Corona en América. Asimismo, permitió recibir mayores ingresos fiscales. Gálvez tuvo una política agresiva, que le ganó rechazo tanto en América como en la metrópoli. Tras su muerte, el 17 de junio de 1786, Carlos III dividió inmediatamente su cartera, para acabar con la centralización de la autoridad que, sobre los asuntos americanos, había ejercido Gálvez como ministro.
Escobedo y Alarcón, Jorge
Jorge Escobedo y Alarcón nació en Jaén, Andalucía (España), el 31 de marzo de 1743. Fue el segundo hijo de Jorge María Escobedo y Serrano, y de María Antonia de Alarcón y Montalbo, importante familia de nobles de dicha provincia. En 1762, realizó sus estudios superiores en el Colegio Mayor de Cuenca, uno de los famosos seis colegios mayores, que proveían de altos funcionarios a la Corona. En 1771, se graduó como bachiller en Derecho Canónigo; y en 1775, obtuvo los títulos en Derecho Civil y Canónico, y de Historia y Bellas Letras. Poco antes de partir a América, contrajo matrimonio con Gertrudis de Velasco Plasencia, con quien tuvo cuatro hijos.
El 25 de abril 1776, se le otorgó el cargo de oidor en la audiencia de Charcas, y el 3 de diciembre de ese año, las funciones de comisionado del Corregimiento de Potosí, la Superintendencia del Banco de Azogueros y de la Casa de la Moneda, además del arreglo de las cajas reales, mita y mina de potosí. Estos cargos le otorgaron un papel importante como subdelegado de la Visita General del Perú, cargo confiado a José Antonio de Areche. Su labor fue fructífera en Potosí: llevó a cabo la reincorporación a la Corona española del Banco de Rescates en 1779 —labor por la que se le dio el premio Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos III—, estableció una Academia de Minería en 1780 y organizó la defensa de la villa contra la rebelión de Túpac Amaru II.
En 1781, fue nombrado visitador general, en reemplazo de Areche, cargo que asumió desde 1782 hasta 1785. Esto fue así después de haberse hecho efectivo el informe formal de la visita, puntualizada en la implementación del nuevo sistema de intendencias, dirigido a su ministro de Indias José de Gálvez.
Entre las labores llevadas a cabo durante su estadía en el Perú, destacan las que realizó en la Real Caja de Lima y la supresión de la Caja de Jauja (cuyas obligaciones las llevó la de Pasco), además de elaborar el reglamento para las Cajas Reales de Arequipa, y eliminar la Administración de Rentas Unidas, la cual reemplazó por unas Cajas de Reales. Fomentó una mejor administración de diversos estancos y la creación de otros, como el de la nieve y bebidas frescas; y cumplió con la ejecución de la reforma del ramo de tributos, que se había visto afectada como consecuencia de la rebelión de Túpac Amaru II, y la creación del Real Tribunal de Minería de Lima. Entre todas aquellas tareas llevadas a cabo, la más importante fue el establecimiento del régimen de intendencias en 1784.
Escobedo, como superintendente subdelegado de la Real Hacienda, asumió la intendencia de Lima hasta 1787, cuando, tras la muerte de José de Gálvez, recibió la orden de retornar a Madrid. Partió de Lima a inicios de 1788. Continuó con su labor sobre América. En 1792, ocupó un cargo en el Consejo de la Cámara del Consejo de Indias, hasta su muerte, en 1805.
Egaña, José María
Tras la muerte de su padre —Antonio de Egaña, capitán del Regimiento de Infantería de Lisboa—, José María Egaña emigró a mediados del siglo XVIII al virreinato del Perú. Se hizo vecino de la ciudad de Lima en 1769, al contraer matrimonio con María Dominga Frade e Ylarde, hija de Juan Agustín de Frade de la Sierra, oficial real de las Cajas de Lima. Entre 1785 y 1786, fue nombrado por el intendente Escobedo alcalde, destacando sobre todo por la colocación de losas numeradas en los cuarteles y barrios de Lima. Después lograría obtener el cargo de teniente de Policía de Lima, cargo que ejerció de 1787 a 1804, debido a sus logros obtenidos como alcalde. Su trabajo no pasó inadvertido, debido a que realizó cambios muy importantes por el embellecimiento y ornato de la ciudad.
Formó parte de la Academia Filarmónica; luego, de la Sociedad Académica de Amantes del País, junto con Jacinto Calero y Moreira, Demetrio Guasque, José Baquíjano y Carrillo, Hipólito Unanue, José Rossi y Rubí. Uso el seudónimo Hermágoras en las publicaciones del Mercurio Peruano, medio en el que se buscaba plasmar reflexiones, discusiones, nuevas ideas, y conocimientos científicos y técnicos de la Ilustración.
Croix, Teodoro Francisco de
Teodoro Francisco de Croix nació en Lille (Francia), el 30 de junio de 1730. Fue hijo de Alejandro Francisco Maximiliano de Croix, y de Isabel Clara Eugenia Heuchin Longastre, marqueses de Heuchin. Inició su carrera militar a los diecisiete años, formando parte del ejército español en Italia. En 1756, fue ascendido a teniente segundo, un año después sirvió como oficial en Hannover. De regreso a España, en 1760, fue ascendido a coronel de Guardias Valonas. En 1765, cuando a su tío Carlos Francisco de Croix se le nombró virrey de Nueva España, se trasladó a América como capitán de la guardia virreinal. En este virreinato consiguió tanto experiencia como cargos de importancia: grado de brigadier y gobernador de Acapulco. Regresó a España en 1771, pero al año siguiente retorna a Nueva España, para asumir el cargo de gobernador de Sonora y Sinaloa como mariscal de campo.
En 1783 recibió el nombramiento de virrey del Perú. Para entonces ostentaba los títulos de caballero de Croix del Orden Teutónico y teniente general de los Reales Ejércitos. Llegó al puerto del Callao el 4 de abril de 1784. Durante su gobierno se llevó a cabo la instalación de las intendencias (1784) y la apertura de la audiencia del Cusco (1787), además tuvo una relación armoniosa con el visitador Escobedo. Esa estabilidad se vio también reflejada en la economía y en la política del virreinato. Como virrey, ocupó, gracias a sus gestiones, el cargo de superintendente de la Real Hacienda, que hasta entonces lo tenía Escobedo.
Se mantuvo en el cargo de virrey hasta 1790. Había solicitado con anterioridad su retorno a España al nuevo rey Carlos IV, quien accedió. Llegado a Madrid, el monarca lo condecoraría con la Gran Cruz de Carlos III y fue ascendido a coronel del regimiento de Reales Guardias Wallonas. Falleció el 8 de abril de 1791.
Condorcanqui, José Gabriel. Túpac Amaru II
José Gabriel Condorcanqui nació en el pueblo de Surimana, en el Cusco, el 10 de marzo en 1738. Sus padres fueron Miguel Condorcanqui Usquionsa Túpac Amaru, cacique de Surimana, Pampamarca y Tungasuca, y María Rosa Noguera Valenzuela, mestiza natural del pueblo de Tinta. José Gabriel tuvo un hermano mayor, Clemente, quien estaba destinado a heredar los cacicazgos, pero falleció antes de acceder al cargo. José Gabriel, bajo la tutela de los jesuitas, se educó en el colegio para hijos de caciques de San Francisco de Borja del Cusco, entre 1748 y 1758, donde aprendió latín. Tras su paso por este colegio, José Gabriel regresó a Surimana para asumir el cargo de cacique que había estado encargado de manera interina a sus tíos José Noguera y Marco Condorcanqui. El cargo de cacique lo asumió de manera conjunta con su tío Marco desde 1758 hasta 1768. Al cumplir veintiocho años, la mayoría de edad según las leyes, pudo asumir individualmente el cargo de cacique.
En 1760 contrajo matrimonio con Micaela Bastidas Puyucahua. La unión se realizó en la iglesia del pueblo de Nuestra Señora de la Purificación de Surimana, a cargo del cura Antonio López Sosa. La pareja tuvo tres hijos, Hipólito (1761), Mariano (1762) y Fernando (1768). José Gabriel, como su padre, se dedicó al negocio del transporte de mercadería entre el Cusco y el Alto Perú. Había heredado trescientas cincuenta mulas, y transportaba textiles, alimentos, correspondencia y encomiendas. Gracias a esta actividad, pudo generar una red de contactos en todo ese amplio territorio, además de tener una visión más amplia sobre el impacto social de las reformas económicas borbónicas. De hecho, el repartimiento, la creación de aduanas y el aumento de impuesto le afectaron directamente.
En 1777, viajó a Lima para resolver asuntos judiciales personales y como representante de algunas comunidades indígenas. En Cusco había agotado las instancias ante las autoridades locales. Estaba en juicio con Diego Felipe de Betancur para que se le reconociera como legítimo descendiente del último inca, Túpac Amaru I, y, por tanto, propietario del marquesado de Oropesa. Por otra parte, solicitó que los indígenas de Tinta fueran exonerados de la mita de Potosí. No tuvo éxito en ninguna gestión. Se menciona José Gabriel participó en tertulias departiendo con miembros de la élite criolla y cusqueños radicados en Lima, discutiendo sobre los problemas políticos y económicos de entonces.
A su regreso al Cusco, y en vista de que la búsqueda de justicia en Lima no fue hallada, optó por otra medida: la rebelión. Desde noviembre de 1780 hasta su captura, en abril de 1781, dirigió la rebelión más grande de América. Esta se extendió por gran parte del sur andino, siendo las zonas de influencia Cusco, Puno y Alto Perú. Capturado el 7 de abril de 1781, fue llevado al Cusco, donde fue sometido a juicio. Fue ejecutado en la plaza del Cusco el 18 de mayo de 1781.
Carlos III
Carlos III de Borbón (rey de España entre 1759 y 1788) nació en Madrid, el 20 de enero de 1716. Sus padres fueron Felipe V de Borbón, e Isabel Farnesio, segunda esposa del monarca. Sus medios hermanos fueron de Luis I y Fernando VI, hijos de Felipe V con María Luisa de Saboya, su primera esposa. Ascendió al trono de España en 1759, antes había sido duque de Parma (1731-1735) y rey de Nápoles y Sicilia (1734-1759), cargos que le otorgaron experiencia de gobierno.
Carlos III buscó rodearse de funcionarios eficientes sin fuertes vínculos con la nobleza o instituciones influyentes, como los colegios mayores de donde egresaban mucha de la burocracia civil y eclesiástica. Estas fueron las características de José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca; José de Gálvez y Gallardo, marqués de Sonora; Pedro Rodríguez de Campomanes, conde de Campomanes; Manuel de Roda y Pedro López de Lerena, conde de Lerena.
En el ámbito internacional, firmó el Tercer Pacto de Familia (pacto entre las monarquías española y francesa, ambas borbonas, para enfrentar a sus enemigos), que le llevó a participar en la Guerra de los Siete Años con Inglaterra y después en la guerra de independencia de las Trece Colonias. Estos conflictos que se llevaron a América ocasionaron algunas pérdidas territoriales y mucho gasto fiscal. Este hecho llevó a realizar diversas reformas para fortalecer las defensas en América, y aumentar la presión fiscal y comercial.
Durante su reinado, se dan las reformas más importantes en las colonias de América donde José de Gálvez, ministro de Indias, tuvo un rol protagónico. En 1767, decretó la expulsión de la compañía de Jesús de todos los dominios de la Corona española, además de la confiscación de sus bienes. Llevó a cabo reformas administrativas, como la creación del virreinato del Río de la Plata (1776). Además, encargó la instalación del sistema de intendencias. Respecto al comercio, destaca el decreto de libertad de comercio de los puertos de América y de España, de 1778. Falleció en Madrid, el 14 de diciembre de 1788. Con su muerte, las reformas perdieron fuerza en América.
Bueno y Alegre, Cosme
Médico, cosmógrafo, polígrafo y matemático. Nació en Belver, comarca del Bajo Cinca de Huesca, Aragón (España), en 1711. Hacia 1730, viajó al Perú, donde se asentó hasta su muerte. Estudió latín, farmacia y medicina, y matemáticas, en la Universidad de San Marcos, donde se graduó de doctor en 1750. En 1744, contrajo matrimonio con María Ana González de Mendoza, limeña, probablemente de origen humilde, pues no sabía leer ni llevaba dote al matrimonio. De dicha unión nacieron nueve hijos, entre los que se contaron Bartolomé Bueno, canónigo de Lima, y Luis Bueno, médico, que también vivió en Lima.
Como doctor, ocupó en la Universidad de San Marcos las cátedras de Método de Medicina, en 1750, y seis años después, el de Prima de Matemáticas. Asimismo, se le designó cosmógrafo mayor del virreinato del Perú. Al mismo tiempo, se desempeñó como médico de los presos del Tribunal del Santo Oficio, y de los hospitales Santa Ana (1753), San Bartolomé (1760) y San Pedro (1761).
Su labor fue reconocida fuera del virreinato del Perú, nombrándosele miembro de la Sociedad Médica de Madrid (1768) y de la Academia Vascongada (1784). En su labor como catedrático introdujo las teorías de Newton, y divulgó las obras de Hermann Boerhaave y de la escuela clínica de Leyden, abandonando así los métodos científicos tradicionales de la escolástica, al adoptar los principios empíricos del análisis experimental moderno.
Tuvo una amplia producción académica. Entre ellas, “Disertación sobre los antojos de las mujeres preñadas”, que discute la idea de que las madres transmitían al feto enfermedades y estados de ánimo; “Parecer sobre la inoculación de las viruelas”, donde recomienda la inoculación de esta para evitar epidemias; “Guía de forasteros”, dando razón de los funcionarios del reino y de los sucesos ocurridos en cada periodo de gobierno virreinal; “El conocimiento de los tiempos” (después conocido como “Relación geográfica del virreinato del Perú”), un almanaque que añadía información geográfica, climatológica, médica, astronómica, religiosa, etc.; entre otros. Es que considerado como una de las mentes científicas más brillantes del siglo XVII en el Perú. Murió en Lima, el 12 de marzo de 1798, a los ochentaisiete años.
Bausate y Mesa, Jaime
Su verdadero nombre fue Francisco Antonio Evaristo Cabello y Mesa. Nació en Extremadura (España), en 1765. Estudió Filosofía y Leyes en las universidades de Toledo y Salamanca. Fue parte del cuerpo docente de los Reales Estudios de San Isidro. En Madrid, en 1787, tradujo Las aventuras de Telémaco, hijo de Ulyses de Fénelon. Al año siguiente, tuvo su primera experiencia periodística, gestionando transitoriamente el Diario Curioso, Erudito, Económico y Comercial de Madrid.
En abril de 1790, llegó a Lima e editó inmediatamente el primer periódico de la América hispana, el cual se llamó Diario de Lima, Curioso, Erudito, Económico y Comercial, escribiendo bajo el seudónimo de Jaime Bausate y Mesa. Tuvo un éxito inicial, pero hacia 1792 dejó su dirección. Al poco tiempo, contrajo matrimonio con una peruana y se incorporó a la milicia. Llegó a ser coronel y se le encargó el Regimiento Provincial de Infantería de Aragón, en el reino del Perú. Al mismo tiempo, se dedicó a la actividad minera. Al poco tiempo pasó al virreinato del Río de la Plata donde reanudó su actividad periodística, consiguiendo el permiso para publicar el bisemanario el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata, entre el 1 de abril de 1801 y el 27 de octubre de 1802. Creó una sociedad patriótica que le permitió reunir a un grupo de intelectuales que colaboraban con él, dándole material para su bisemanario. Entre los miembros de su sociedad estaban Deán Funes, Manuel Belgrano y Tadeo Haenke, entre otros. Problemas económicos lo llevaron a cesar la publicación del Telégrafo. Se incorporó como abogado a la Audiencia de Buenos Aires.
En agosto de 1807, durante la segunda invasión inglesa a Buenos Aires, Cabello, defendiendo Montevideo, cae herido. Fue hecho prisionero por los invasores y llevado a Inglaterra. Fue liberado y pasó a España en 1808. Cuando estalla la Guerra de la Independencia, se unió al ejército y participó en la batalla de Bailén. No obstante, se vuelve un “afrancesado” y apoya al bando de José Bonaparte, concediéndole la administración de las minas de Almadén. Con la derrota de los franceses, junto con otros afrancesados se refugia en Francia. Pasa 1813 en Burdeos, después se instala en París, en 1814, donde trabaja como profesor de lengua y cultura españolas. Se menciona que en 1823 se unió al ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis, que ayudaron a reponer en el poder a Fernando VII tras el golpe de los liberales.
Bastidas, Micaela
Nació el 23 de junio de 1745, en Pampamarca, provincia de Canas, en el actual departamento del Cusco. Sus padres fueron Miguel Bastidas y Josefa Puyucahua, y tuvo tres hermanos: Antonio, Pedro y Miguel. Sus padres no estaban casados, por lo que fue hija ilegítima. Si bien la familia de su madre no pertenecía a la élite indígena, eran de buena posición económica. Sobre su padre no se conoce con exactitud su ascendencia y se sospecha que pudo ser de origen africano, pero se le identificó como español y vecino de Surimana. Micaela hablaba quechua y español.
El 25 de mayo de 1760, contrajo matrimonio con José Gabriel Condorcanqui Noguera, en la iglesia del pueblo de Nuestra Señora de la Purificación de Surimana. Dichas nupcias fueron llevadas a cabo por el cura Antonio López de Sosa. El matrimonio tuvo tres hijos: Hipólito (1761), Mariano (1762) y Fernando (1768). Micaela participó en los negocios y labores de su esposo, más aun cuando este se ausentaba por su labor como arriero. En consecuencia, asumió las funciones del cacicazgo de José Gabriel, como supervisar el recaudo de los tributos y el reclutamiento para la mita.
Durante el estallido de la Gran Rebelión, asumió parte de su liderazgo, cumpliendo diferentes funciones, como el del abastecimiento de las tropas, comunicación de proclamas, diseño de estrategias y, en ocasiones, estuvo al mando de los ejércitos. Tomó parte de la prisión y ejecución del corregidor Arriaga, estuvo presente en la batalla de Sangarará, en el sitio del Cusco y en la retirada a Tinta, así como en otros sucesos clave de la rebelión.
El 7 de abril de 1781, fue apresada por los realistas junto a sus hijos Hipólito y Fernando, mientras intentaba escapar hacia La Paz, por el camino de Livitaca. Luego fue llevada al Cusco, donde se le sometió a juicio y fue sentenciada a muerte. La ejecución de Micaela se llevó a cabo el 18 de mayo de 1781, a las once de la mañana, en la plaza del Cusco.
Baquíjano y Carrillo, José
Los padres de este noble limeño nacido en 1751 fueron Juan Bautista Baquíjano de Beascoa y Uribe y María Ignacia Carillo de Córdoba y Garcés de Marcilla. El padre era un hidalgo oriundo de Durango, señorío de Vizcaya (España), que gracias a la actividad comercial obtuvo una gran riqueza, que se expresó en la propiedad de haciendas, casas y barcos. Gracias a su riqueza, en 1753 compró el título de conde de Vistaflorida. Por su parte, la madre era hija de una familia aristocrática limeña. José estudió en el Real Colegio de San Martín y en el Seminario de Santo Toribio, donde se graduó de doctor en Leyes y Cánones a los veinte años.
Trabajó en diversos cargos burocráticos. Fue asesor del cabildo y del Tribunal del Consulado, y secretario del obispo del Cusco. Estuvo en Madrid entre 1773 y 1780. A su regreso, obtuvo los cargos de protector interino de naturales y fiscal interino de la audiencia de Lima. Obtuvo una cátedra en la Universidad de San Marcos. Por esta razón, en 1781, se encargó de pronunciar las palabras de recepción al virrey Agustín de Jáuregui. El discurso, conocido como el Elogio del excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui, causó mucho revuelo dado que expresó también críticas a la política borbónica y en particular a la visita general de Areche. Este hecho le trajo problemas con el visitador.
Como parte de la nobleza ilustrada y poseedor de una educación esmerada, participó en la Sociedad Amantes del País y, luego, en el Mercurio Peruano, donde colaboró con el seudónimo Cephalio. Entre sus textos publicados en el mencionado periódico tenemos “Historia de la creación y establecimiento de esta Real Audiencia” (tomo I, fol. 185-190, 1791), “Historia de la fundación, progresos y actual estado de la Real Universidad de San Marcos de Lima” (tomo II, fol. 160-167, 172-180, 188-198 y 199-204, 1791) e “Historia del descubrimiento del Cerro de Potosí, fundación de su imperial villa, sus progresos y actual estado” (tomo VII, fol. 25-32, 33-40 y 41-48, 1793).
En 1806, se le comisionó la dirección de estudios de la Universidad de San Marcos, después de un fallido intento en 1783 donde había postulado al rectorado y fue derrotado por Miguel de Villalta. En 1809, heredó el título nobiliario de conde de Vistaflorida, después de la muerte de su hermano mayor, Juan Agustín. Para entonces, asciende a cargos muy importantes. En 1812, el Consejo de Regencia de España lo nombró vocal del Consejo de Estado, lo cual dio origen a tumultuarias demostraciones de simpatía que el virrey Abascal temió que se transformaran en una revuelta. Partió a España. Sin embargo, cuando llegó a la metrópoli, había triunfado la reacción absolutista de Fernando VII, y por represalias fue confinado en Sevilla, donde permaneció hasta su muerte en 1817.
Areche, José de Antonio de
José Antonio de Areche y Sornoza nació en 1728, en Balmaseda (Vizcaya, España). Sus padres fueron Marcos Areche Puente Gómez de Santiago y Ángela de Fuentes Santurce y Zorzona. Su educación la realizó en la Universidad de Alcalá, en la que se graduó en Derecho Canónico y Civil. Se recibió de bachiller en 1751, licenciándose y doctorándose en 1756.
Su carrera como funcionario de la Corona empieza cuando es designado por Carlos III para ocupar el puesto de oidor de la audiencia de Manila (Filipinas), en 1765. Sin embargo, nunca llegó a ocupar dicha plaza. En 1766, en su paso por México, fue convencido por el virrey para ocupar el puesto de fiscal del crimen en la Audiencia de México, nombramiento que fue confirmado por la Corona en 1767, y en 1774 fue promovido a fiscal civil. Durante su estadía en dicho virreinato tuvo buenos vínculos con el visitador José de Gálvez, quien después de ser nombrado ministro de Indias en febrero de 1776, le dio el cargo de visitador general de los reinos del Perú y Chile, además de nombrarlo miembro del Consejo de Indias.
La visita general de Areche en el Perú significó llevar a cabo agresivas medidas fiscales y planificar la forma de implementar el sistema de intendencias. Era evidente que iba a entrar en conflicto con las élites locales, pero Areche tenía también un carácter agresivo, que le llevó a entrar en disputas incluso con los virreyes. El asunto fue particularmente grave con el virrey Manuel Guirior, quien, tras diversas acusaciones de parte de Areche, resultó destituido, sin previo aviso, por Agustín de Jáuregui.
La visita de Areche estuvo marcada por un conjunto de levantamientos y conspiraciones en el sur andino, motivados principalmente por las reformas fiscales.
El estallido de la rebelión de Túpac Amaru en 1780 alteró sus programas de reforma, dado que entonces se dedicó a destinar recursos para gastos militares y poner fin a la insurrección, además se encargó de supervisar los juicios a los líderes de la rebelión.
Sofocada parte de la rebelión, Areche fue removido del cargo de visitador en setiembre en 1781, tanto por sus conflictos con las autoridades, incluido el virrey, como por servir de chivo expiatorio por la insurrección indígena.
La entrega del cargo a Jorge Escobedo, el nuevo visitador, se da formalmente en junio de 1782, y en abril de 1783 Areche se embarca rumbo a España, en donde fue enjuiciado por el exvirrey Guirior. En el proceso, se demuestra que las acusaciones de Areche eran falsas, debiendo pagar una indemnización a Guirior. Es destituido de su cargo dentro del Consejo de Indias y desterrado de la Corte. En los siguientes años, Areche intenta que se le restituya su cargo, pero muere en 1789.
Apaza, Julián. Túpac Catari
Julián Apaza nació en Sicasica, La Paz, quizás en 1750. Sus padres fueron Marcela y Nicolás, quienes fallecieron cuando Julián tenía siete años, quedando huérfano. Fue recogido por un párroco del pueblo de Ayo Ayo, a quien le ayudaría en las tareas de la iglesia, primero como monaguillo y después como sacristán. Tras vivir un tiempo con el párroco, se mudó al ayllu Sullcawi como indígena forastero. Esta condición hizo que evitara la obligación de ir a la mita de Potosí, además de pagar un tributo menor al de los indígenas del común.
Se dedicó al oficio de comerciante viajero y al transporte de mercaderías, sobre todo coca y bayetas, lo que le llevó a conocer distintas zonas de la audiencia de Charcas y el virreinato peruano. El escribano Esteban de Loza lo describe como “de mediana estatura, feo de rostro, algo contrahecho de piernas y manos. Pero sus ojos, aunque pequeños y hundidos junto con sus movimientos demostraban la mayor viveza y resolución. De color algo blanco para lo que regularmente tienen los indios de su región”.
Estallada la rebelión de Túpac Amaru II, en 1780, en el sur peruano, y la de los hermanos Catari en varias provincias de la audiencia de Charcas, Julián Apaza inicia sus acciones en Sica Sica, en febrero de 1781. El nombre de Túpac Catari lo toma para vincularse con los movimientos rebeldes del Cusco y Charcas. En febrero de 1781, Túpac Catari, se proclamó virrey, y reconoció a Túpac Amaru como inca rey, a quien estaba dispuesto a apoyar.
Su levantamiento se extendió con rapidez. Hacia marzo de 1781, sitió La Paz entre el 13 de marzo y el 3 de julio, siendo brevemente desalojadas por el ejército realista, al mando de Ignacio Flores. Por entonces, establece una alianza con Manuel y Andrés Túpac Amaru para el segundo sitio a La Paz, entre el 7 de agosto y el 17 de octubre. No pudo sostener este sitio ante una expedición realista de cerca de tres mil hombres, que aplastaron los focos rebeldes en los pueblos camino a La Paz. Enterados de la llegada del auxilio realista, las tropas de Túpac Catari se replegaron. El escenario obligó al líder indígena a retirarse al santuario de Peñas, para luego pasar a Achacachi. Fue capturado el 9 de noviembre de 1781, sometido a juicio y fue sentenciado a morir descuartizado. Su ejecución se dio el 14 de noviembre.
Puno
Antes de la instalación de las intendencias, Puno era un pueblo de la provincia de Paucarcolla, la cual estaba desde lo político bajo la administración del virreinato del Río de la Plata, desde su creación en 1776. Eclesiásticamente los corregimientos de Azángaro, Lampa y Carabaya estaban bajo la jurisdicción del obispado del Cusco, mientras que Chucuito y Paucarcolla (Puno) estaba sujetas al obispado de La Paz.
La intendencia de Puno fue creada en 1784 y estaba bajo la jurisdicción del virreinato del Río de la Plata. La conformaban los partidos de Carabaya, Lampa, Azángaro, Paucarcolla —también conocido como Huancané— y Chucuito. Estas provincias dependían judicialmente a la audiencia de Charcas, pero con la creación de la audiencia del Cusco, en 1787, las provincias de Carabaya, Lampa y Azángaro pasaron a estar subordinadas por esta última audiencia. La intendencia fue reincorporada al virreinato del Perú por real cédula del 1 de febrero de 1796, y con ello todas las provincias estuvieron bajo la dependencia de la audiencia del Cusco.
La población de la intendencia de Puno en 1790 era de 156,000 habitantes. No se conoce para esta fecha la distribución étnica, pero a inicios de la época republicana representaba más del 90 %. De forma similar, en el Cusco, la población indígena estaba sujeta a las presiones del tributo y la mita minera en especial. Reformas fiscales, como el incremento de las alcabalas y la creación de aduanas, generaron descontento. Por esta razón, Túpac Amaru II tuvo interés en llevar a cabo su campaña por esta región y sumar adeptos a su causa. Tuvo respuestas positivas en Azángaro y Lampa. Aunque caciques como Diego Choquehuanca lucharon contra la rebelión. Esta zona continuó agitada aún después de la muerte de Túpac Amaru II y la amnistía de Diego Cristóbal Túpac Amaru.
Huarochirí
A fines del siglo XVIII, la provincia de Huarochirí, llamado también partido o subdelegatura, fue una de las ocho provincias de la Intendencia de Lima, y estuvo compuesta por once doctrinas: Santa María de Jesus de Huarochirí, San Lorenzo de Quinti, Santo Domingo de Olleros, San José de Chorrillos, San Damián, Santa Olaya (actual Santa Eulalia), Santiago de Carampoca, San Pedro de Casta, San Juan de Matucana, San Mateo de Huanchor y San Antonio de Yauli (en la república pasa al departamento de Junín). Para 1797 fue el partido con mayor presencia de población indígena de la Intendencia de Lima. De un total de 14,024 habitantes, distribuidos en las 11 doctrinas y 39 pueblos que conformaban el partido, 13,084 eran indios, 220 españoles, 529 mestizos, 19 pardos libres, 25 clérigos y 84 esclavos. En la región se criaba ganado y se producía ají, coca, maíz, palta, guayaba, pacay, papas, entre otros productos para Lima y minas locales. La minería en esta zona tuvo un particular repunte a finales del siglo XVIII, principalmente en la mina de plata de nuevo Potosí, en el pueblo de Yauli
Cusco
Capital del Imperio de los Incas, se convirtió en ciudad española en 1534. Era una de las más importante del Perú y como tal tenía cabildo civil y eclesiástico, Catedral, tres monasterios, diez beaterios, una universidad con nombre de Seminario de San Antonio de Abad, además de los colegios San Francisco de Borja, para hijos de caciques, y San Bernardo, para hijos de nobles criollos.
Hasta la rebelión de Túpac Amaru II, el Obispado del Cusco estaba conformado por catorce provincias–corregimientos: Abancay, Aymaraes, Cotabambas, Chilques y Masques (Paruro), Chumbivilcas, Canas y Canchis (Tinta), Quispicanchis, Calca y Lares, Vilcabamba, Urubamba, Paucartambo, Carabaya, Lampa y Azángaro. Con el establecimiento de las intendencias (1784), la del Cusco pasó a estar conformada por las provincias de Urubamba, Abancay, Calca y Lares, Aymaraes, Cotabamba, Cusco, Paucartambo, Paruro, Quispicanchis, Chumbivilcas y Tinta. Al instalarse el Real tribunal de Minería de Lima (1786) se conformó el asiento o diputación minera de Curahuasi. En 1787 se crea la Audiencia del Cusco. En el caso de esta intendencia, quien ocupaba el cargo de intendente también regía la Real Audiencia y tenía las potestades de jefe político, militar y judicial.
La población del Cusco era mayoritariamente indígena. Según la Guía de Unanue de 1797, la intendencia del Cuzco tenía un total de 216,382 habitantes, los cuales estaban conformados por 315 clérigos, 474 religiosos, 166 religiosas, 113 beatas, 31,828 españoles, 159,195 indios, 23,194 mestizos, 993 pardos libres, y 284 esclavos. Por la misma razón, fue una región económicamente importante por el acceso a la mano de obra indígena fuese por la mita, el reparto y su tributación. No es extraño que se ubiquen la mayoría de encomiendas en la región, junto con numerosos obrajes y haciendas y la importancia de los caciques como intermediarios con esta población. Tampoco es extraño que las reformas fiscales y la presión sobre repartos y la mita provocase rebeliones.
Uno de los lugares más importantes durante la rebelión de Túpac Amaru II fue el corregimiento de Tinta, el cual estaba conformado por 11 curatos: Sicuani, San Pedro de Cacha, Tinta, Checacupe, Pampamarca –cuyos anexos eran Tungasuca, Surimana, Pueblo Nuevo y Santuario del Señor de Tungasuca-, Yanaoca, Langui, Checa, Pichihua, Coporaque y Yauyi. Es importante señalar que Sangarará, pueblo importante durante la rebelión, estaba subordinado a la provincia de Quispicanchis. Tungasuca fue la base de operaciones de José Gabriel Condorcanqui por estar en una posición clave para la vigilancia de posibles avances enemigos provenientes de Cusco, Puno o Arequipa. El pueblo entero se había convertido en un bastión de la rebelión, según menciona el fraile Juan de Ríos Pacheco, quien viajando de Arequipa a Cusco fue detenido por gente de Túpac Amaru II y llevado a Tungasuca encontró el lugar lleno de “miles de toda clase de casta”.
Lima
Fundada por el conquistador español Francisco Pizarro el 18 de enero de 1535, Lima, “la ciudad de los reyes”, fue la capital del virreinato peruano. Ubicada en la costa central de Perú, en el valle del río Rímac, tiene acceso al océano Pacífico por el puerto del Callao que tuvo el monopolio del comercio de América del Sur hasta la aprobación del Reglamento de Comercio Libre (1778). Como ciudad capital fue la sede del poder civil y religioso concentrando sus principales instituciones. En ella se encontraba la residencia del Virrey, la Real Audiencia, la Real Aduana, la Real Casa de la Moneda, el Tribunal del Consulado, la Real y Pontificia Universidad de San Marcos, una Real Caja, la Catedral, monasterios, iglesias, colegios, entre otras instituciones.
La influencia de Lima sobre el virreinato fue muy amplia. Por ejemplo, la Audiencia de Lima, tribunal de justicia fundado en el siglo XVI, ejerció su jurisdicción sobre la mayor parte del virreinato peruano, con la excepción de las provincias del Altiplano que estaban subordinadas a la Audiencia de Charcas. No fue hasta 1787, que esa jurisdicción se recortó con la creación de la Audiencia del Cusco. En el ámbito eclesiástico la arquidiócesis de Lima tenía su jurisdicción por casi todo el virreinato peruano, que a su vez estaba dividido en diócesis. Es importante señalar que, hasta antes de la creación de las intendencias, la división territorial fue más eclesiástica que política.
En 1784 se instaló el sistema de intendencias. La Intendencia de Lima estaba compuesta por los partidos o provincias de Cercado, Ica, Cañete, Chancay, Santa, Canta, Huarochirí, Yauyos y Chiloé (isla ubicada en la Capitanía General de Chile). Fue el visitador y Superintendente General de Hacienda, Jorge Escobedo, quien asumió el cargo de intendente de Lima, cuya función era de gobierno y tenía injerencia además en los asuntos municipales de la ciudad de Lima.
Según la Guía Política de Hipólito Unanue, la ciudad de Lima en 1793 tenia un total de 62,910 habitantes. De este total españoles eclesiásticos eran 1,956; españoles 18,219; indígenas 9,744; mestizos 4,879; pardos libres 10,231; y esclavos 17,881. Étnicamente era una ciudad bastante diversa con el predominio de la población española y de ascendencia africana.
La ciudad físicamente estaba rodeada por una muralla. Después del terremoto de 1746, donde la ciudad fue muy dañada, se procede a una reconstrucción que se aprovecha para reordenarla física y socialmente. Como menciona Gabriel Ramón, el interés es controlar a los sectores populares y unir a la élite. La división de la ciudad en cuarteles, divididos a su vez en barrios, con alcaldes a cargo, cumplía esa función de control. El virrey Amat empezó esta reforma, pero no tuvo continuidad hasta que el intendente Escobedo elabora un nuevo reglamento en 1785. Otro aspecto que menciona Gabriel Ramón es que después del terremoto las construcciones civiles empiezan a tener más importancia numérica y simbólica que las eclesiásticas. En ese contexto se puede ubicar la construcción del cementerio de Lima y el Colegio de Medicina.
Arequipa
Fundada el 15 de agosto de 1540, la ciudad de Arequipa se ubica en el sur del virreinato del Perú, a más de 120 kilómetros del océano Pacífico y a una altura de 2,347 m s.n.m. La provincia se especializó en el cultivo de la vid y la producción de aguardiente de uva, y tuvo como mercados importantes Lima y Charcas, aunque para fines del siglo XVII su comercio con el primero decayó. Por otra parte, las minas en Cailloma y Huantajaya producían plata, aunque no mucha cantidad. La riqueza de Arequipa dependía de su agricultura y fue una de las provincias que rendían mayores ingresos fiscales en el virreinato peruano.
Respecto a su población, según la Guía política de Hipólito Unanue, en 1797, la intendencia estuvo habitada por 136,812 personas, de los cuales 335 eran clérigos; 284, religiosos; 162, religiosas; 5, beatas; 39,362, españoles; 66,609, indígenas; 17,797, mestizos; 7,000, pardos libres; y 5,258, esclavos. Esas cifras nos muestran una intendencia mayoritariamente indígena y mestiza. La ciudad de Arequipa, en cambio, muestra una distribución étnica muy distinta. De acuerdo con datos de 1792, de un total de 22,030 habitantes; 15,737 son españoles; 4,129, mestizos; 580, negros libres; 658, esclavos; 420, mulatos y zambos libres; y 506, esclavos mulatos y zambos. De ahí que la idea de la Ciudad Blanca no se refiera solo a la descripción física de la ciudad construida sillar que le da un aspecto albo.
Las reformas fiscales borbónicas entre las décadas de 1770 y 1780 se dirigieron a sus principales productos comerciales. Se estableció el quinto real a la producción y acuñación de plata, aumentó la alcabala del 4 % al 6 %, se creó el impuesto al aguardiente, y se extendió de condición de tributario a mestizos, indígenas forasteros y castas. Con la finalidad de hacer eficiente la recaudación, el visitador Areche instaló una aduana en Arequipa, que inició sus funciones el 3 de enero de 1780. Estas reformas generaron malestar entre la población y autoridades que llevaron a revuelta contra la casa de Aduana pocos días después de abrir sus puertas, promovida por comerciantes criollos y mestizos.
Pese a este contexto de descontento, la rebelión de Túpac Amaru II no tuvo en Arequipa apoyo, salvo por las provincias altas de Collaguas y Condesuyos, que tenían un pasado rebelde que corregidores y recaudadores de impuestos conocían bien. Con todo, fuerzas realistas arequipeñas fueron importantes para mantener el orden en la región, a costa de muchas vidas.
En 1784, se instaló la intendencia de Arequipa, una de las más extensas, conformada por las provincias de Condesuyos, Camaná, Collaguas, Arequipa, Caylloma, Arica y Tarapacá. Su primer intendente fue José Menéndez Escalada, cargo que ocupó de manera interina, y fue reemplazado por Antonio Álvarez Ximénez, quien asumió sus funciones en 1785. Con la instalación del Real Tribunal de Minería de Lima, en 1786 se conformaron asientos o diputaciones mineras de Caylloma y Huantajaya, que se encontraban en las provincias de Caylloma y Tarapacá, respectivamente.